(Con el esplendor del crucifijo, resplandor del mundo, todo se ilumina con la viva verdad de su abrazo, en nuestras moradas. Se aclaran los sueños y se esclarecen los pueblos, la incertidumbre del mundo nos abandona y nos alumbra la inocencia de una criatura, esperanza que nos redime; en medio de un gozo hogareño, que se hace refugio y rincón de anhelos).
Víctor CORCOBA HERRERO
I.- ANTE LA ESTRELLA
DE LA HUMILDAD
Un destello nuevo comenzó a germinar,
sobre la centelleada noche de Navidad,
el mundo se vistió y se revistió de paz;
como inspira la figura de la providencia,
con una estrella que cautivó a los Magos.
Sobre el gran horizonte de la humanidad,
Jesús es el fuego que brotó para vivirnos,
para resplandecer la existencia personal,
y así poder abrazar la libertad cada ser,
que es lo que nos injerta quietud y vida.
Encadenados a la cadena de la palabra,
vamos tejiendo voces, olvidando penas,
en íntegra comunión y hacía sí mismo,
con Dios y entre nosotros enmendados,
pues una vez acrisolados nos elevamos.
II.- JUNTO A LA ESTRELLA
DE LA MAÑANA
Levantados por la estrella de la mañana,
nada se nos resiste a los labios de María,
sólo hay que entrar en la contemplativa,
recoger su hondo mensaje de esperanza,
y acoger el laurel del Padre en el alma.
Reaparezca el recogerse para escucharse,
el acogerse en trasmisión para removerse,
el conmoverse con el niño que nos nace;
haciéndonos resplandecer con la alegría,
de sentirnos más celestes que mundanos.
Ejercitemos la búsqueda sin desfallecer,
entremos en comunión con la luz divina,
que sabe vencer las tinieblas más negras;
postrémonos en devoción ante el Señor,
y nos encontraremos cada cual consigo.
III.- BAJO LA ESTRELLA
DE LA NOCHE
En nuestras noches hay que observarse,
verse con las ventanas abiertas al cielo,
descubrirse con un corazón incansable,
dispuesto a darse y a donarse sin más,
a facilitar el encuentro entre peregrinos.
Todos somos buscadores de concordia,
necesitamos ensanchar nuestra mirada,
mantener enérgico el deseo de unirnos,
sentirnos curados de cualquier egoísmo,
para poder abrirnos al amor y amarnos.
Por muy oscura que sea la madrugada,
siempre nace un sol que nos reverdece,
que nos pone en acción y nos interpela,
reflejo de la aureola que Cristo nos da,
para que irradiemos el poema perfecto.