Por: Oscar Martínez
[email protected]
A 85 años de la insurrección del 22 de enero de 1932 y el fusilamiento de Farabundo Martí, Luna y Zapata, a 58 años del triunfo de la revolución cubana encabezado por el ejército Rebelde del Movimiento 26 de Julio, el 8 enero de 1959, a 37 años de la constitución de la Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM), un 11 de enero de 1980, a 37 años de la Marcha de la Unidad realizada el 22 de enero de 1980, a 36 años del lanzamiento de la ofensiva final del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y a 41 años del Primer Congreso Fundacional del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC), realizado en San José, Costa Rica iniciado un diciembre de 1975 y finalizado el 25 de enero de 1976, Leodan Figueroa (CHECHO), considerado como uno de los hijos del PRTC, habla por primera vez de su participación político-militar en la guerra civil de El Salvador.
25 años debieron transcurrir desde Los Acuerdos de Paz, firmados un 16 de enero de 1992, en el castillo de Chapultepec, México para que Leodan Figueroa, “Checho”, nos cuente su historia:
“Iniciaba la década de los 80s y con ello el sonar de las bombas y metralletas desgarradoras de la calma de mi niñez y de la vida de todos los vecinos de las comunidades rurales. La muerte irrumpió nuestras comunidades y se quedó sin ser invitada, rondaba a toda hora sin ninguna limitación de los cercos limítrofes de terrenos, en cualquier dirección de arriba abajo ahí estaba la muerte, representada por soldados, guardias, policías, escuadrones de la muerte y orejas, eran embajadores de oligarcas y terratenientes acostumbrados a decidir por la vida de los demás.
La cotidianidad habitual de las personas parecía enloquecida, la desconfianza petrificaba, las relaciones personales que de la noche a la mañana desaparecían sin explicación alguna, llevándose consigo únicamente lo que se pudiera cargar, nos quisieron arrebatar el significado de la vida.
Eran tiempos de salir huyendo o tener el coraje de apropiarse de una nueva rutina de vida en donde el sonar de las balas de los fusiles sería la normalidad durante los siguientes 12 años.
Así empezó la guerra, mi experiencia con ella y la conciencia en las zonas rurales. Fueron tiempos muy convulsionados de mucha represión; pero además de mucha organización popular, en donde las palabras claves eran, revolución y liberación, las cuales estaban asociadas a realidades de explotación y las condiciones de miseria en que vivíamos en las comunidades.
Desde que tengo memoria, mi familia estuvo vinculada a una de las organizaciones populares de esa época, el Movimiento de Liberación Popular (MLP), brazo de masas del PRTC, por lo que aún antes de que la guerra diera inicio en 1981, ya se percibía lo que se avecinaba, pues el hermano de mi padre, Santos Menjívar, de seudónimo Sebastián Guevara, era uno de los principales dirigentes de la zona de Suchitoto (que luego se convirtió en uno de los principales comandantes del frente de Guazapa) y por esa razón la familia era vista como subversiva y objeto de persecución y blanco de ataque, especialmente a los hombres.
Después de la ofensiva final de 1981, que en lo personal creo que fue la ofensiva inicial, el panorama cambió radicalmente, todos aquellos que desde la clandestinidad desarrollaban trabajo organizativo de masas, aparecieron públicamente con fusil en mano dirigiendo o estando en una u otra organización política militar en el recién formado frente de guerra del cerro de Guazapa. En mi caso la familia estaba organizada, en su mayoría, en el PRTC; pero también aparecieron otros en la Resistencia Nacional (RN).
A partir de ese momento y con tan solo diez años de edad mi incorporación a la lucha armada se produjo en forma gradual, primero como parte del movimiento de masas de aquella población que no emigró a los refugios o a las ciudades y que se introdujeron en lo más profundo de las entrañas de los frentes de guerra para dar soporte a las unidades guerrilleras desarrollando actividades de cultivos de maíz, caña, yuca y pezca; esta población era nómada, se movía según el accionar de la fuerza guerrillera o del enemigo. En muchos casos era presa de los operativos del ejército como en el caso de Guazapa 10, en la que mucha población de masas fue masacrada y víctima de los cruentos bombardeos desarrollados por la Fuerza Armada.
Con el tiempo la población comenzó a disminuir porque muchos jóvenes pasamos a ser porte de las estructuras guerrilleras, en mi caso fui adiestrado en una escuela político militar que impartió el compañero Alcides Alvarado, para luego pasar a los campamentos guerrilleros y asumir funciones de logística, correo entre diferentes unidades o entre organizaciones. Recuerdo que donde llegué primero fue el puesto de mando del PRTC de Guazapa, donde tuve el gusto de conocer y trabajar junto a los comandantes del PRTC Arlen Síu Guazapa y Arturo Ramos, caídos en combate, y Rogelio Martínez (Manuel Melgar), y a quienes recuerdo con mucha estima, particularmente a la comandante Arlen Siu Guazapa, quien se convirtió para mí, en el referente del verdadera revolucionario, tanto por su carisma con la gente como por su convicción en sus ideas y su compromiso que lo demostraba en la práctica diaria con su ética y moral revolucionaria, no solo se quedaba en el discurso político o “panfletero”, es mas, criticaba todo abuso de poder, sectarismo, privilegios apelando a la conciencia clasista y al compromiso adquirido de responder a los intereses de las mayorías: el pueblo.
La fuerza militar guerrillera del PRTC en los primeros años de la guerra en el cerro de Guazapa era sin lugar a dadas una de las más importantes, el trabajo desarrollado por el comandante Sebastián Guevara, caído en 1982, dio como resultado que cientos de jóvenes campesinos de los cantones el Roble, Platanares, el Corosal, Mirandilla y Tenango, se incorporaran al proceso revolucionario, llegando a conformar lo que se conoció como la “columna de Guazapa”, quien a la vez era parte del glorioso Destacamento “Luis Alberto Díaz” de las Fuerzas Armadas de Liberación Popular (FAR-LP), brazo militar del PRTC.
Para 1983, la mayoría de la fuerza guerrillera del PRTC de la zona de Guazapa se había trasladado a los frentes de guerra en San Vicente y San Miguel, en donde se combatía al enemigo con operaciones militares de gran envergadura que dio como resultado la liberación de extensos territorios que pasaron a ser bajo el control del FMLN, muchos combatientes de Suchitoto cayeron en eso combates, en mi caso ese mismo año salimos de Guazapa, un grupo de compañeros bajo las órdenes de Arlen, entre los que íbamos varios adolecentes de los Pioneros para la Liberación, pasando primeramente por Cerros de San Pedro, San Vicente y por San Gerardo, San Miguel, hasta llegar a Torola, Morazán, donde se ubicaba el mando central del PRTC. Recuerdo haber conocido a los máximos dirigentes de nuestra organización entre ellos a los comandantes Roberto Roca, Nidia Díaz, Venancio Salvatierra, Camilo Turcios, Miguel Mendoza, Juan José Obregón. Elizabeth Sol, Héctor de la O, que allí se encontraban desarrollando reuniones. Mi primera responsabilidad en ese lugar fue preparar el café para todos ellos y trasladar la comida desde la cocina al puesto de mando (esa tarea solo la podía realizar una persona de suma confiabilidad, pues se trataba del mando estratégico del PRTC).
Desde Morazán a Chalatenango, pasando por el norte de San Miguel, donde nos separamos de Arlen Siu, recuerdo que antes de partir ella nos reunió para despedirse del grupo que desde Guazapa la había acompañado, esa tarde fue la más triste que recuerdo, porque con lágrimas y un enorme nudo en el pecho nos despedimos de ella. Desde ese momento pasamos bajo los cuidados y órdenes de Nidia Díaz, con quien recorrimos muchos kilómetros a su lado a lo largo y ancho de varios departamentos. En ese periodo Nidia fue designada a integrar la Comisión de Diálogo en la Palma. Sin lugar a dudas entre Nidia y Arlen dos estilos y temperamentos diferentes, Arlen era muy cariñosa y jovial y Nidia más seria y regañona, pero ambas con un inmenso corazón y amor a su pueblo.
De regreso a San Vicente, en Cerros de San Pedro, luego de haber caminado por casi todo Chalatenango, las cosas no se pusieron del todo buenas, el enemigo nos asediaba constantemente, nos movíamos de un lugar a otro, ya para esa época mi función era de radista, es decir, atendía junto con otros compañeros las comunicaciones por radio entre los diferentes frentes de guerra, la metro y el exterior. Fue una época muy acelerada, en ese contexto capturaron a Nidia; aunque cuando ese lamentable hecho ocurrió yo ya no estaba en San Vicente, había logrado unos días antes el permiso de Nidia para regresarme junto a un contingente de combatientes a Guazapa, lugar de donde había salido dos años atrás. Allí me encontré con mi hermana mayor, quien también era combatiente y radista y otros familiares que siempre habían permanecido en el cerro.
Con la llegada a Guazapa mi suerte habría cambiado drásticamente, mi decisión de solicitar el traslado a las unidades de combate me traería consecuencias que me marcarían toda la vida. Estando en el Salitre, lugar en el que se encontraba el campamento de las fuerzas guerrilleras del PRTC, se le encomendó al jefe de pelotón de nombre Cande, un aguerrido guerrillero, del cual yo era el radista operativo, salir a exploración a la Troncal del Norte y preparar las condiciones para atacar un puesto enemigo de la zona. El objetivo ya no se concretó, ya que durante el traslado al lugar de la misión caímos en un campo minado y lamentablemente una mina hizo explosión justamente en mi pierna derecha.
Desde ese momento y durante los siguientes cuatro meses muchos compañeros me cargaron en hamaca y en hombros por cuanto camino tenía el cerro de Guazapa. Los operativos enemigos eran constantes y por todas direcciones, la fuerza aérea bombardeaba diariamente los campamentos guerrilleros. Eran los tiempos de la Operación Fénix y salir de Guazapa a la metro era casi imposible.
Después de varios intentos sin por abandonar la montaña, con una gran tristeza y nostalgia se produce la salida a San Salvador, dejando todo lo que conocía atrás y en donde una nueva realidad era eminente.
Mi primera noche en una cama después de varios años fue en casa del compañero Roberto Quinteros (Marcelo), entiendo que en esa época era uno de los responsable de la metro, tuve el gusto de conocer a su familia, a Regina, su compañera e hijos, con quienes conviví algunos meses hasta que contactaron a mi madre que trabajaba en un hogar de niños en el Puerto de La Libertad y desde donde inicié mi rehabilitación hasta volver a caminar.
Alejado de las balas y de la montaña por mi situación de lisiado de guerra continúe la lucha desde otra trinchera de lucha en el exterior, pero siempre con el PRTC, organización a la que agradezco infinitamente, a sus dirigentes y militantes, porque siempre fueron la familia que acompañó a sus hijos en las buenas y en la malas durante todo el conflicto armado.
Luego de la firma de los acuerdos de paz y al cabo de 25 años de ese importante acontecimiento que puso fin al conflicto armado, muchos de los que sobrevivimos y que militamos en el PRTC, nos enorgullecemos de haber contribuido en impulsar los cambios en este país, lamentablemente en tiempos de paz los hijos del PRTC carecemos de las oportunidades y de los espacios que mucho sacrificio esfuerzo ayudamos a generar”.
Leodan Figueroa “Checho”, lisiado de guerra y militante activo del FMLN, es uno de los homenajeados sobrevivientes que optó por la lucha armada a la lucha política, ese reconocimiento está en el libro del FMLN de sus 35 años y adelante “Memorias para escribir el futuro”.
Debe estar conectado para enviar un comentario.