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Cómo Prevenir la Inminente Crisis de Deuda Soberana

por Joseph Stiglitz y Hamid Rashid

Mientras la pandemia COVID-19 hace estragos, más de 100 países de ingresos bajos y medios tendrán que pagar este año un total de 130.000 millones de dólares en concepto de servicio de la deuda, de los cuales aproximadamente la mitad involucra a acreedores privados.

Con buena parte de la actividad económica paralizada y los ingresos fiscales en caída libre, muchos países se verán forzados a incumplir sus obligaciones. Otros reunirán sus escasos recursos para pagar a los acreedores pero recortando gastos sanitarios y sociales esenciales. Y el resto recurrirá a préstamos adicionales pateando la pelota para adelante, algo aparentemente más fácil ahora debido al aluvión de liquidez de los bancos centrales de todo el mundo.

Desde la década perdida de América Latina en los ochenta, hasta la más reciente crisis griega, hay muchos precedentes penosos de lo que sucede cuando los países no pueden pagar sus deudas. Una crisis mundial de deuda hoy en día empujará a millones de personas al desempleo y alimentará la inestabilidad y la violencia en todo el mundo.

Muchos buscarán trabajo en el extranjero, lo que podría abrumar los sistemas de control de fronteras e inmigración en Europa y América del Norte. Otra costosa crisis migratoria desviará la atención de la necesidad urgente de hacer frente al cambio climático. Esas emergencias humanitarias se están convirtiendo en la nueva norma.

Este escenario de pesadilla es evitable si actuamos ahora. Los orígenes de la inminente crisis de la actual deuda son fáciles de entender. Gracias a la flexibilización cuantitativa (quantitative easing), la deuda pública (en su mayoría bonos soberanos) de los países de ingresos bajos y medios se ha triplicado con creces desde la crisis financiera mundial de 2008.

Los bonos soberanos son más arriesgados que la deuda «oficial» de las instituciones multilaterales y los organismos de ayuda de los países desarrollados, porque los acreedores pueden deshacerse de ellos por capricho, lo que provoca una fuerte depreciación de la moneda y otras perturbaciones económicas de gran alcance.

En junio de 2013, nos preocupaba que «los mercados financieros miopes, trabajando con gobiernos miopes», estuvieran «sentando las bases para la próxima crisis de la deuda mundial». Ahora, el día del juicio final ha llegado. En marzo pasado, Naciones Unidas pidió el alivio de la deuda de los países menos desarrollados. Varios países del G20 y el Fondo Monetario Internacional han suspendido el servicio de la deuda durante el año, y han pedido a los acreedores privados que sigan su ejemplo.

No es sorprendente que estos llamados hayan caído en oídos sordos. El Grupo de Trabajo de Acreedores Privados de África, de reciente creación, por ejemplo, ya ha rechazado la idea de un modesto pero amplio alivio de la deuda para países pobres. Como resultado, gran parte -si no la mayoría- de los beneficios del alivio de la deuda concedido por los acreedores oficiales será para los acreedores privados que no están dispuestos a seguir el ejemplo.

El resultado es que los contribuyentes de los países acreedores terminarán una vez más rescatando a los agentes privados que asumen riesgos excesivos y conceden préstamos imprudentes. La única forma de evitarlo es lograr una amplia moratoria de la deuda que incluya a los acreedores privados. Pero sin una acción enérgica de los países en los que se redactan los contratos de deuda, es poco probable que los acreedores privados lo acepten. Por lo tanto, esos gobiernos deben invocar las doctrinas de la necesidad y fuerza mayor para imponer una amplia moratoria.

Aún así, las moratorias no resolverán el problema sistémico del endeudamiento excesivo. Para ello, necesitamos urgentemente una profunda reestructuración de la deuda. La historia demuestra que para muchos países, una reestructuración demasiado pequeña y demasiado tardía sólo prepara el terreno para otra crisis. Y la larga lucha de la Argentina por reestructurar su deuda frente a acreedores privados recalcitrantes, miopes, testarudos y duros de corazón ha demostrado que las cláusulas de acción colectiva destinadas a facilitar la reestructuración no son tan eficaces como se esperaba.

Con mucha frecuencia, una reestructuración inadecuada va seguida de otra en un término de cinco años, con un enorme sufrimiento por parte de los habitantes del país deudor. Incluso los acreedores pierden, a largo plazo.

Afortunadamente, hay una alternativa a la que se ha recurrido poco: las recompras voluntarias de deuda soberana. Las recompras de deuda están muy difundidas en el mundo empresarial y han demostrado su eficacia tanto en América Latina en la década de los 90 como, más recientemente, en el contexto griego. Y tienen la ventaja de evitar las duras condiciones que suelen acompañar los canjes de deuda.

El objetivo principal de un programa de recompra sería reducir la carga de la deuda asegurando importantes descuentos (recortes) en el valor nominal de los bonos soberanos y minimizando la exposición a acreedores privados de riesgo. Pero un programa de recompra también podría diseñarse para avanzar en los objetivos de salud y clima, exigiendo que los beneficiarios gasten el dinero que de otro modo se habría destinado al servicio de la deuda en la creación de bienes públicos.

Como explicamos en una propuesta reciente, un servicio multilateral de recompra podría ser gestionado por el FMI, que puede utilizar los recursos ya disponibles, como su sistema de Nuevos Acuerdos para la Obtención de Préstamos, además de fondos suplementarios de un consorcio de países e instituciones multilaterales.

Los países que no necesitan su asignación completa de Derechos Especiales de Giro, la unidad de cuenta del FMI, podrían donarlos o prestarlos al nuevo servicio. Una nueva emisión de DEG, que claramente se necesita, podría proporcionar aún más recursos. Para asegurar la máxima reducción de la deuda para un gasto determinado, el FMI podría realizar una subasta anunciando que comprará sólo una cantidad limitada de bonos.

A largo plazo, se necesita un mecanismo de reestructuración de la deuda previsible y basado en normas, inspirado en la legislación municipal sobre quiebras de Estados Unidos («Chapter 9«). Eso estaría en consonancia con las recomendaciones de la Comisión de Expertos de las Naciones Unidas sobre las Reformas del Sistema Monetario y Financiero Internacional para después de 2008.

La objeción habitual a tales propuestas es que destruirían el mercado internacional de capitales. Pero la experiencia demuestra lo contrario. No se puede exprimir agua de una piedra. Habrá una reestructuración: la única pregunta es si será ordenada. Nuestras propuestas ayudarían a lograr este objetivo y fortalecerían así los mercados de capital.

En última instancia, sin embargo, nuestra preocupación no debería ser la salud de los mercados de capitales, sino el bienestar de las personas en los países en desarrollo y de mercados emergentes. Hay una necesidad urgente de aliviar la deuda ahora, en medio de la pandemia. Tiene que ser integral -incluyendo a los acreedores privados- y más que una simple moratoria de la deuda. Tenemos los instrumentos para hacerlo. Sólo necesitamos la voluntad política.

Publicado en ProjectSyndicate el 31/07/2020

https://www.embajadaabierta.org/post/c%C3%B3mo-prevenir-la-inminente-crisis-de-deuda-soberana-por-joseph-stiglitz-y-hamid-rashid

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