Tania Primavera,
Periodista
En la vereda empinada camina la multitud con sus recuerdos viajantes y atraviesa fronteras. En El Salvador, la guerra y sus coletazos son una bofetada que golpea a todos: animales, naturaleza, gente. Solo queda buscar refugio. Caminantes viajeros con sus pocas cosas. Sus memorias serán expresión en bordados con sus marcos tejidos. Quedan como una escena congelada en el tiempo, en el refugio-casa. En la manta que era un costal. Es un códice en tela bordada. La memoria en el refugio. Eso se muestra en el Museo de la Palabra y la Imagen en la exposición “Bordadoras de Memorias”.
La mujer campesina borda el paisaje, pájaros y flores, en sus mantas usadas para envolver las tortillas. Aquella costumbre de bordar, se pasa de generación en generación. Esta forma de expresión cambió en los campamentos de refugiados de ACNUR en Honduras, en donde desde enero de 1980, más de 30.000 salvadoreños, huyen de la opresión ejercida por las fuerzas del Estado. En condiciones dramáticas, el éxodo quedó tatuado piel adentro. Pasarían varios años hasta 1989, cuando comenzaron a regresar poco a poco, a repoblar sus antiguas comunidades o refundar otras para comenzar de nuevo. Esos mantos bordados, fueron testigo molesto y denuncia, dieron vida a lo que veían, entre la tristeza también surgen delicados destellos de belleza, las diversas técnicas de bordar, cada uno es una obra de arte.
Procedentes de diversos lugares, como un camino de hormigas, de día y noche, con sol o tormenta, emigrando fueron dejando “la patria” atrás, hacia la frontera de Honduras, instalándose mujeres, ancianas y ancianos, niñas y niños, en los campamentos de La Virtud, Mesa Grande y Colomoncagua. La frontera era un lugar de difícil acceso, incomunicado, bajo control militar, agencias de solidaridad acompañan estos espacios de resguardo humano. Pero ni ahí tenían total seguridad y paz. En algunas ocasiones hubo miedo, persecución y muerte. La expresión en telas, comenzó con la creación del taller de bordado, donde participaban las niñas y las mujeres.
Así como nuestros ancestros indígenas desde la época prehispánica, elaboraban sus códices en el papel sagrado presentando sus historias. Así también, las mujeres sin saber que estos son sus códices contemporáneos, comenzaron usar hilos y a bordar destacando dos cosas: Lo vivido en el pasado, y el presente en el refugio.
Comienzan a expresar lo que las palabras no podían expresar: historias personales, experiencia del éxodo, abandono de sus viviendas ante la eminente guerra. Con hilos de alegría, de tristeza, de amor y esperanza, fueron guardando la materia prima que eran las telas de los sacos de manta que traían alimentos para el refugio como harina, maíz, frijol. Los sacos, se convirtieron en bordados de memorias. Mantas de mediano tamaño, unas mas grandes que otras, sirvieron para ser testimonio de como fueron arrancados de sus pueblos, en una vorágine de violencias.
Una forma de comunicar con el mundo. El trauma de decir, yo sé que pasó eso, tener esa evidencia, hacer un dibujo y así tener el testimonio, verlo en comunidad o mandarlo al exterior; también buscar testigos afuera para que se sepa que ese es el dolor de una persona. No solamente era un momento histórico, era también un momento de violencia.
Individualmente, quien hace ese tejido expresa de una forma la violencia. Pero mucho más allá de una palabra, es buscar que alguien le diera validez, que sí ocurrió este evento. Un evento real.
Con hilos y mantas, en los refugios se fueron documentando masacres, vejaciones, torturas y desventuras ocurridas antes del éxodo; a la vez que registraron la vida en sus tiendas improvisadas, en la comunidad de refugiados, una nueva vida sin saber cuándo ni cómo regresarían al otro lado, a El Salvador.
Al ver algunas de estas obras en el MUPI, en la exposición se muestran en acción las diversas tareas, oficios y talleres entre ellos sastrería, alfarería, hojalatería, bordado, dibujante, cocina, educadora, carpintería, agricultor, hamaquero, también aparecen el periodista y el médico. Algunas registraron la masacre del Sumpul, y otras, también contenían lemas y títulos como: “Refugiados salvadoreños en Honduras, no aceptamos la repatriación ni reubicación violenta. Colomoncagua 1987”, “Refugiados salvadoreños pedimos paz, justicia y libertad”, “El comité de madres denuncia la masacre que hizo el batallón Atlacatl el 30 de agosto de 1984 en el rio Gualsinga, Chalatenango”. Al acercarse al colorido bordado, es un impacto muy fuerte verlos. Manos que salen del río simbolizando gente ahogada y helicópteros sobrevolando, gente escapando, rostros afligidos, animales muertos, bebés muertos, sangre, manos empuñando armas, árboles, nubes, sopes, todo en bordado, finamente acabados sus detalles por manos de mujeres.
En medio de la convivencia del refugio, las autoridades hondureñas pusieron la libertad religiosa en peligro, dando preferencia a organismos que tenían vínculos con religiones cristianas norteamericanas. Desacreditando y en algunos casos acusando a las organizaciones católicas por decir que estaban ligadas al comunismo internacional. Los refugiados no se escapaban ni en el refugio. Hay datos como el ocurrido el 22 mayo de 1981, dos refugiados llegaron a altas horas de la noche al refugio de Colomoncagua y fueron escoltados por unas personas destacadas ahí de una organización y ellos los entregaron a las autoridades. Después aparecieron muertos. Los militares obligaron a los refugiados a rezar sobre los esos cadáveres desfigurados bajo la amenaza de sus armas. Y a callar posteriormente.
Aun así, continuaba la vida en el refugio. Se bordaba como un ejercicio íntimo, sanador y reparador, lo que se podía. Mientras se bordaba en grupo, las mujeres hablaban. Esos bordados fueron enviados a otros países, sobre todo en Europa, y se llegaron a vender para generar algún tipo de solidaridad para las comunidades. El MUPI en San Salvador, obtuvo a través de una campaña algunos de esos bordados que se encontraban con personas en diversos lugares del mundo. Resguarda medio centenar de mantas en la colección del Archivo Histórico, algunos de esos bordados se muestran expuestos en la sala “Bordadoras de Memorias”.
El Museo continua su campaña de recolección de bordados, haciendo el llamado contra el caos de la desmemoria, para seguir reuniendo más de estos mantos dispersos desde aquella época. Mantas viajeras, surgidas desde los bosques en esa frontera del olvido entre El Salvador y Honduras, para unirse en voz y memoria. Son los nuevos códices bordados reveladores de la historia.
En cualquier lugar del mundo donde te encuentres…¿Tienes bordados realizados por mujeres en los refugios de ACNUR en Honduras? Comunícate con el Museo de la Palabra y la Imagen, en San Salvador, El Salvador. Al teléfono: (503) 2564 7005 o correo electrónico: [email protected]
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