Mauricio Vallejo Márquez
Bitácora
Somos polvo. Definitivamente somos parte de la tierra, pero por alguna razón nos distanciamos de ella. Cada vez más lejanos a pesar de vivir sobre ella y entre ella.
El calzado es importante y nos ayuda a caminar largas distancias, así como evitar el dolor que ocasiona pisar alguna piedrita o rama o espina. Tanto que existen personas que raramente caminan descalzos, con la excepción de alguna piscina o la arena de la playa. Y aun así las sandalias están presentes para disminuir lo más que se pueda ese contacto.
La primera vez que escuché que era bueno caminar descalzo fue por el Dr. Gabriel Pons, quien lo hacía habitualmente. Casi siempre que llegué a verlo a su casa andaba sobre sus lazos con la desnudez de la planta de sus pies habituada al polvo de su piso, tranquilo. Después con los años se lo escuché a mi tío médico Yomar Vallejo, que le añadió que si los niños caminan descalzos aumentan sus defensas.
Así me embarqué en experimentar aquella sensación que nos conecta con nuestro origen y comencé a disfrutar paseos sobre la hierba y la tierra, la sensación de olvidar que usamos zapatos y sentir que el suelo nos abraza y nos enlaza a la gran masa de nuestro planeta con esa pequeña acción.
Lamentablemente no siempre me arriesgo. Existen lugares tan visitados por perritos que dejan sus deposiciones y otros residuos de otros seres humanos que imposibilitan el ejercicio de andar en algún parque. Sin embargo, la casa de mi abuela siempre resulta el lugar perfecto para quitarme las sandalias y dar algunos pasos sobre la grama mientras respiro profundo y me olvido de lo que nos han impuesto como importante para reencontrarme conmigo mismo aunque sea por breves segundos. Ese corto tiempo resulta ser el imprescindible para mi alma y para reconocer que estoy vivo.