Gloria Silvia Orellana
@GloriaCoLatino
Rubidia seca rápido las lágrimas de su rostro mientras relata la experiencia de su hija, Karen (nombre ficticio) quien recién ha terminado un largo y doloroso proceso médico en el Hospital Bloom, en San Salvador, debido a un cáncer de ovarios; “me han dicho que estará en vigilancia durante cinco años, yo solo le pido a Dios que no se vuelva a enfermar”, expresa a manera de alejar cualquier pensamiento adverso.
Mientras, los ojos claros de Karen reflejan sus emociones que van de la expectación a la inquietud cuando escucha el relato que hace su madre de ella. Este jueves recién cumple sus 12 años de edad, y mientras guarda silencio, juega con sus dedos y se resguarda bajo el brazo de Rubidia, quien le acaricia el cabello. “Este pelito que tiene es nuevo, antes era lisito, pero ahora le ha salido así, como colocho”, añadió.
Es la zona conocida como el Bajo Lempa y más de quince comunidades sobreviven de los cultivos tradicionales y la pesca artesanal; pero el ingreso del monocultivo de la caña de azúcar, hace unos años atrás, ha traído consigo problemas en su modo de vida, generación de ingresos económicos y salud, a más de 190 familias.
“Ya hay pocas parcelas agrícolas, la mayoría son cañales y esto nos está afectando; primero comenzó con la deforestación de los árboles; luego fueron los venenos que usan, que afecta nuestros cultivos y árboles frutales. Sale una avioneta para regar el veneno y se dispersa por el viento, le cae a nuestros cultivos, que termina achicharrada la hojita o se cae el fruto; y si es una vaca que está cargada come de eso que ha caído (veneno), malpare la cría (aborta) y la fruta que se queda no crece bien, toda rara”, narró Blanca Deysi Flores, residente en la comunidad Santa Marta del cantón Las Mesas, Tecoluca, San Vicente.
Sobre los señalamientos a los agroquímicos para la caña de azúcar, los comunitarios señalan la incidencia del Glifosato (Roundup), un herbicida utilizado por la industria cañera como “madurante”, y según información científica de organizaciones ambientalistas y el sistema de Naciones Unidas (OMS), se ha vinculado como un “probable cancerígeno para los seres humanos”.
El Glifosato es descrito como un compuesto que al aplicarlo permanece en el suelo, por tanto el agua en los territorios se ve afectada. Greenpeace también señaló que los principales grupos de riesgo son las familias que se dedican a la agricultura y por su alimentación, ante la exposición de este tipo de plaguicidas.
Las pérdidas de sus cultivos agrícolas, las cosechas malogradas de pipianes, maíz, frijoleras, plataneras y sandilleras están vinculadas al Glifosato, como explicó Blanca: “recuerdo cuando se dieron unas sandías chiquitas, estaban maduras pero arrebatadas y cuando las probamos se sentía lo amargoso”, señaló. En cuanto a la salud de las comunidades, reiteró que la Insuficiencia Renal Crónica (IRC) es una realidad en el territorio y que llevan a cuestas “casos ilógicos”, como niños y niñas graves con enfermedades renales o vías respiratorias.
“Yo vine hace veinte años y nunca oíamos hablar de esa enfermedad, pero ahora muchas de las comunidades están afectadas; solo nuestra comunidad hizo un censo y tenemos veinte casos. Y tenemos 400 casos registrados que han sido hospitalizados. Hay una niña que no tiene ni 10 años y le aplican diálisis; entonces son estos venenos los que nos afectan”, sentenció.
Blanca no está lejos de esta experiencia, su esposo Héctor Antonio Constanza de 56 años de edad, fue diagnosticado paciente renal hace dos años, cuando el cansancio, la inflamación de pies y problemas para orinar fueron más frecuentes.
“Él fue cortador de algodón cuando era niño y usaban venenos de otros, pero igualmente tóxicos, siempre se ha dedicado a la siembra de cultivos; pero hoy, con las cañeras esto ha sido más difícil. Los doctores le han dicho que haga dieta y tome agua embotellada y nosotros decimos: ¿cómo vamos a comprar de esa agua, si estamos mal económicamente?, y eso pasa también en otros casos”, comentó.
José Salvador Rodríguez, presidente de la ADESCO Santa Marta lo confirma: el glifosato es un veneno potente, que ha generado que hasta los peces de la laguna Jaltepec murieran de manera masiva, luego de una tormenta de varias horas, lo que afectó la dieta alimentaria de las comunidades.
“Fue una tormenta exagerada que lavó todo, hasta los cañales que están cubiertos de químicos como el glifosato; se murió todo el pescado, habían pescados grandes, ya adultos, que son lo que consumimos las familias. Esta laguna (Jaltepec), es allí donde termina la bocana del río Lempa y el mar, de donde dependen todo estos esteros. Y sí vinieron del Ministerio (Medio Ambiente) pero no pasó a más, y todo lo que produce esta laguna, como los chacalines, conchas y otras especies, son de las que sobrevivimos”, manifestó Rodríguez. A la problemática de la contaminación se suma, además, los incendios, el extractivismo desmesurado del recurso hídrico y la afectación a carreteras en las comunidades, que se ahogan en cañales que no respetan ni el espacio de los surcos a sus viviendas, ni el número de plantas por metro lineal.
“Si los cañeros respetaran no quemando rastrojos, esos incendios que afectan la vida silvestre, que no tiren tanto químico, sería otra cosa, pero el manejo que le dan nos expone a una situación grave. Hablamos con los encargados de estos cultivos, porque los dueños no vienen, pero de nada sirvió. Hemos tratado de hablar con el alcalde y tampoco ha servido, solo queremos que se cumpla la ley”, puntualizó.
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