Dr. Víctor Manuel Valle Monterrosa
Desde la secundaria aprendimos que Cicerón, el notable filósofo de la antigua Roma, acuñó la frase “La historia es la maestra de la vida”. Y esa es una sencilla y gran verdad. Conociendo la historia los pueblos evitarán tropezar en la misma piedra dos veces. Claro, después viene la otra famosa frase de que la historia se repite, primero como tragedia y después como farsa. En todo caso, la piedra de la tragedia no sería la misma de la farsa.
El 25 de diciembre recién pasado se cumplieron 100 años de la navidad sangrienta en El Salvador, cuando la dinastía Meléndez-Quiñónez perpetró una masacre contra una manifestación de mujeres que marchaban en apoyo al candidato presidencial opositor Miguel Tomás Molina. El desafiado candidato oficial era Alfonso Quiñónez Molina, cuñado de Jorge y Carlos Meléndez que, desde 1913, se turnaban en la presidencia.
La masacre de esa navidad sangrienta ha sido muy difundida, documentada y analizada. En algún momento se pensó que los movimientos revolucionario, progresista, y contestatario, sobre todo desde la esquina feminista, de El Salvador, conmemorarían en debida forma e intensidad este centenario, sobre todo para extraer lecciones de vida política.
Nadie ha dicho nada. Parece que la historia, como maestra de la vida, ha sido puesta en pausa. Y El Salvador sigue cargando problemas políticos, sociales y económicos que, hace 100 años, ya estaban esbozados y había un esquema gobernante oligárquico, represor, y concentrador de riquezas y poderes; pero solo duró 14 años, suficientes para sentar las bases de un subdesarrollo integral que, a pesar de los bolsones de aparente desarrollo que regodean a algunos, aún caracteriza la vida de la inmensa mayoría de salvadoreños.