A René Humberto Guevara González
Pedro Emilio Linares
Guillermo de Jesús Hernández Colocho
Wilfredo Mancía (Agua Helada)
Eduardo Edmundo Cordero (Totiya)
Israel Francisco Chávez (Abrelatas)
Wilfredo Antonio Lemus…
Hace años te vi, con tus edificaciones:
la cancha de fútbol, el auditorio, los talleres,
la ceiba, la piscina, el árbol de tamarindo,
sin faltar el comedor, el Prefa, las glorietas;
todo aquello parecía distinto a mi casita,
pero yo, como todo “nuevo” llegaba a la cita,
ansioso, dispuesto a sudar la camiseta.
Lleno de ilusiones, cargaba una maleta,
llegaba puntual, no estaba escrita la receta.
Cada uno dejaba atrás sinsabores, los ayeres
donde sólo había escasez. Iba a otra escuelita
que se prendería en mí como viejas canciones.
Allí conocí la hermandad, incomparables amigos,
con quienes compartiría alegría, infortunios,
lluvias de mayo… también plenilunios,
cipotes obesos, trigueños, flacuchos, altos y bajos
pelo crespo, liso, hirsuto, ojos verdes, cafés o azabache,
cada uno llegaría de diferentes departamentos,
y pronto unirían –en un solo abrazo- los sentimientos
abriéndose camino, evadiendo los atajos
para enfrentarse a la vida…
y como la novela Los cachorros
los sentimientos crecerían, serían chorros
las ideas que germinarían hasta recibir pergaminos
¡ay, Dios, tú nos labraste los caminos,
y ahí estabas tú, querido amigo
llevando en las maletas incertidumbres
también, igual que yo, esperanzas y sueños…
entonces éramos mozalbetes;
y veíamos por el reojo, las cumbres…
pronto encumbramos la piscucha
de los sueños, jugábamos fútbol y con juguetes de barro
elaboradas por manos precolombinas
eso lo supimos con los días. Quizá hubo algún asentamiento
indígena… eso lo comprendí con el tiempo
pero nosotros los cambiábamos por panes
en invierno o en verano… un sentimiento
pero nunca guardamos inquina
hacia nadie… mejor aprendíamos los refranes
y de los hoyos, con será, sacábamos las arañas
al caer la tarde o por las mañanas
¡ey nuevo! –dijeron- te avivas o te ponemos la capucha!
Las tormentas ya no eran aflicciones
¡eso era cuenta del pasado!, en la nueva casa
pues arremolinados, en el auditorio
veíamos documentales de los alemanes desalmados
que la emprendían contra los judíos con gran odio,
más en nosotros nos inculcaron a ser amados.
Algunos dejábamos el ombligo, el tecomate…
el mundo nos parecía más pequeño
aunque la fe, como la mostaza o el higo
pronto se elevaría cual vara de cohete.
Tú venías del occidente del país,
yo crecía en la zona central;
también había alumnos de la parte oriental,
nos hicimos artistas, otros, obreros;
soldados… sin faltar los guerrilleros,
profesionales de toda rama, bomberos,
arquitectos, ingenieros y doctores,
sin obviar los comediantes o locutores;
todos ellos de buen talante… caballeros
que con la “diana” nos mantuvimos despiertos
y hay de aquel que, haciéndose el “suizo” se durmiera
porque la trompeta, tocada por Rubén Balam, El Muñeco
no conocía de horarios… sino Pa Valdez “Tachuela”,
diría ¡Ajá Carajito!… la historia gira, rueda
y hoy agradecemos a la Ciudad de Los niños,
por su calor irrefutable, que, sin esperar nada,
nos cobijó como la madre abnegada…
La vacación vistió los cerros de nuevos celajes
y en la Glorieta: Pa Interiano, Tobi, Pa Funes o Pa Huezo
sin faltar Pa Guerra, Pa Velásquez, Pa Francia o Pa Guayo
Pa Avendaño, Pa Godínez, o Pa Herrera –el yoga-
nos encumbrarían con los “palos”, en invierno o en mayo
sin faltar Miguel Ángel Zavala,
seco, como vara de cuete o una bala,
no importa… nos guiaban con amor y filosofía
y hay de aquel que interpusiera la porfía
porque con amor, ponemos en alto el cariño
en todo el planeta… ahí donde el sol se esconde
saber que alguien con orgullo responde
“Soy ex alumno de la Ciudad de Los Niños”
escuela que hoy recoge el fruto
que tras largas jornadas y desvelos
de orientadores, directores, profesores
sin faltar los cómicos como Chirajito
que nos dijo desde la pantalla chica
“¡Marachito, ya se va papito!”
también la licenciada María Julia Barahona
delgadita, amorosa como ella sola;
todos ellos, muy profesionales
echaron la semilla y la cosecha fue abundante,
no hay alumno que no se vea como hermano.
Crecimos, con cariño y nos protegimos…
de cualquier fulano y echamos camino
para que décadas más tarde, como el envés
de la hoja, no ha podido desligar del corazón
ese aroma de rosas… claveles y jazmines
y aunque suene a canción…
salimos un día, pero no errantes
vimos la vida como los molinos de Cervantes.
Estos versos nostálgicos tienen rines
de bicicleta… queremos retroceder el tiempo
volver a ser lo chicos de antes
con sueños que crecieron como el higo.
En ese ambiente crecimos, elevamos cometas
también abrimos la jeta,
después de ir a donde “nuestro tío Portillo”
a hurtar mangos y naranjas
para después, haciéndonos subir sobre los hombros
Pa Valdez que nos daba grandes “penquiadas”
en las “posaderas”, pues tenía enumerados los “chilillos”
sin importarle la estatura de su próxima víctima
con ello mostramos que no éramos “angelitos”
pusimos calambres… nos volvimos
embarrados del mejor fruto… aprendimos
a valernos por nosotros mismos…
fue la ilusión muy bien escalada.
La voz del ausente también suena
como aquella “Adiós muchachos compañeros…”
sin faltar el charango, la zampoña o la quena
este canto se apoltrona, pero no tiene fuero…
Había que ver como se descubrieron artistas,
donde se quedaban chiquitos los malabaristas,
hubo actores, mimos como el Chele Borja
que echó camino a México, allá tiene en la alforja
añejos recuerdos que compila como los pergaminos
que acumuló en la Ciudad de Los niños.
Deportistas como Imacasa, Neto Mariona y Kiko Henríquez
que junto al chelón, dientes de paleta: René Lazo
rompían las redes de un instituto llamado San Luis
¡ay Dios mío!, tanta nostalgia se vuelve cedazo
de amor y no habrá quien me emplace
por cantar de alegría lo que me place
desde América hasta París…
cada alumno hizo la hombrada,
y anda por el mundo, como Arcipreste o Martín Fierro…
Caminó rumbo a Comala. ¡De esa savia yo quiero!
ese amor que pregono de mi escuela amada.
Pedro Linares, seguiste el paso de Pa Chicas y Pa Chepe
sin olvidarnos de la señora Gloria del Valle
quien midió como al alfabeto el talle
y nos enseñó a deletrear de la A hasta la Z
aunque como dicen que “quien nace pa maceta”…
y así saldríamos de la ignorancia
regresándole cual fragancia
los soplos de amor que no nos apartaron del cariño
a nuestra escuela Ciudad de Los Niños
hoy, como profesionales les devolvemos el cheque
no con saldo rojo, eso queda para los estadistas
que siguen aumentando nombres a las listas
de ex alumnos con dones cachimbones…
y ahí estaba la ecónoma mamá Toyita
acompañada de la mamá Chenta, o la Mamá Rosita
que con amor nos preparaban los alimentos…
No podía faltar el ícono Murillo, quien inyectaba vitaminas
o la peligrosa Benzetacil… sobró también quien gritara
a deshoras “Señor sereno, me pica el alacrán…”
fue el sereno Pa Julián
quien pasaría a la historia
esas frases se quedaron en mi memoria.
Ahí les van los recuerdos, y cada alumno da
gracias a Dios, porque de él nace la fe
como el amigo Lacho que repartía el café
a quien sólo le hablábamos de Pichioni, del Deportivo FAS
y ya tenías como mantener las tripas en paz…
Gruesas lágrimas brotan de mis ojos, sentimiento que se agita
dándole vida a las cuitas…
y esta historia que tras cinco décadas queda escrita.
Hubo alguien también, que puso en su cuaderno
la letra J minúscula de josé en la página completa
del cuaderno… si alguien lo recuerda, se llama Otoniel
Ramírez, y no es el Negro, llamado Guillermo
Colocho, que emuló a los grandes deportistas,
pero que también se hizo jurista…
Orientadores, profesores, directores y artesanos
nos enseñaron a usar el martillo, la máquina de coser
a engrasar las manos, sin ver a nadie como villano
sino a amar al cristiano… y ahí estábamos en el taller
preparando las herramientas para ganarnos la vida.
Y si te portabas mal, estaba el corte “Pato Bravo”
que para eso era experto Pa Reyna
o te mandaban a la bodega, a traer corriente en polvo
¡Ah frases!, sin son eternas
en mi memoria.
¡Ay Dios mío, estoy hablando desde mi alma henchida
de felicidad!… porque en el cantón Zacarías
aprendí a soñar, a volar más alto que las mariposas
que para unos podría ser cualquier cosa
pero no es así… son las nostalgias de niño
que recuerdan que allá en el cerro Santa Lucía
se encuentra la escuelita que nos robó el cariño
como nadie podría hacerlo aunque venga de Andalucía,
esa se llama, con orgullo, Ciudad de Los Niños…
Luis Antonio Chávez
Poeta Salvadoreño
Del libro Confesiones de invierno