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¿Choque de poderes?

José M. Tojeira

La Sra. Carolina Recinos, personalidad clave en el gobierno actual, ha asegurado recientemente que en El Salvador “no hay crisis de gobernabilidad ni choque de poderes de Estado”. Entonces ¿qué es lo que pasa? Por qué la ONU, la OEA, la UE y USA han expresado ya su preocupación frente a la situación de tensión entre la Asamblea Legislativa y el poder Ejecutivo. El ministro de Defensa ha salido asegurando que está dispuesto a dar la vida obedeciendo al presidente Bukele, y algo parecido se ha dicho de parte de la PNC. Todo comenzó con una convocatoria de la Presidencia de la República a una sesión plenaria de la Asamblea Legislativa y con amenazas de invocar el derecho a la insurrección. Mientras la sociedad civil y las instancias internacionales más significativas para El Salvador piden diálogo, no hubo respuesta durante 48 horas. Y el domingo el Ejército y la PNC entraron en la Asamblea con lujo de despliegue de fuerza, sin protocolos ni permisos. Pero según la funcionaria no hay choque de poderes. Por eso es importante reflexionar sobre lo que realmente hay o hubo, si en las próximas horas se llega a una solución del -según la persona citada- aparente conflicto entre la Presidencia y la Asamblea.

Oyendo al presidente de la Asamblea Legislativa diciendo que solo él puede convocar a la Asamblea algunos podrían decir que hay un choque de egos. Es una teoría. Pero los hechos nos llevan mucho más allá de eso. Al contrario, el diputado Ponce ha tratado de mediar entre el autoritarismo del Presidente y la renuencia de los partidos. La otra teoría es la que afirma que hay un autogolpe de Estado que posibilite un ejercicio del poder ejecutivo con menos restricciones de las que le pueda causar una Asamblea en la que no tiene propiamente diputados. Si lo del autogolpe pareciera exagerado a algunos, se podría hablar de una forma de presión o amenaza para que la Asamblea aprenda a obedecer al Ejecutivo. Todo está en veremos, pero el modo de actuar riñe -ciertamente- con las prácticas normales de una democracia y se asemeja más al modo de funcionar clásico de las así llamadas repúblicas bananeras.

Pero hoy no es la United Fruit la que maneja los hilos. Solo falta que Vargas Llosa, tan aficionado a escribir sobre acontecimientos en los que se mezclan autoritarismos, militares y otras hierbas de países concretos, nos convierta en parte de una novela. Pero no creo, porque al final todo quedó en simple espectáculo y en supuesta intervención divina pidiendo paciencia al mandatario. Y Vargas Llosa es algo descreído.

La gente mayor suele decir que si el jugo de limón es muy ácido lo mejor es convertirlo en limonada. ¿Podemos aprender algo de esta situación tan enrevesada, inusual y autoritaria? La respuesta es sí, porque la humanidad ha sabido siempre aprender de sus errores, aunque a veces los repita. En El Salvador hay una tradición demasiado larga de acudir al recurso de la fuerza o a la negación absoluta de la racionalidad del otro. Ante el disenso se da con demasiada frecuencia el recurso al insulto y a la descalificación. Acontecimientos como el que comentamos deben ayudarnos a cambiar la cultura del empecinamiento en las propias ideas, que aunque puede ser tendencia de todos o casi todos, tiene mayor peligro para la convivencia cuando los que se emperran en sus ideas o privilegios son miembros de los sectores o clases privilegiadas. El poder político, el poder económico, el poder judicial o el poder moral deben ser ejemplo de capacidad de diálogo. Y el diálogo político debe comenzar siempre por el servicio a la ciudadanía, especialmente teniendo presentes a los más pobres y a los más vulnerables. No hay diálogo verdadero cuando no se tienen en cuenta las necesidades de los más pobres.

Pero tampoco se da esa situación cuando se habla de los pobres desde situaciones de privilegio y se les utiliza simplemente para mantener el propio poder sin cambiar las estructuras que mantienen a las personas en la pobreza. El diálogo es trabajo de escucha, de análisis de la realidad, de pasos a veces parciales hacia un fin claro de justicia social y bien común. Ojalá no hubiera choque de poderes, ni de egos, ni afanes de control político, sino simple deseo de servir a la justicia social y a la concordia ciudadana. Con el apoyo social que el presidente tiene (¿tenía?), se le ofrece una oportunidad extraordinaria de servir a la justicia social y a la concordia. Ese debe ser su mejor objetivo.

Pero a la concordia no se llega desde escenarios de amenaza, insulto y fuerza militar.

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