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Comenzar por los fines

Carlos Abrego

Hace pocos días hojeaba el libro de Blaise Pascal, “Pensamientos”, confieso que nunca lo he leído de pe a pa, entonces me topé con esta reflexión: “Es algo deplorable ver a los hombres deliberar sólo sobre los medios y jamás sobre los fines”.

Nuestro país, nuestra sociedad, atraviesa una profunda crisis social, cultural y política y muchos nos planteamos como principal tarea salir de ella. Es claro que la primera pregunta que nos hacemos es ¿cómo? Es innegable que la interrogación apunta hacia los medios y nos hemos enfrascado en discutir en ese cómo.

Sabemos que la solución al problema pasa obligatoriamente por las luchas. ¿Cómo organizar estas luchas, quién las organiza, qué tipo de luchas, etc.? Algunos sugieren que se tiene que volver al liderazgo del FMLN, otros rechazan tajantemente esta opción, no sólo por su derrota y estado actual, sino que porque lo consideran la causa misma que nos condujo a la crisis. Otros proponen nuevas organizaciones, de varios tipos y conduciendo luchas sociales sin participar actualmente en las elecciones. Quizás el único punto de concordia es la urgente necesidad de elevar el nivel de conciencia de nuestro pueblo.

 

El repudio casi general al estado actual de nuestra sociedad implica, aunque de modo inconsciente, el rechazo al sistema económico y al consiguiente retraso social que conlleva  y al que nos vemos reducidos. Haber estado sometidos al dominio económico extranjero durante tanto tiempo, que además fue complacientemente aceptado por la oligarquía nacional y justificado por su élite intelectual asociada, nos ha privado de la base material para un desarrollo social y económico  autónomo y autosuficiente.

De cierto modo, la salida de este sistema económico está planteada en el pensamiento de la izquierda salvadoreña desde por lo menos los años cincuenta del siglo pasado. Y también desde entonces hubo una enconada lucha por imponer el “cómo salir”, las famosas vías armadas o pacíficas. Aun no hemos olvidado nuestra historia reciente y no ignoramos que hasta dentro de la opción armada se siguió proponiendo la “vía democrática”. Es doloroso reconocer que la situación actual nos muestra que ambas vías fracasaron.

 

La lucha no la lleva adelante solamente la parte popular, sino que también la clase dominante sirviéndose de su Estado despótico, las luchas populares fueron concretamente dirigidas contra las sucesivas dictaduras. Las luchas emancipadoras del pueblo salvadoreño, urge decirlo, no tuvieron como único blanco la futura construcción social, ni la independencia del imperialismo, sino que concretamente se entrelazó con las luchas antidictatoriales. En la mente, en la conciencia de los salvadoreños predominó este último punto. El primer objetivo fue siempre sacarnos de encima a la dictadura.

 

Cabe señalar que en lo concreto no se supo pensar la dialéctica de ambas luchas, la inmediata y la mediata. Lo urgente ocupó todo el terreno de nuestra reflexión, de allí que el objetivo de la “toma del poder” cubrió o mejor dicho eliminó de nuestro pensamiento la configuración de la sociedad a la que anhelamos. Las circunstancias no se prestaban al desenvolvimiento y desarrollo de la teoría revolucionaria propia, la clandestinidad no es propicia para la controversia teórica, la compartimentación de tareas y el verticalismo organizativo impusieron un dogmatismo casi natural, pues la razón, la verdad absoluta le pertenecía a las dirigencias.

Los desacuerdos se arreglaban con insultos, expulsiones y anatemas. Nuestro “marxismo” fue siempre de segunda o tercera mano y muchas veces era simple y llanamente el viciado marxismo estaliniano. La dialéctica se redujo a cuatro o cinco reglas que anihilaban el complejo método o forma de pensar desarrollado  y propulsado por Hegel y Marx. Esto que señalo aquí no es un mal salvadoreño exclusivo.

 

Si logramos algún día sacarnos de encima a la clica de los Bukele ¿habremos resuelto todos nuestros problemas? En realidad eso sería apenas un episodio en nuestra historia, que ahora se nos pinta como el más importante y el más urgente. No niego la importancia, ni la urgencia de llevar algún día ante los tribunales a todos los delincuentes y usurpadores que ahora nos gobiernan. No obstante echemos una mirada hacia atrás, ¿acaso no tuvo su gran importancia el acto en que se firmaron los Acuerdos de Paz? Allí se abrió un nuevo episodio de nuestra historia.

¿La izquierda estaba preparada para responder las aspiraciones, los anhelos, las ilusiones del pueblo salvadoreño? Estamos con esta dictadura cerrando el ciclo iniciado entonces. Y hay que decirlo, fue la izquierda que llevó en ancas hacia el poder a este insolente y pretencioso ignorante de Nayib Bukele. La izquierda llegó al poder sin tener al inicio la capacidad de presentar su propio candidato a la presidencia, aun menos de tener claro qué es lo que había que hacer ya en el poder. Escudarse en que no se tuvo la mayoría parlamentaria es negar la incapacidad rotunda de lograrlo, ni el deseo de averiguar los motivos, todos los motivos del fracaso.

La presencia de ese monigote en el poder se lo debemos al FMLN, ¿cómo pudieron consentir las “bases” que un recién venido al partido pudiera casi de inmediato representarlos en la principal alcaldía del país? Pero fueron las “bases” las que aclamaron y promovieron a Mauricio Funes como candidato presidencial, sin ser miembro del partido. Funes nunca ocultó que no comulgaba con las ideas, ni los programas del FMLN, afirmó que tenía su propio programa. Es que esas “bases”, que en realidad son el partido, tenían bajo nivel ideológico y de manera borrega obedecían a la dirección oportunista de derecha del FMLN.

 

No se trata de venir a achacarle a uno u otro individuo la responsabilidad de lo ocurrido. La historia obedece a otros criterios, a otras leyes. Ahora debemos constatar que era imposible tener otro tipo de organización que el que se tuvo, que al verticalismo se le llamaba “centralismo democrático” y que tenía la aureola de su origen leninista. Nadie podía darse cuenta entonces que en la práctica, concretamente se había heredado un funcionamiento estalinista. Y de esto no fuimos las únicas víctimas, apenas a fines del siglo pasado e inicios de este, en el mundo, algunos teóricos han empezado de reflexionar sobre este problema y aún no se llega a soluciones evidentes.

Este modo de funcionar llevó al FMLN, en los años ochenta, a tener estrategias militares y políticas enfrentadas y en algunos casos antagónicas. Unos pensaban que la guerra debía de ser prolongada y otros que era urgente terminar con ella y pasar a luchar democráticamente. Sucedió lo que tenía que suceder, nadie puede saber que hubiera pasado si la otra opción hubiera triunfado. Pero en ningún caso hubieran sido, ni fueron las “bases” las que decidieron. Obligatoriamente debemos constatar que el nivel de conciencia de los militantes era bajo, no así sus impulsos, sus deseos, sus anhelos, su ganas de cambiar las cosas, de acabar con esta sociedad de miserias que nos imponen los ricos.

 

Acabar con esta sociedad de miserias sigue siendo nuestro anhelo, nuestro más hondo deseo, sin embargo seguimos sin saber por qué otra sociedad luchamos. Nuestras luchas antidictatoriales tienen presente, son concretas, tienen realidad, mientras que la lucha por la nueva sociedad es totalmente abstracta, aun no tiene existencia, no tiene realidad. Sin embargo sería un craso error oponerlas, considerarlas de manera separada, no ver que realmente son un todo, que son una unidad de contrarios, no se puede pues ignorar uno o el otro. El fin de nuestra lucha es la otra sociedad, a la que llegaremos mediante las luchas concretas de ahora, que no se puede obviar ni una, ni la otra. No obstante es necesario saber que ambas luchas al unirlas estrechamente tienen fuerza educadora y elevadora de nuestra conciencia. Así que vale la pena también comenzar por los fines.

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