Por Alejandro A. Tagliavini*
A pesar de las duras críticas, Suecia sigue sin confinamiento, fronteras abiertas, libertad de movimiento, niños asistiendo a la escuela, comercios, bares y restaurantes atendiendo clientes en tanto no permanezcan parados, solo recomendaciones, sin imposiciones prohibiendo únicamente reuniones de más de cincuenta personas.
Algunos parecen desear que surja un fuerte rebrote que los induzca a decretar el confinamiento. Pero pasan semanas, y la curva sueca no diverge de la media europea y, por cierto, sus unidades de cuidados intensivos nunca estuvieron ni cerca de saturarse.
Juan M. Blanco pregunta “¿Por qué tanta contrariedad al comprobar que la COVID-19 no explota en Suecia?… La vía sueca amenaza con desmentir el relato que muchos políticos y expertos querrían leer en los libros de historia: En 2020 unos héroes salvaron al mundo de una horrenda mortandad decretando el confinamiento”.
El país escandinavo constituye lo que se conoce en experimentos como un ‘grupo de control’, capaz de señalar lo que habría ocurrido sin cerrar la actividad económica. Y temen que, finalmente, alcance los mismos resultados, o incluso mejores, y que se confirme lo que escribió Cheryl K. Chumley en The Washington Times: “El coronavirus es el mayor engaño político de la historia”.
Para los suecos, en el mejor de los casos, el confinamiento podría retrasar los contagios, pero a un costo muy elevado en destrucción económica. Y todo para llegar al mismo lugar. En una entrevista en The Wall Street Journal, John P.A. Ioannidis profesor en Stanford, epidemiólogo y matemático y uno de los cien expertos más consultados del globo, aseguró que “Poner en cuarentena… es irracional. Es como si un elefante fuese atacado por un gato.. y tratando de evitarlo se tira por un precipicio”.
El eslogan de los demagogos justificando las cuarentenas forzadas era que preferían cuidar la salud aun a costa de la economía. Pero la destrucción de la economía está resultando tan grande que acarreará muchos más muertos que el COVID-19 19 que, de momento, lleva una cifra similar a la de la influenza. No solo porque la pobreza -en Argentina por caso, pronto llegará al 50 % de la población y sigue- y el hambre se están disparando dramáticamente, sino que se destruye el sistema sanitario.
Por miedo o porque dada la cuarentena se han suspendido tratamientos, muchos otros enfermos están siendo descuidados. Por caso, en Bogotá, hospitales de alta complejidad que tenían 25.000 millones de pesos de ingresos mensuales cayeron a 12.000 millones. “El bajonazo… es enorme”, dice César Castellanos, del Hospital San Ignacio. La ocupación en hospitalizaciones está en la mitad. Tal como ocurre en muchos países. Y las consultas externas, cirugías y exámenes están cancelados casi en su totalidad. Hasta las urgencias, antes colapsadas, operan hoy al 70 %. Pero los políticos no son tontos. Como su recaudación impositiva cae mucho en Buenos Aires a causa del parate económico, empezaron a desandar el camino: “Nos tenemos que contagiar”, dijo un funcionario desdiciendo el argumento de evitar los contagios por el que se impuso la cuarentena. Ya dirán que nunca quisieron una cuarentena, sino que fueron forzados por la opinión pública.
En fin, por respetar el derecho humano a la libertad -la no violencia- y, consecuentemente, lograr un mejor resultado, los hombres de buena voluntad en todo el globo brindamos: ¡Salud Suecia!
*Asesor Senior en The Cedar Portfolio y miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
@alextagliavini