Mauricio Vallejo Márquez
Bitácora
Las calles cuentan historias y tienen personalidad. Algunas son alegras, otras tristes y la gran mayoría se muestran serias y silenciosas, para después convertirse en lugares bulliciosos como el centro de San Salvador. Cada una de estas, si pudieran hablar contarían un sinfín de aventuras que han observado, de los cambios que han sufrido con el pasar de los años, la pequeña longitud que tenían cuando surgieron y como se han engordado para dar paso a varios carriles con el fin de desahogar el tráfico vehicular; e incluso su incertidumbre de su futuro porque podrían llegar a caer en desuso o a convertirse en el nexo de otra más grande. Calles que hoy son de concreto o de pavimento, y que un día fueron de tierra e incluso fueron un bosque en tiempos remotos, o un ejido o una tierra sagrada. Ahora tan lejanas de lo que fueron, así como cada uno de los seres humanos que cambian en demasía mientras viven, para posteriormente dejar de existir y parecer que ese breve tiempo quedó ahí como un recuerdo en las aceras y avenidas. Porque al final los caminos son los únicos testigos, que aunque sean mudos siempre están ahí.
Y mientras la gente las recorre se miran ahí solas e inertes. Como ese poema de Jorge Luis Borges que impone la palabra inmarcesible. Nadie se percata de que en esa calle que ahora es tranquila se manifestaron estudiantes que por la represión de los gobiernos de eso años fueron asesinados, se enamoraron parejas, se alegró un niño, deambuló un Papa en su papamóvil saludando a mano lenta mientras se dirigía al lugar de la misa. Tantas cosas han pasado y la gente anda sin fijarse, porque a pensar de lo bueno que implica ser acuciosos e imaginativos sólo existir es suficiente para ellos, el hecho de saber que están aunque no se detengan a pensar en que morirán, que un día moriremos, porque consideran perder el tiempo indagando en el pasado de su alrededor, ya no se diga analizando su entorno, aunque pierdan de 3 a 4 horas de su vida por estar frente a un televisor o dándole cuerda con su dedo a las redes sociales en su teléfono inteligente. Se sentirán más divertidos por pasar tendidos en una hamaca que leer, estudiar, observar y pensar. E incluso ese instante de soledad lo evitan.
Las calles al igual que los días tienen dos rostros. Por el día te muestran la cara más espontánea, la que está llena de pasos y rumores, de ruidos y colores. Por la noche te insinúan su soledad, su silencio y los misterios que llevan en su seno. De día se da el comercio, el tránsito, la cotidianidad y por la noche llegan las historias que muchos preferirían ocultar, las sombras, la prostitución, el delito. Igual que las personas que muestran un rostro en público ocultado su oscuridad, su sombra.
Sin embargo, no importan las horas ni lo que pase en ellas, porque siempre son las mismas; siempre estarán inmutables aun cuando llegue una almágana y las haga trizas; siempre serán las mismas, el mismo espacio aunque con otra apariencia. Pero a la luz y a la oscuridad lucen tan diferentes, como si se tratara de seres humanos.
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Mtro. Mauricio Vallejo Márquez
Licenciado en Ciencias Jurídicas
Maestro en Docencia Universitaria
Escritor y editor
Coordinador Suplemento Cultu