Wilfredo Mármol Amaya,
Psicólogo y escritor viroleño
El alba anunciaba que no sería un día cualquiera, un aroma teñido de rojo magenta asomaba el eco mordaz en la voz quebrada y machetona del diminuto Sargento Valladares, vociferó: “vos más vos, y ustedes cinco al final de la fila, y vos le encomió a Julián, a partir de esta fecha vamos a formar un BIRI para trabajar a toda hora, seremos servidores de la patria las 24 horas del día, a partir de esta fecha nuestro grupo será el encargado de identificar, ubicar para luego acorralar a familias enteras y en las madrugadas las capturaremos, los llevaremos a lugares aparatados para darle jaque, en la nuca, pues”. Anunciaba la boca del Sargento, la célula paramilitar que se encargaría de amenazar y desaparecer a la oposición política de cualquier tipo. “No deben quedar rastros de nosotros. – ¿Esta entendido?”, sentenció, la voz fuerte, marcadamente patriarcal.
El municipio de San Martin del Departamento capitalino, sería protegido de cualquier horda terrorista, esta fue la misión. Un hombre moreno, pelo liso sobre la cara, diente de oro a la vista, chaparro, mal humorado, que siempre estaba ansioso y desconfiado. Había sido escogido por los dueños del país y sus fieles representantes, el estamento militar, su apodo “Chejazo”. Igual que su fundador, murió de cáncer en la lengua, ya en la post guerra, recién concluido el conflicto armado, a escasos metros del arzobispado.
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“Sigan rastreando, que vieron a una mujer armada que iba huyendo herida y hay manchas de sangre por la bajada”, dijo el cabo responsable del operativo militar, que había concluido con numerosas bajas para los militares gubernamentales y andaban con cinco días enmontañados, con hambre y las ganas de encontrar quien pagara los platos.
Buscaron al pie de la barranca milímetro por milímetro, fue cuando David, un soldado con diez años de participación en la guerra y con sueños de ser un dedicado pastor cuando finalizara el conflicto armado, gritó: “Acá esta terenga, lástima que está herida y quizás esta estirando la pata” dando una señal con su mano izquierda para avanzar hacia el objetivo divisado. Allí estaba la mujer que no pasaba los catorce años de edad con un balazo a lo largo de su pecho que había dejado caer los senos, era como una herida de extremo a extremo. Miren que mujer más linda, exclamó un soldado que se acercaba sin pasionismo, pero que aún tiene en su cintura la pistola…
David abandonó la escena, pues le resultaba repugnante ver a la joven sin posibilidades de actuar militarmente, sólo levantaba sus manos para su defensa espontanea. Y se alejó a conseguir agua para darle un último sorbo a la guerrillera caída con su cuerpo mutilado, aun respiraba.
Cuando llegó con el agua en un guacal, no podía imaginar lo que veían sus ojos, un compañero soldado le hacia el sexo a la joven mientras otro soldado, también joven, agarraba a la señorita los brazos hacia arriba. David quedó callado, no dijo absolutamente nada… ni tragó grueso.
Hizo memoria como en otras ocasiones sus compañeros soldados tocaban a las mujeres heridas y si aún estaba calientita abusaban sexualmente, haciendo cola, uno por unos de sus camaradas del ejército.
Treinta seis años después, al bajar del púlpito y haber testimoniado lo sucedido en los años de la guerra, David se queda pensando y vocifera a un amigo: “De veras, no sé por qué no tragué grueso en esa ocasión a diferencia de esta noche en el culto”, mientras seguía despidiendo a su feligresía.
San Salvador, 29 de octubre de 2019
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EL PASTOR SIN VOZ
La última misa
del arzobispo dolarizado,
a voz pausada
se despide,
el pastor sin voz.
09/02/09
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Cerró la puerta. Sólo quería morirse. Tres largos años han pasado desde que el hombre le arrebató su cuerpo y le robó la honra. Sus doce años se volvieron confusos. Nadie le creyó su historia de abuso. Esa noche recordó, cuando su tío paterno el del olor a cebolla, brusco le susurraba quedito al oído: “no pienses en decir algo, pues muchas vidas estarían en peligro, incluso la tuya.” Al amanecer el animal hombre, abandonó su lecho. Atrás quedaron las pesadillas de infancia y por delante, los sueños de futuro.
Desde esa fecha la niña ya no fue la misma. La policía y la administración de justicia lo sobreseyeron, so pretexto de falta de pruebas. Los exámenes del forense fueron insignificantes, banales pues.
La prensa escrita y televisiva dio la noticia: Madre e hija culpables de asesinato premeditado. El tío apareció sobre la cama una noche común y corriente, en su bolsillo le encontraron documento de identidad personal, una ramita de ruda, además de un escapulario con el que rezaba el santo rosario. Se cerró la puerta y con ello la página de esa mal habida historia de agresión y violencia femenina.
La niña sólo quería vivir la vida en abundancia. Y así fue, a la vuelta de treinta años de prisión en cárceles de mujeres y vivió feliz para siempre.
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La tarde era la de nunca acabar, el sol se ponía rojizo al oeste. Ella seguía esperando, tarde o temprano llegaría. En efecto apareció la silueta de su amado y a cada paso que daba su corazón se descompensaba, era como un tren lejano en el tiempo. Veinte años lo había esperado en días agrios, dulces y amargos, pero eso era del pasado, su imagen se hizo presente. Él le tendió la mano y se juntaron por siempre, dispuestos a construir las nostalgias del futuro. El carnet de deportado, firmado por la administración del norte fue el pasaje del encuentro. Representantes de la organización “Bienvenido a casa” les subieron al bus y trasladaron a la capital.
Aeropuerto Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Enero 2019
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Mira, le dijo, una vez más, no es de mi consentimiento que salgas en horas nocturnas. Las estadísticas son claras: viernes por la noche, joven y en las calles de Santa Teclas, son males augurios. Pero no le hizo caso. El lunes fue parte de las estadísticas del Instituto Forense. Por más que se lo advirtieron, hizo caso omiso una vez más. Se encontró con la muerte.
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Tez morena, risueña, agraciada de pie a cabeza, seria y responsable, alegre por la vida, encantadora y buena madre, esa eres tú… amada mía.
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Descubrí el amor cuando escuché la frase: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre… “(Santificado sea tu nombre) era mi madre en la esquina de la cama, con tres bocas que dar de comer, más la mía, me mostraba el camino de la vida. Eran apenas las cinco de la mañana.
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Avanza la naturaleza de ser humano,
el tiempo transcurre inmisericorde
la sonrisa,
sigue siendo la mañana compañía.
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Ayer murió el amigo Agustín Arturo. Su vida que todo un pueblo acompañó en múltiples facetas, riscos, baches, desavenencias. Paisanos, hijos y nietas dijeron adiós por siempre. Ayer me sentí, más viejo.
Zacatecoluca, 4 de noviembre 2019. 4:44 pm.
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