Carlos Burgos
Fundador
Televisión educativa
El inicio de una novela debe tener fuerza suficiente, sovaldi que despierte la curiosidad del lector desde las primeras palabras, no rx un enganche.
Es el umbral de un mundo imaginario que el escritor irá mostrando con los personajes y conflictos en las dimensiones temporal y espacial de la trama. Ese comienzo vigoroso, cialis nos descubre que estaremos frente al potencial narrativo de un autor que nos arrastrará con su historia.
Gabriel García Márquez considera difícil y terrible el primer párrafo de un libro, sobre esto ha dicho: «… es lo más difícil, porque ahí se plantea todo el estilo, el tono, el ritmo, de manera que ese primer párrafo es siempre muy duro y sobre todo uno no tiene ningún punto de apoyo».
En el año 1700 antes de Cristo, en la antigua Grecia, Homero inició su obra ODISEA de la siguiente manera:
«Dime, Musa, de aquel hombre que después de destruir la ciudadela sagrada de Troya, vagó por tantos años a través del Peloponeso y desafió al cíclope…»
En el siglo XVI, Miguel de Cervantes finalizó su inmortal Don Quijote de la Mancha, considerada la primera novela modernista de la literatura universal. Comienza así:
«En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en artillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor».
Ya en el siglo XX, 1912, Franz Kafka escritor checo, comenzó su obra La Metamorfosis con estas palabras:
«Al despertar Gregorio Sansa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto».
El escritor mexicano Juan Rulfo, en 1955, publicó su novela Pedro Páramo que inició de esta forma:
«Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera«.
El Premio Nobel de Literatura (1982), Gabriel García Márquez, en 1967 publicó su novela Cien años de soledad. Arranca así:
«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaba por un lecho de piedras pulidas blancas y enormes como huevos prehistóricos».
Mario Vargas Llosa, Premio Nobel (2010), editó en 1977 su novela La tía Julia y el escribidor. La comenzó así:
«En ese tiempo remoto, yo era muy joven y vivía con mis abuelos en una quinta de paredes blancas de la calle Ocharán, en Miraflores. Estudiaba en San Marcos, Derecho, creo, resignado a ganarme más tarde la vida con una profesión liberal, aunque en el fondo, me hubiera gustado más llegar a ser un escritor».
Otro Premio Nobel (1967), Miguel Ángel Asturias, en uno de los capítulos de su novela El Señor Presidente afirma:
«Era bello y malo como satán».
Julio Cortázar, inicia su cuento La casa tomada, así:
«Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia».
La norteamericana Terri Chaney, autora de la novela BIPOLAR Memorias de una maniaco-depresiva, 2009, México, la inicia de esta manera:
«No le dije a nadie que iba a Santa Fe para matarme. Supuse que la notificación estaba demás y que, por añadidura, si alguien descubría la verdad podría interferir en los planes de mi viaje».
En El Salvador, Manlio Argueta en Un día en la vida, Premio Nacional de Novela, UCA Editores, 1980, inicia con este párrafo:
«No hay día de dios que no esté de pie a las cinco de la mañana. Cuando el gallo ha cantado un montón de veces ya voy para arriba, cuando el cielo está todavía oscuro y solo es cruzado por el silbido de un pájaro volando, me levanto».
Y nosotros ¿cómo iniciaríamos nuestra novela?