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Una trabajadora ensambla urnas en Cali. Colombia. [Foto Diario Co Latino/Luis Robayo/AFP]

Colombia, entre dos opciones radicales y con la paz en el centro

Bogotá/AFP

Hector Velasco

La izquierda radical y la derecha conservadora se medirán el domingo en un inédito primer duelo por la presidencia de Colombia. Dos asuntos clave entrarán en juego: un pacto de paz por cumplir y la tormentosa relación con Venezuela.

Terminado el conflicto de medio siglo con las FARC, la guerrilla que históricamente marcó la pugna electoral, la cuarta economía latinoamericana acudirá polarizada a las urnas con un renovado menú de preocupaciones.

La corrupción, la desaceleración económica, la salud y el repunte del narco, que castiga las fronteras con Venezuela y Ecuador, inquietan a los colombianos.

Ninguna encuesta anticipa una definición en primera vuelta y si no fallan, habrá que esperar hasta el 17 de junio para conocer al futuro gobernante de este país de 49 millones de habitantes, aliado de Estados Unidos y mayor exportador mundial de cocaína.

Dos de seis

Por primera vez la izquierda antisistema le disputa el poder a la derecha, tras una campaña saturada de debates y proselitismo en redes. La abstención, que ha rondado 50%, podría volver a ser protagonista.

Son seis candidatos pero dos, los favoritos para el balotaje. El más joven y opcionado es el derechista Iván Duque, un senador de 41 años, sin mayor recorrido político, pero con un respaldo de peso: el del controvertido expresidente Álvaro Uribe, el legislador más votado en marzo.

En las preferencias le sigue, aunque con una diferencia de diez puntos, Gustavo Petro, exguerrillero y exalcalde de Bogotá de 58 años, que promete una batería de reformas.

Detrás se ubican el independiente de centro Sergio Fajardo y el exvicepresidente Germán Vargas, que luchan por dar la sorpresa. El exnegociador de paz con las FARC Humberto de la Calle, aparece rezagado. El evangélico Jorge Trujillo no supera el margen de error.

Paz y polarización

Opositores ambos, Duque y Petro son la expresión de un país dividido. «Esta polarización empezó antes, en el plebiscito de 2016 para refrendar los acuerdos de paz», señala Juan Carlos Rodríguez, del Observatorio de la Democracia de la Universidad de los Andes.

Aunque el No se impuso en el plebiscito, el presidente Juan Manuel Santos sacó adelante el convenio que desarmó el año pasado a unos 7.000 combatientes, pero aún falta por implementar el sistema de justicia que garantiza verdad y reparación a millones de víctimas.

Duque quiere modificar el acuerdo que ha evitado 3.000 muertes al año, para impedir que los rebeldes implicados en delitos atroces ejerzan la política, mientras Petro asegura que honrará los compromisos.

La derecha «podría desmontar partes muy importantes del acuerdo», como Donald Trump ha hecho con las políticas de Barack Obama, opina Robert Karl, analista de la Universidad de Princeton.

En su intento por una paz completa, Santos también negocia con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), mientras combate a disidentes de las FARC y mafias armadas del narcotráfico.

Con Duque, difícilmente seguirían las conversaciones con el ELN.

El fenómeno

Con una combinación de plaza pública y redes sociales, Petro descolló en esta campaña. En su paso por la alcaldía se ganó la fama de autoritario y mal administrador, pero terminó encarnando el «cansancio» con las élites políticas y el «hastío» con la corrupción, según Rodríguez.

«Antes de la disolución de las FARC, la izquierda tenía poco margen de maniobra porque era fácilmente estigmatizada», subraya.

En uno de los países más desiguales del mundo, Petro plantea una economía no dependiente del petróleo y una agenda ambiental y progresista en temas sociales. Aquí estas reformas «se consideran extremistas, porque vivimos en un feudalismo bastante manchado por el narcotráfico», señala Petro a la AFP.

De su lado, Duque batalla para no parecer «un títere» de Uribe, aunque reivindica las mismas causas de su mentor: inversión privada, Estado austero y valores familiares tradicionales.

También «la seguridad es parte fundamental de la agenda nacional como valor democrático», afirma.

A esta contienda el centro llegó dividido y sin oxígeno.

Venezuela

Venezuela irrumpió con realidad y ficción en la campaña. La crisis económica ha empujado a 762.000 venezolanos hacia Colombia, y de ellos 518.000 pretenden instalarse.

Bogotá prácticamente no tiene relaciones con el reelecto gobierno de Nicolás Maduro, y la frontera es un hervidero de contrabando de gasolina, mercadería y drogas.

Duque propagó la idea de que bajo un gobierno «castrochavista» de Petro, Colombia sería como la postrada Venezuela. Petro, que simpatizaba con el fallecido Hugo Chávez, se ha desmarcado de Maduro y su proyecto «adverso a la democracia».

Detrás de esos señalamientos, agrega, hay una campaña de miedo.

Pero «afortunadamente hay consenso en que los migrantes no se pueden expulsar, no se les puede tratar por debajo de unos mínimos de respeto y humanidad», señala Sebastián Bitar, analista político de la Universidad de Los Andes.

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