Myrna de Escobar
Esa alegría mundial, única, colectiva, y casi espiritual que todo lo transforma nos visita cada cuatro años. Es la Copa Mundial de Fútbol. Misma por la cual el mundo se pone todo de cabeza.
Al final de cada mundial se anuncia la sede del próximo encuentro deportivo y al ritmo de las apuestas, la espera se hace larga. Ya en las semifinales o en la final los partidos superan la emoción de ver caer a los ídolos en la tanda de penales, para terminar de aceptar lo innegable: Gana quien anota con certeza los goles. Algo injusto e inoportuno, a veces. ¡cuánto sufrimos los seguidores esos minutos decisivos donde el marcador se empata o el otro equipo se roba la ventaja!
El fútbol es una fiesta en todos los hogares donde se ama o se practica ese deporte. Es una vitrina abierta donde los más habilidosos competidores se dan a conocer. No se necesita dinero, ni entradas. Solo un televisor, unas palomitas de maíz y la bebida de tu preferencia. Si no te basta la casa puedes ir al restaurante, — obstruir el tráfico— o verlo a escondidas, en el celular de un amigo, mientras trabajas. Igual te puedes ir al baño y celebrar los goles o volverte loco viento a tus estrellas del fútbol hacer malabares con el balón.
¡Y qué decir si estás en la clase! Si el maestro no te sorprende o te da permiso de narrar la jugada en inglés, como si fuera un comercial de televisión. Así lo acordamos con los alumnos en la academia. pero totalmente en inglés.
Tras el partido entre Marruecos y Portugal, el alumno estrella de la clase terminó deshecho en lágrimas y todos sus amigos consolándole. Fue una experiencia épica. Cristiano Ronaldo era la estrella de Portugal y sus fanáticos querían verle ganar la tan preciada copa. Otros grandes, cayeron en su momento. En toda competencia sucede.
El futbol es como una lengua franca. Nos une, aunque también separa a los fanáticos. Tristemente. Es como si todos de pronto habláramos el mismo idioma. En todo el mundo, a diferentes horas, y a su manera, los pueblos celebran a sus grandes por igual, con abrazos, lágrimas y regocijo. Yo misma no sabía cómo expresar mi enorme satisfacción cuando Leonel Messi levantó la copa 2022. Me recogí en un abrazo solemne y suspiré aliviada. Lloré como niña esa victoria. Fue increíble. Me anticipó la navidad.
Aunque no jugamos nos sentimos parte de esa victoria tan anhelada. Lo habíamos logrado. Esta vez sabíamos que esa merecida copa debía ser para Argentina, para el continente. El mundo se paró y celebró, vitoreo sus goles, sufrió sus tropiezos y albergó la esperanza hasta el último minuto cuando el pitazo dio la razón a quienes lo merecían.
Lloré, lloramos, hubo pólvora, la emoción era pletórica. 36 años tuvieron que pasar para que la Albiceleste volviera a levantar la copa, pero valió la pena. ¡Enhorabuena!