Fabio Balmore Villalobos. Cmte. Giovani nacido en Tres Calles.
En una tertulia con Isabel Abarca, el historiador de Tres Calles, recordábamos – él más que yo- cuando Don Chepe Abarca, Marcos Barrera y Marillita Membreño mi madre, emprendieron viaje a pedir apoyo para el techo de la ermita a Joaquín Palomo, el hacendado de la zona y éste pues dijo que si… llegó al lugar y dijo además del techo pondrían piso encementado y un cuartito para que se cambiara el Padre Pedro. Pues bien fue tan buena la obra que incluso se hizo un pequeño campanario, aquello quedó rechulo, obviamente nuestro Patrono era en honor a San Joaquín y por ello Don Joaquín Palomo estaba encantado.
Curiosamente el Padre Pedro, no le correspondía dar misas en Tres Calles, pues era Párroco de Jiquilisco; fue precisamente la Comisión que visitó a Romero hasta Santiago de María para pedirle permiso para que el Padre Pedro quien oficiaba misas en San Pedro pudiera llegar a Tres Calles, ya que el Padre Prieto de San Agustín nunca visitó la comunidad y fue así como llegó el Padre Pedro al cantón con órdenes por la autorización de Romero.
Para entonces y por órdenes de mi mamá me tenían como colaborador del Padre en sus misas, es decir yo era el monaguillo, y como se creía en aquel tiempo, que con Dios conectando a uno, conectaba a 10 a su vez, tal como dice Rubén Blades en su canción, que dedica a Monseñor.
Lo cierto es que se inauguró la Ermita, fue una de esas fiestas encantadas y en la cual tronaron muchos cohetes de vara en el Cantón en honor a San Joaquín. Llegó desde Santiago de María un sacerdote, de vestimentas humildes, de tranquilo semblante y un tanto serio, pero con cara seria y voz sencilla, eso sí, delicado y jovial en sus palabras, y fue quien dio la misa y realizó varios bautizos, ese sacerdote, su nombre Oscar Arnulfo Romero y Galdámez. No olvidamos el llamado hecho por el Padre Pedro, quien nos pidió ser puntuales y que hiciéramos las cosas bien, lo importante que estrenábamos la ermita y había llegado un grande de la Iglesia y se reventó muchos cohetes, como ya lo he señalado, fue ahí donde conocimos al cura Romero. Había sido nombrado Obispo de la Diócesis de Santiago de María en diciembre de 1974.
El 22 de junio de 1975, día de la masacre en Tres Calles, llega el momento esperado, El Obispo Romero llega de nuevo, precisamente con motivo de la matanza de Tres Calles y tengo aun presente ese momento, creo que todo mundo sintió un tanto de alivio y esperanza, El Obispo apoyando a la familia y desde luego a los pobladores del cantón, tan presente como si fuera ayer ante la desesperanza de la familia les dijo: ¡Dios esta con ustedes! Brindó una misa con señales de congoja y tormento por el sufrimiento que vertían las personas ante la violencia y asesinatos de sus familiares, se mostró triste y pensativo ante el dolor de la gente del Cantón de Tres Calles; incluso ese mismo día se fue a la Guardia Nacional a presentar su malestar e inconformidad y presentar su denuncia ante este hecho criminal en contra la gente humilde, luego regreso al Cantón Tres Calles y acompaño el entierro de las personas asesinadas, entre adultos, ancianos y niños. Bien se dice que la conversión de Monseñor Romero comenzó en Usulután. Por eso no me canso de decir que monseñor dio sus primeros pasos a su santificación con el Martirio de Tres Calles; fue el punto de inflexión en la que se puso la cruz para defender a su pueblo hasta las últimas consecuencias. No imaginamos que habíamos estado junto a un futuro Santo nacido en El Salvador, quien se fundió con el dolor y la miseria dejada por la represión en el Cantón Tres Calles.
Quien en esa época se podía imaginar que hoy estaríamos a las puertas de su santificación, lástima que en la época tomar una foto era todo un drama, lamenta Isabel, no por que tendríamos registrado aquellos momentos tan importantes para nuestra comunidad y para toda una nación; sin embargo es bueno contarlo hoy que estamos vivos.
Una de las personas más contentas con este hecho de seguro fue mi madre-quien ya descansa en paz- acompañó a Romero hasta su último día, en el entierro que fue objeto de represión en San Salvador.
Un día después de su entierro ella llegó a casa sin zapatos y sólo con partes de sus ropas rasgadas; pero llegó feliz de haberle acompañado hasta las últimas consecuencias, pues casi pierde la vida, mi madrecita, Marillita Membreño. Cómo no estar contentos con la elevación de Monseñor Romero a Santo, si estuvo entre nosotros en sus primeras acciones acompañando el dolor de su pueblo que tanto llegó a amar y dio la vida por él.