Por Mauricio Vallejo Márquez
Bitácora
No recuerdo cuando fue la última vez que disfruté tanto el poner mi mente en blanco, pero sí que es una sensación hermosa y liberadora. Sencillamente dejarme volar, aunque estuviera fijo en mi silla o donde sea; y desconectarme de la existencia, sin darle importancia a lo que pasara en mi entorno. No lo sé. Pero ahora que lo he hecho antes de escribir esta columna me siento muy bien, como esa canción de los Hombres G, tanto que he decidido escribir sobre eso.
Cerré mis ojos y tomé consciencia de lo que existe. El sonido de las llantas en el pavimento mojado de las calles, el brindis de las tazas y los vasos en el trastero de la cocina, las voces y sus conversaciones labradas en el viento. El lento arrastre de las sombras en el suelo y las paredes hasta llegar el instante en que la vida no tiene importancia y a la vez la tiene. La relajación era inminente y la cotidianidad me soltó por un momento, en otras palabras me sentí libre.
Es increíble lo bien que uno puede sentirse al escapar, tan increíble es que no comprendo por qué razón no lo hago más seguido, dejar o banal de la vida y vivir en la eternidad, habitar en ese maravilloso momento cuando no importa si se existe o no.
Recuerdo que estudiaba séptimo grado cuando comencé a dejar que mi mente volara (al menos me hice consciente, porque antes de eso seguro lo hice muchas veces). Me aburrían las clases y no nos permitían salir del salón ni platicar con los compañeros, así que mi alternativa era desconectarme y vivir otra realidad, hacerme una película o imaginarme cosas. Las posibilidades eran infinitas. Llegué a sentir eso de estar en otros mundos, propios y ajenos mientras el profesor Ernesto Cabrera llenaba de ejercicios el pizarrón. ]Días después mi mamá era citada para decirle que yo hacía eso, que prestaba atención y parecía atento, pero en realidad estaba mi mente en otra parte.
Al pasar los años realicé el mismo ejercicio cientos de veces, hasta el momento en que me aburrí o que dejé a la ansiedad y el cortisol dominarme más. Dejé de soñar despierto y de ver la vida como el breve instante que apenas se diluye en lo ínfimo del infinito.
Sin embargo, hoy que decidí alejarme del celular, de la gente y las computadoras pude habitarme a mí mismo y descansar. Descansar así como lo hacían los jesuitas tras agotadoras maratones de lectura y estudio. Así que brevemente cerré mis ojos y dejé volar mi mente para la inexistencia y al abrir mis ojos no sentí la hiel de continuar viviendo.
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Mtro. Mauricio Vallejo Márquez
Licenciado en Ciencias Jurídicas
Maestro en Docencia Universitaria
Escritor y editor
Coordinador Suplemento Cultural 3000
suplemento3000@gmail.com