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Colonización interior

José María Vigil
(Tomado de Agenda Latinoamericana)

La historia humana antigua es la historia de las sucesivas conquistas y colonizaciones de unos pueblos contra otros, tanto en el campo político, como económico, como cultural o tecnológico. Pero un pueblo es difícil de mantener sometido. La dominación siempre suscita resistencia y rebeldía, difíciles de mantener a raya. A la larga, no son suficientes la violencia militar, económica, ni policial. La dominación ha de ser aceptada por los sometidos. Y esto sólo se consigue conquistando sus mentes, colonizándolos interiormente. Y esto ocurre tanto en la historia de los pueblos como en la vida personal. Veamos un ejemplo.

a) La historia de los afroamericanos

En los ingenios azucareros del Brasil colonial, era muy difícil mantener sometidos a los centenares de esclavos negros. Hacían falta muchos vigilantes, vallas, castigos… Pero la coerción impuesta e injusta nunca convence. Los dueños de los ingenios preferían por eso tener siempre un capellán, que además de educar a los hijos del dueño, organizara los cultos diarios a los esclavos, e impartiera la catequesis (obligada). Con un capellán trabajador y dedicado, disminuían notablemente los problemas de seguridad, de fugas, de revueltas, más que con más capataces.

La predicación de los capellanes no enseñaba a los esclavos virtudes como la fraternidad, la igualdad de los humanos, la lucha por la justicia y por la libertad; ni la unión, la fe, la rebeldía y la esperanza. La predicación decía que las mayores virtudes del cris-tiano eran la obediencia, la humildad, la paciencia, la resignación, la sumisión ciega a la voluntad de Dios. La predicación a los esclavos decía también que debían sentirse felices de ser esclavos, pues, de no haberlo sido, no hubieran podido salvarse… La predicación hacía que los esclavos creyesen que había sido la providencia de Dios la que los llevó a la esclavitud, para que así pudieran ganar la vida eterna. La escla-vitud no aparecía como un mal, sino como un medio de atraer a los paganos a la sociedad cristiana, que era la de los blancos. Y esta finalidad tan sagrada justificaba el medio: la esclavitud.

Los esclavos, sometida su mente a tal bombardeo de ideas religiosas, acaban sometiéndose, aceptando con resignación, quizá sin creerse demasiado que, encima, eran unos privilegiados. La colonización de sus mentes -en este caso por la vía de la religión- les anestesiaba ante sus sufrimientos, el sofocamiento de sus sentimientos de indignación, y el aplacamiento de todo intento de rebeldía… «contra la voluntad de Dios». Con su colonización de las mentes, la religión colaboró con el esclavismo del incipiente sistema capitalista, siendo una pieza fundamental, que engrasó la maquinaria violenta de una de las formas más oprobiosas del sistema colonial.

Valeria Rezende lo ha relatado de un modo sumamente pedagógico e intuitivo en su «Historia de la Iglesia en Brasil. Período colonial», que recomendamos vivamente leer y estudiar, personalmente y en grupos (disponible en la red).

 

b) En la propia vida personal: colonización de las mentes

En el centro de nuestras personas (bajo de esa capa superior superficial en la que siempre tenemos algo que decir, hacer, preguntar…), en la intimidad más personal, está nuestra mente profunda. Nuestra observación del mundo es enviada instantáneamente allí, y esa mente profunda es la que, automáticamente, interpreta lo que vemos, sentimos, y decide lo que vamos a actuar. Tiene instalados, para ello, modelos, axiomas, grandes principios, valores, informaciones básicas sobre el mundo, todo un software, con el cual se maneja y nos dirige. Lo que somos, sentimos, hacemos… depende, fundamentalmente, de esa nuestra mente profunda y de su software instalado.

Decía Aristóteles que el ser humano venía a este mundo con la mente tamquam tabula rasa, sin nada escrito; hoy diría que venimos con nuestro disco duro vacío -el hardware con sus potencialidades-, pero sin aplicaciones, incluso sin sistema operativo (no como lo compramos nosotros hoy día). Es decir, venimos sin nada aprendido, y para que podamos funcionar se nos ha de instalar un software. La educación y nuestras diferentes posibilidades nos lo van a instalar. Padres, familia, escuela, educación, estudios, mas media… se encargan de depositar en ese hondón de nuestra mente profunda, el bagaje común de la noosfera de nuestra sociedad, de la cultura en la que estamos, sus presupuestos, supuestos, creencias, convencimientos, sentimientos colectivos, valores positivos y negativos, incluso enemistades colectivas.

Vemos el mundo, como nos lo hace ver el software que nos han instalado, según sus capacidades, sus limitaciones, sus sesgos… «Todo es según el color del cristal con que se mira». Un cristal que esta vez no está fuera de nosotros, sino dentro, muy adentro, en el hondón de nuestra mente profunda, en ese software. Y más importante: ese cristal con el que miramos no es nuestro: nos lo han puesto, o impuesto; de alguna manera, lo hemos heredado. ¿No es ése el punto más sensible de nuestra persona en el que podemos ser controlados, manipulados, dirigidos, por ejemplo, para que no percibamos la realidad que no interesa que veamos, o para que la interpretemos de la manera que conviene a otros, o para que envidiemos los valores ajenos y desestimemos los propios? ¿No es ése el punto exacto donde residirá y se enraizará nuestra colonización interna?

Paradigmas que nos colonizan para interés ajeno

En el caso de los africanos esclavizados y obliga-dos a trabajar sin horario y sin derechos humanos ni laborales, los paradigmas o modelos de interpretación de la realidad que a la sociedad esclavista convenía que estos esclavos asumieran, eran claros: la esclavitud no sería mala de hecho, porque estaba permitiendo a los esclavos salvarse… Por ella estaban pudiendo los negros conocer la Buena Noticia, que les traía el hombre blanco. Este beneficio era infinito, a pesar de los daños y sufrimientos de la esclavitud… Además, una rebeldía contra el amo, sería como contra Dios, por lo que se debía servir al amo como se sirve a Dios…
La paciencia, la resignación, la aceptación del sometimiento eran condiciones imprescindibles para librarse del infierno tan realista que se les predicaba, todavía peor que el infierno que ya vivían en vida.

¿Quién dudará de que estas interpretaciones religiosas, instaladas en la mente profunda de las personas esclavas, fungían como el mejor suavizante y como la mayor legitimación posible de la esclavitud negra? Venían a ser quizá la pieza más importante de la colonización que sufrían en sus mentes.

Paradigmas filosófico-religiosos

En ese hondón íntimo de la persona están también -hemos dicho- los valores, las grandes interpretaciones, la comprensión del mundo y de nosotros mismos, muchas veces sin ser conscientes de ello, es decir, sin ser conscientes de que no vemos la realidad como es, sino a través de nuestra lente, y la vemos según su color. Puedo ir por la vida como un desgraciado, porque no me doy cuenta de que llevo una lente que me distorsiona la realidad, y no puedo descubrir mi error, que no es mío, sino que me lo causa la lente.

Aquí está el tema de los «nuevos paradigmas», una reflexión crítica epistemológica que nos hace examinar hasta qué punto estamos sufriendo un colonialismo internalizado, llevando por dentro unas lentes que nosotros no nos pusimos, que nos las pusieron, y que corresponden a formas de ver el mundo y juegos de valores que ya no son de hoy.

Tal vez somos deudores sin saberlo de la visión dualista de Platón, que tanto ha marcado a occidente, o del antiguo patriarcalismo que continúa considerando inferior a la mujer, o de la visión maniquea agustiniana de la sexualidad, o del orgullo de la raza blanca que juzga su pérdida de melanina como motivo de superioridad universal, o del fanatismo de que «mi religión es la única verdadera», o de una religiosidad que me sirve de opio del pueblo…

En la mente profunda radican todas estas ideas que nos fueron instaladas, que nosotros no elegimos, y que, si no sometemos a crítica y revisión, son el fundamento mismo de la real colonización que sufrimos. Para ser integral, toda descolonización ha de incluir a la mente. Descolonizar las mentes también es una misión liberadora: es liberar a las personas, y a los pueblos.

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