Carlos A. Burgos
Lo vi caminar con paso rápido sobre la carretera Panamericana a Oriente. Me encontraba en una casa rural de mi padre, viagra a orilla de esa carretera, healing cerca del kilómetro 23.
No creí que fuera el profesor Luis Bermudes. Corrí para alcanzarlo y caminar a la par de él porque no se detuvo.
–¿Para dónde vas, Luis?
–Para San Sebastián, mi pueblo.
–¿Llegarás a pie?
–Claro que sí. Regresaré pasado mañana, también a pie.
–¿Quieres dinero para que viajes en bus?
–No, si dinero llevo.
Durante algunos períodos, así era el maestro Bermudes. Sus compañeros decían que hacía este viaje a pie cuando se descompensaba. No bebía licor, pero su cerebro se energizaba.
Cuando pasé una vacación de fin de año en Santa Tecla, mi abuela me envió a un cursillo de verano a la escuela Católica San José, anexa del Colegio Santa Cecilia. Mi grupo fue atendido por el profesor Bermudes, yo tenía unos ocho años de edad.
Recuerdo desde hace 72 años, que el maestro Bermudes nos relató que el Rey Midas ambicionaba ser el más rico sobre la tierra. Su Hada le concedió el poder de convertir en oro todo lo que tocara. Así su palacio, muebles, cortinas, cama, eran de oro. Con alegría abrazó a su hija y al instante se convirtió en una estatua de oro. No podía comer porque su comida se convertía en oro, ni podía dormir sobre una almohada tiesa como el oro. Después de varios días sin tomar alimento se angustió y lloró, sus lágrimas caían sobre la mesa haciendo ruido como piedritas de oro. Entonces rogó a su Hada para que lo volviera a su estado anterior, y se lo concedió. Me impresionó este relato.
Unos quince años después, en la década de los cincuenta, nos encontramos en la Escuela Normal Superior, Él había egresado en la primera tanda de maestros de Física y Matemáticas, y yo estaba por egresar en la cuarta tanda. Bermudes asistía esporádicamente a recibir las charlas que le interesaban.
En cierta ocasión que mi maestro de Física, doctor Frederick Pheiffer, científico alemán, impartía una charla especial, escribió en la pizarra dos números de seis dígitos cada uno con decimales, luego preguntó: ¿quién quiere pasar a multiplicar estos números en menos de un minuto? Bermudes pasó a realizarla en 50 segundos. Nos sorprendió su velocidad. Enseguida el doctor Pheiffer preguntó: ¿quién quiere pasar a comprobarla?
–No hay necesidad, doctor – respondió Bermudes – la realicé sin equivocarme.
El doctor Pheiffer comprobó por sí mismo la exactitud de tal operación y quedó sorprendido.
Luis Bermudes nos comentaba que el doctor Pheiffer por ser de raza aria se consideraba superior, de raza pura, y menospreciaba a los indios de aquí, pero se sorprendió que aquí también habíamos inteligentes y nosotros, los de mi tanda, éramos los alumnos preferidos de Pheiffer, los consentidos, y todo lo que hacíamos lo celebraba.
Luis Bermudes se desempeñó como maestro en varios centros de educación media. En la Normal Superior fue un excelente alumno-maestro, apasionado de las Matemáticas, un poco excéntrico. Algunos compañeros aseguraban que de tan inteligente que era, se enfermaba por períodos cortos.
En abril de 2014, en Metrocentro de la capital vi a un hombre mayor que caminaba erguido, sin bordón. Era el profesor Bermudes.
–Ando pateando los 94 años – me dijo –. No trabajo porque mis hijos no me dejan, pero el cerebro me pide seguir enseñando Matemáticas.
–¿Crees que podrías ir a pie a San Sebastián?
–Sí, pero hoy no lograría pasar de San Martín. Además a San Sebastián iba y venía solo en ciertos períodos.
–Claro, solo cuando tenías tu cerebro energizado.
Reímos y recordamos al Rey Midas.
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