Guido Castro Duarte
A nivel mundial, observamos la decadencia de la clase política que perdió el rumbo de sus proyectos históricos y se parapetó en sus dogmas para poder esquilmar la hacienda pública y a la larga, asumió como propio el mercantilismo salvaje.
La razón de ser de los partidos políticos es la representación de diversos sectores de la población que poseen una determinada cosmovisión, lo que comúnmente se denomina ideología.
Los partidos políticos se convirtieron en instrumentos de la clase dominante, a través de los cuales, el poder económico maneja la cosa pública a su conveniencia, creando una red de privilegios a costa del bien común, que constitucionalmente, es la razón de ser del Estado, y que se manifiesta en la conservación de los derechos fundamentales ae la vida, la libertad y la propiedad.
Los partidos políticos se han encargado de dividir a la sociedad, sembrando el odio y la violencia, haciéndonos creer que el mundo era bipolar y que la dinámica amigo-enemigo debía prevalecer en las relaciones sociales y políticas, llegando hasta la destrucción del contrario, lo que ha generado sangrientos conflictos a lo largo de la historia.
Los partidos políticos se han convertido en patrimonio particular de algunas familias o dirigentes, que vociferan exigiendo democracia y no son capaces de practicarla en sus procesos de elecciones internas.
Para los representantes de los grupos de poder, es más fácil hablar con estos “capos”, que con los organismos partidarios o de manera oficial, con los representantes estatales. Es el pragmatismo en su versión más pura.
Los partidos políticos han llevado a nuestro país al estado de cosas que vivimos actualmente, y para su conveniencia, pareciera que se han convertido en los únicos pilotos de un avión que vuela sin rumbo fijo en el espacio abierto.
Los políticos se han transformado en mercaderes de la mentira, pero el cántaro de tanto ir al río se rompe. La gente ya no cree en los políticos tradicionales, son los personajes peor calificados en las encuestas de opinión, superados con creces por la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas.
Prueba de lo anterior es la victoria de Donald Trump en los Estados Unidos. La gente no votó por el partido Republicano, votaron por un empresario que le ofreció a la mayoría anglosajona, volver a liderar el nuevo orden geopolítico, en el que los privilegios pretenden ser exclusivos para los norteamericanos y no para los extranjeros, y que los puestos de trabajo volverán a suelo nacional, restándole beneficios a los socios comerciales surgidos en los últimos gobiernos, independientemente hayan sido republicanos o demócratas. Este personaje pretende llevar a los Estados Unidos nuevamente a la prosperidad, luego de una crisis financiera generada precisamente por los empresarios y su ambición desmedida.
Pero en El Salvador, y en muchas otras naciones, la gente se ha cansado de los políticos. Se cansó de sus mentiras, de los privilegios que se han recetado durante años: autos de lujo, viajes de placer, gastos de representación, amantes contratadas en puestos públicos (regularmente de “asesores”), gastos excesivos de gasolina, etc.
Todo ello contrasta con la pobreza de la mayoría de nuestro pueblo que se debate diariamente por sobrevivir. Estos personajes gozan de una opulencia insultante para el ciudadano de a pie, que normalmente se sujeta a un exiguo presupuesto que nunca logra cubrir ni siquiera las necesidades básicas.
Las obras estatales van desde las obras faraónicas hasta el mantenimiento de las vías secundarias o la construcción de escuelas o dispensarios médicos en la zona rural. En todas estas, frecuentemente se ponen en práctica diversas formas de corrupción, y con el tiempo, siempre salen a luz graves deficiencias en la construcción de las mismas, uso de materiales deficientes, mala planificación, peculado, ilegalidad en el otorgamiento de las licitaciones, etc. Muchas resoluciones judiciales, legislativas y administrativas, buscan beneficiar a determinados grupos económicos o personas, y el bien común pasa a segundo plano.
Desgraciadamente, el pueblo está gobernado por muchos delincuentes de cuello blanco, por incapaces, domina el clientelismo político, que en los últimos años le cuesta al pueblo 40,000 puestos públicos que muchas veces, son plazas fantasmas. Hay que refundar el Estado o pronto entraremos en una crisis sin precedentes.