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Familiares se reúnen para celebrar los 100 años de Graciela de Galdámez, quienes compartieron con mucha alegría estar al lado de su querida madre, abuela, bisabuela y tatarabuela quien cumple un siglo de vida. Foto Diario Co Latino/Ricardo Chicas Segura.

Cien años sonriendo y luchando por una vida mejor

Patricia Meza
@pmeza1

Lo primero que hay que hacer al levantarse es bañarse, desayunar bien…, frijoles fritos, plátanos fritos, pan francés y café endulzado con panela y a todo esto solo se le agrega “siempre sonreír”.

Estos consejos alimenticios no van de la mano de un nutricionista, pero le han servido a la “niña Chela” a sobrevivir durante 100 años.

Ella vive en una casa pintada de celeste, al oriente de San Salvador, y se da el lujo de tener una amiga de 102 años, que la visita en silla de ruedas.

Sus recuerdos están presentes como si fueran ayer. Graciela Montenegro de Galdámez, quien nació un 28 de abril, de 1919, ha vivido su vida siendo feliz como niña, estudiante, trabajadora, esposa, madre, abuela, bisabuela y tatarabuela entre otros “títulos”.

Desde los 14 años, le tocó trabajar muy duro, en una fábrica de cajas, cortando el cartón con una guillotina, ganaba un colón a la semana; luego hizo empanadas, fue costurera y también asumió una de las tareas más duras y sacrificadas: ser madre.

Con una perfecta lucidez y sonriendo cuenta que su mamá, que se llamó Ignacia Montenegro, la trajo al mundo donde antes fue el “Campo Marte”, hoy “Parque Infantil”, durante un terremoto de 5.9 grados que causó más de 100 muertos, 400 heridos y 1000 damnificados en los barrios de San Esteban, Cisneros y Concepción y en los alrededores del Cerro San Jacinto, San Marcos y Soyapango.

Pese a que nació en medio de una tragedia, esta no la marcó, pues su vida ha sido “feliz”. De niña, porque jugaba mucho haciendo tortillas de lodo, saltaba cuerda y bailaba con el hula hula. Y también cuando jugaba con sus hermanas y hermanos a la piscina, en un hoyo en la tierra que habían hecho en casa de su abuelita, que al llover se llenaba de agua.

Estudió en la escuela Ana Guerra, donde compraba “chirolones” a dos por un centavo, “hasta 6to. grado el equivalente a un bachillerato” y aunque no era buena dibujante (algo que de lo que se lamenta hasta la fecha), se destacó como buena estudiante, al grado de ganarse una beca para estudiar enfermería.

Pero abandonó este sueño, debido a que sus padres no podían pagar los gastos en libros y otras cosas de uso personal, que se exigían como parte de la beca.

Sin embargo, esto no la hizo desmayar o deprimirse, siempre dejó las cosas a Dios y siguió adelante, sin mirar hacia atrás.

La niña Chela recuerda a sus cuatro hermanas y a sus tres hermanos. De todos, solo sobreviven ella que es la mayor y la hermana menor Erminia Montenegro de 89 años.

A los 14 años conoció al amor de su vida, quien vivía en el mismo sector donde ella: “me caía mal ese chele”, dice ahora riéndose. “Lo conocí en un mesón, era bien blanco, ojos amarillos…, el luego fue mi jefe en la fábrica de cajas de cartón”, recuerda y agrega “era bien serio”.

También tenía 14 años, igual que ella, pero el puesto se lo dieron porque era muy responsable, serio y bastante estricto y ahí me convenció. Era bien guapo”, afirmó. Con el tiempo se hicieron novios y terminaron “juntándose” como ella cuenta.

Desde entonces no se separaron hasta que su esposo Roberto Galdámez, murió de 85 años, hace 15 años. El trabajaba en la fábrica Minerva, donde laboró 46 años. Recuerda y también viene a su mente los viajes que hizo con él, ya que también fue árbitro de fútbol y lo acompañaba a todos lados. Esta familia vivió en el barrio San Miguelito, por 14 años, luego se trasladaron al Oriente de San Salvador, donde ahora sigue viviendo. Le tocó ser madre de Graciela de 81, Irma de 80, Gloria de 76, Roberto de 78, Manuel de 72 y Alfredo de 70, este último se fue a Canadá y no saben nada de él.

En la actualidad todos se turnan para cuidarla durante la semana y fin de semana, para que nunca esté sola y para estar pendientes de todas sus necesidades. Cuando daba a luz sus papás la cuidaban mucho, su dieta alimenticia post parto, consistía en carne asada, queso duro viejo, tortilla y chocolate, cumplirla a cabalidad y dormir mucho.

“Me salieron todos buenos hijos”, dice la niña Chela y sonríe, pero agrega rápidamente que su política de vida ha sido que todos contribuyan en los quehaceres de la casa. Y como hacían empanadas pues ellos se encargaban de acarrear la leña, el plátano, la leche y también en la elaboración de las “famosas empanadas de la niña Chela”. Luego del trabajo todos tenían el deber de ir a la escuela, hasta sacar una profesión.

Con el tiempo su esposo decidió que era tiempo de dejar las empanadas de lado y le puso un negocio en su casa, la venta de manta cruda, entonces también, esta centenaria mujer aprendió costura y hacía sábanas y manteles.

Para Graciela hay una clave que lleva a estar mejor en la vida y es ser obediente a lo que dicen el papá, la mamá y los doctores.

El aceite de bacalao debe estar en la dieta de todos, recomienda, también cuidarse cuando uno anda mestruando, en el caso de la mujeres. Para ella los jóvenes de estos tiempos, no van a llegar a viejos porque pasan “prendidos” en la computadora y el teléfono.

Así como también no les interesa aprender oficios, que debe ser básico para la sobrevivencia.

Ella aconseja no faltar a la escuela, solo que sea por algo grave.

La centenaria mujer cree que ahora la vida está “terrible” y que cuando gobernaba el General Martínez, sí se ponía orden. Así como hacía su mamá que los  “penquiaba”, si se portaban mal y con lo que tenía en las manos les daba.

Doña Chela dice que ella ha sido alegre, la gente “brava” no le cae bien. “Yo quiero a la gente y la gente me quiere a mi y eso que nunca he andado de casa en casa buscando chambres, tampoco soy mentirosa”, señaló.

Al acostarse siempre eleva una oración para pedir por sus seres queridos, ya que es muy devota. Y con una contagiosa sonrisa Doña Chela agrega, que ya no quiere cumplir más años porque se hará “más viejita”.

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