Rafael Lara-Martínez
Tecnológico de Nuevo México
https://nmt.academia.edu/RafaelLara
Desde Comala siempre…
Hoy que el problema del debate se coloca al centro de la elección presidencial, me pregunto la relevancia que este ámbito desempeña en la esfera cultural. A las lecturas de esta nota de enlistar las revistas oficiales que fomenten la discusión razonada de los asuntos nacionales, de su historia cultural y artística. De hojear las presentaciones y publicaciones periódicas del 2018, su lectura misma identificaría si acaso impulsan el encuentro de visiones distintas sobre una misma temática cultural. O, por lo contrario, promueven un solo enfoque como único y verdadero.
A mi juicio —sometido al error— el ideal actual consiste en ofrecer una perspectiva monolítica, sin posibilidad de crítica ni de interpretaciones plurales. A la antigua historia oficial se opone lo indócil de una nueva leyenda. Quienes no se adhieran en acto de fe al nuevo régimen, deben aceptar la exclusión de los círculos oficiales de privilegio. En vez de incentivar el diálogo razonado sobre el legado cultural del país, se incita una nueva ortodoxia. Esto es, un monólogo de invierno y verano cuya convocatoria rechaza la opinión divergente.
A este respecto resulta ilustrativo la reinvención del término “generación comprometida”. De aplicarse a los escritores quienes, en la ciudad, organizan el despegue revolucionario en los cincuenta, en su lucha contra las dictaduras militares, hoy se amplía sin límite hacia el pasado. A la búsqueda urgente de legitimar el presente en el pretérito, se presupone que la nación —en el sentido estrecho del legado artístico y literario— siempre enfrenta al estado.
No importa que nadie denuncie la expropiación de tierras comunales indígenas —en la década de 1880-1890— al inaugurar el modernismo, regionalismo, indigenismo, etc. Tampoco importa que nadie transcriba con ahínco las lenguas indígenas del país —salvo María de Baratta— desde su independencia hasta el interés actual por revitalizar la lengua. Que se invente un canon literario monolingüe en todas las antologías del siglo XX. Que El Salvador sea más castellano-céntrico que España. Que el fundador del Museo Nacional desdeñe lo indígena por su raza.
Pese a su compromiso gubernamental, la nación letrada siempre se antepone al estado. No interesa que los escritores y los pintores difundan su obra bajo una férrea dictadura, quien les ofrece su apoyo editorial y, a veces financiero. La censura de prensa oficial resulta inefectiva ante el auge del indigenismo nacionalista, dicen. Publicado bajo la misma tutela oficial, certificaría el interés gubernamental por difundir la obra de sus oponentes.
Menos aun interesa que sólo durante las dictaduras militares existan agregados culturales y revistas bilingües —“Revista El Salvador, de la Junta Nacional de Turismo (1935-1939)”. Antes de la diáspora actual, el estado se encarga de difundir la obra de la ciudad letrada y artística en el extranjero. Menos aún importa que grandes literatos ocupen puestos diplomáticos del gobierno.
En la actualidad, su obra siempre inicia la crítica del estado militar con quien los autores colaboran. Acaso, el síntoma supremo de ese malestar del “compromiso” lo exhibe la “Poesía completa” del poeta guerrillero más “incómodo”. En tres tomos, se edita bajo la sanción aprobatoria de sus rivales, mientras su archivo permanece ausente en las bibliotecas del país. Eluden la responsabilidad de conservarlo y completar la publicación de su obra.
Tal es el dilema de esta semana. Hay que reprochar la ausencia de un verdadero debate presidencial, sin mencionar que la esfera cultural del país se encierra en el monólogo. Mientras no existan publicaciones y presentaciones que fomenten el diálogo entre perspectivas diferentes, la política cultural refrenda siempre la falta de debate como esencial a su promesa democrática. Por una pequeña confusión de términos a raíz idéntica, se cree que el combate —donde com- implica compañía— y la eliminación del contrincante antecede el debate. En varios lugares del orbe, por desdicha, suprimir la diferencia —la palabra de otras culturas y otras visiones— inicia la idea del diálogo.
Por ello, sin una discusión intelectual, no extraña que la esfera política prosiga su ejemplo al dificultar el diálogo presidencial abierto. La interrogante será siempre si la democracia la inaugura el boicot contra el oponente —el combate— o la apertura excepcional al debate. Hasta 2019, pocas instituciones testimonian de ese estreno de una esfera cultural y política a varias voces disonantes. Al aceptar la diversidad cultural de lo salvadoreño, se presupone una sinfonía de voces. Acordes, a veces —discordes, en su mayoría— entonan una sola melodía política nacional en un estrecho territorio.
Portada de José Mejía Vides para la “Revista El Salvador de la Junta Nacional de Turismo”. El pintor exalta la labor de la mujer campesina como emblema de la cultura nacional que el estado difunde en el extranjero (1935-1970). He ahí el “compromiso” social del arte que el presente anhela rescatar. Una revista similar no existe hoy, pese al interés de la diáspora por lo nacional.
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