Más de 72.000 espectadores se juntaron en el Sambódromo, e Río de Janeiro, Brasil vibraron hasta el alba bajo un calor sofocante al ritmo de percusiones ensordecedoras de las siete escuelas principales del «grupo especial», la élite de la samba, que cuenta con un total de trece. Pero más allá de las plumas, las lentejuelas y la sensualidad exacerbada, el considerado «espectáculo más grande de la tierra» encarnó también la protesta de una población exasperada por la violencia y por la corrupción.
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