Mario García Aldana,
Vicedirector de la Academia Salvadoreña de la Lengua
El año pasado se conmemoró en la Academia Salvadoreña de la Lengua, en todo el mundo hispánico, y más allá, los cuatrocientos años de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra, el «Príncipe de los Ingenios» de las letras españolas.
Nació Cervantes en Alcalá de Henares el 29 de septiembre de 1547, hijo de Rodrigo de Cervantes, un cirujano o «sangrador» de poca fortuna que llevó a la familia de un lado a otro, en una vida azarosa y llena de infortunios. Uno de sus biógrafos dice que «Cervantes cabalgó por la vida a lomos de la miseria».
A pesar de las dificultades financieras de la familia, Cervantes por algunos años tuvo una educación formal: estudió dos años en Córdova en la escuela de Alonzo de Vieras y luego en un colegio de los jesuitas, donde debió estudiar dos cursos de Gramática. Tiempo después escribió grandes elogios de estos padres jesuitas, y lo hizo con mucho afecto en la novela «El coloquio de los perros». «Aquellos benditos padres que enseñaban (a los chicos) enderezando las tiernas varas de su juventud (y a los que) reñían con suavidad, castigaban con misericordia, animaban con ejemplos, incitaban con premios…». Luego estudió con el ilustre preceptor Juan López de Hoyos, quien vio en él un alumno excepcional, lo alentó a seguir el camino de las letras y le publicó algunos poemas
Cervantes huye de España por haber herido en un duelo a un tal Alonzo de Sigura y aparece en Roma, ya con 22 años, como ayuda de cámara del cardenal Julio Aquaviva, a quien sólo sirvió un año porque se enroló en la Armada Española. Siempre se sintió orgulloso de su condición de soldado, así como de las heridas recibidas en batalla, para él «más hermosa y rutilantes que medallas». Participó en la famosísima batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571; hay testimonios del valor extremo que demostró, a pesar de estar enfermo, en la que recibió tres arcabuzazos, dos en el pecho y uno en la mano izquierda, que le quedó anquilosada.
Estuvo varios meses recuperándose en un hospital de Messina, Italia, dos años de correrías navales por el Mediterráneo, más de cinco años cautivo en Argel y aparece en Madrid hasta 1582. Busca sus amigos, se integra al mundillo literario y comienza a escribir comedias y entremeses, algunas de las cuales son de gran valor literario, incluso hay críticos que le conceden la corona del entremés español. En esos tiempos sus amigos escribían también novelas pastoriles, lo hacían en toda Europa, y así escribió una de ellas, «La Galatea», que fue publicada en 1585 y que tuvo cierto éxito. Si las obras teatrales y la novela le dieron algún renombre ¿Por qué entonces hubo un silencio editorial que duró veinte años?
Cervantes se traslada a Sevilla y se emplea como requisador de aceite y trigo para aprovisionar a la Armada invencible contra Inglaterra: El rey Felipe II quería la guerra en las mismas costas inglesas, entre otras afrentas, por la reciente ejecución de la muy católica y muy querida reina María Estuardo, que provocó indignación popular. Su trabajo era complicado y poco grato, requisó trigos de ricos hacendados y canónigos y esto hizo que el arzobispo de Sevilla y después el rey de Córdova lo excomulgaran, pues además metió preso a un sacristán.
Dejó este trabajo y se va a Madrid por poco tiempo. Se cree que fue entonces cuando escribió algunas novelas, pero regresa a Sevilla a principios de 1590, donde por segunda vez solicita un empleo en América ante el Consejo de Indias y especificó que deseaba ser contador en Nueva Granada, gobernador en Soconusco, contador en las galeras de Cartagena o corregidor en La Paz. La respuesta fue triste y lacónica: «Busque por acá en que se le haga merced». Cervantes se sintió descorazonado. Pero lo excepcional es que amargado y sin ilusiones escribiera El Quijote. Además, si hubiera venido a América puede ser que no lo hubiera escrito. Hace algunos años la municipalidad de La Paz dio a Cervantes el título de «Corregidor Honorario».
De la gestión del Quijote se ignora casi todo, es muy probable que la primera idea se concibiese en la cárcel de Sevilla donde estuvo preso durante siete meses. Se publicó en Madrid en enero de 1605 y el éxito fue inmediato, imprimiéndose en un año hasta seis ediciones, muchos de esos ejemplares fueron destinados a México y Perú. Por cuestiones de espacio no se describen las múltiples características de la obra ni se hace un análisis. Se han utilizado ríos de tinta en eso. Además, qué se puede agregar a los millares y millares de sesudos estudios de ilustrísimos literatos.
Al ver el tremendo éxito del Quijote Cervantes se puso a escribir las doce novelas que publicó con el nombre de «Novelas ejemplares», en 1613. Son novelas de porte muy diferente unas de otras, pero en todas se ve la visión realista de la vida de Cervantes; aún en las más artificiosas parecen fragmentos de la realidad. El libro tuvo gran aceptación del público lector y fue tal que los lectores del siglo 17 la prefirieron al Quijote, situación que no cambió hasta entrado el siglo 18, en que las aventuras del hidalgo manchego ganaron la primacía en el gusto del público. Se dice que si Cervantes no hubiera escrito el Quijote, por estas novelas sería considerado uno de los grandes prosistas del idioma.
Mientras nuestro personaje escribía la segunda parte del Quijote y preparaba para la imprenta su libro «Viaje del Parnaso», extenso poema publicado en 1614, aparece publicado como un rayo en una noche calma en el verano de ese año, un Quijote apócrifo firmado bajo el disfraz de un tal licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, impreso en Tarragona, el llamado «Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha». La noticia debió resultar un mazazo para Cervantes. Lo primero que le llamó la atención fu la ristra de insultos que le dirigía Avellaneda, en un prólogo que es modelo de insolencia.
En todo caso sirvió para que Cervantes metiera prisa al suyo y lo concluyó en febrero de 1615. Este mismo año publica su libro «Ocho comedias y ocho entremeses», en septiembre y un mes más tarde vio la luz en las librerías madrileñas el más querido y esperado de sus libros: la segunda parte del Quijote. La superioridad de esta segunda parte respecto de la primera es notoria y aceptada por todos, críticos y lectores. No es ajeno el hecho de que los personajes principales llegaban ya hechos, dueños de su propio ser y devenir. Cerraba así Cervantes la más completa metáfora sobre el vivir del hombre.
El 23 de abril de 1916 murió Cervantes en su casa de la calle del León en Madrid. En la misma fecha moría en Stratford William Shakespeare; en la misma fecha pero no en el mismo día, ya que no habiendo adoptado todavía Inglaterra la reforma gregoriana del calendario, el 23 de abril de allí corresponde a nuestro 3 de mayo.
Hoy no hay un solo español sin noción de lo que es el Quijote y quien es Miguel de Cervantes. Don Quijote ha pasado a formar parte de la identidad española y figura en parques, plazas, academias, universidades y avenidas en toda Hispanoamérica y otros países. Entre lo literario la novela es el género de éxito y también el género del éxito, el género que parece que hay que escribir.
Para Cervantes ha resultado una especie de vindicación en todo el sentido de la palabra. Si Lope, Quevedo y Góngora resucitaran se volverían a morir verdes de envidia al ver su triunfo desmesurado. Y es que el español mismo es Cervantes, la lengua de Cervantes. En cuanto que haya que enviar nuestra lengua al espacio, a los astros, a un planeta remoto de nuestra galaxia o de cualquier otra descubierta o por descubrir, irá con su nombre y alcanzará un lugar a millones de años luz.
En la novela «El amante liberal» Cervantes dice: «Lo que se sabe sentir, se sabe decir». Andrés Trapiello, uno de sus muchos biógrafos, agrega: «Esta es la legítima ambición que ha de tener cualquier escritor, ser ciervo y señor de sus propios sentimientos. Esa es su alegría. La vanidad es otra cosa».
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