Como pez en el agua

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y coordinador Suplemento 3000

 

Cuando era niño, Ursula me dijo que tenía que trabajar en algo, no entendía el porqué de la insistencia. El motivo de la plática era porque mi mamá Yuly me preguntaba qué quería ser yo al crecer, consideraba que era necesario encontrar un medio para vivir. Siempre he sido obstinado y no pensaba en otra cosa que en ser escritor, en leer, en nada más que crear. El dinero me parecía algo secundario, no comprendía la voracidad con la que lo buscan algunas personas. Y como era secundario sabía que iba a llegar. Así que sería escritor, sin lugar a dudas.
«Bueno, pero de ser escritor no se come», me decían. Entonces Ursula dijo «aunque sea de maestro, pues». Mi mamá Yuly, profesora de matemática, se le quedó viendo con esas sus famosas miradas y dijo: «¿Usted cree que ser maestro es fácil? No cualquiera es maestro, aunque a muchos les paguen por dar clases».
Me quedó grabada aquella plática, y creo que al final terminó siendo la razón por la que comencé a trabajar de maestro.
«Para dar clases se necesita tener valor», me dijo mi abuela Josefina Pineda Márquez, profesora de castellano e hija de Manuel Pineda que fue director del ITI por muchos años. Al final de cuentas eso de ser profesor me venía de herencia, mi mamá también lo era. Y no les veía tanta cara de preocupación como cuando hablaba de escribir.
Mi primer trabajo dando clases fue en las aulas del Instituto Nazareth gracias a la recomendación de Oscar Kasco. Jamás me había parado frente a un buen grupo de estudiantes para darles una clase. Tenía tan fuerte el recuerdo de muchos de mis profesores, y lo que mejor recordaba de su amenidad para enseñar era que se volvían amigos de los estudiantes, así que hice lo mismo. No llegaba creyéndome más, era parte del grupo. Y tuve enormes satisfacciones en aquellas primeras experiencias que fueron sumando cuando llegue a dar clases en las universidades y los talleres. Y así comencé a dar clases, sin proponérmelo, sólo surgió el momento y me sentí como pez en el agua. Siempre relacionadas con mis preferencias, porque dar clase se debe disfrutar. No hay razón para que sea aburrida ni torturante una materia. Un profesor no debe desquitar sus frustraciones con un alumno y debe comportarse con la más alta moral.
Y ahora estudio una maestría en docencia junto a estupendos profesores que me han ensañado mucho desde el día que los conocí y compartí por primera vez aula con ellos. Amigos y maestros (literalmente), esa complicada profesión que parece ser más un apostolado que un empleo, pero que resulta fundamental para que exista una nación y el desarrollo. Cuanto daría porque hubiera más profesores por vocación que por necesidad, y se sumaran a las aulas con la naturalidad de respirar.

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