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Con olor a cafetales

CON OLOR A CAFETALES
Marlon Chicas,
El tecleño memorioso

Aún está presente en mi retina, las infantiles incursiones a las fincas tecleñas de mi Barrio El Calvario, disfrutando la sombra de árboles frondosos, devorando suculentos mangos rosa, pepetos, guayabas, arrayanes, caimitos y alguna fruta de temporada, cosechados por sus colonos, viviendo al acecho del caporal, quien alguna vez nos propinó un par de chilillazos, nalgadas, cuerazos, o guindas (carrera) acompañado de sus perros de afilados colmillos, ávidos de morder nuestras tiernas posaderas, o sendos balazos por los pies, ordenando abandonar el lugar.

Recordando a doña Alicia de Quiteño, profesora de sexto grado en la Escuela Centroamérica, visitando la Finca San Rafael en 1979, propiedad de don Rafael Guirola, en la actualidad un centro comercial, llenos de alegría y emoción incursionando a tal lugar, con sus míticas historias contadas mil veces por sus pobladores, caminando entre cafetales y árboles de sombra, guiados por un colono que ante nuestro temor nos contó la existencia del hombre mono, generando en la cipotada ojos de asombro y exclamaciones, lo cual era una vil mentira, sin embargo algunos creyeron dicha historia jurando ver cosas sobrenaturales, entre tanto mi hermano menor y un servidor sin despegarnos ni a sol ni sombra de nuestra maestra.

Ascendiendo junto a mi hermano mayor Adrián Ricardo (+), y algunos amigos a las faldas de la Finca La Gloria propiedad de don Miguel Ángel Gallardo, atravesando la Finca Irlanda del caballero Gerard Coughlin (+), quien fuera presidente de la Orden de Malta, recorriendo entre frutales y árboles de cafeto, hasta las famosas Catacumbas, que según el cronista y escritor tecleño Rafael Ruíz Blanco (+), en su obra “Estampas Tecleñas”, fue una cantera de arena abandonada antes de 1940, nido de murciélagos sobrevolando por nuestras cabezas a causa del humo y calor de los mecheros, obligados a sujetarnos con lazos, afín de no perdernos en su interior, dichas excavaciones inexistentes al paso del tiempo y terremotos de 2001, culminando nuestra aventura con sendas andaduras hasta Las Piletas, solicitando aventón a buen samaritano que venía a Santa Tecla.

Y que decir, si Santa Tecla tiene impresionantes parajes al estilo de National Geographic, de la cual sentirse orgullosa, como la espectacular vivencia en 1989 en compañía de don Héctor “Yeto” Vega (+), colono de la extinta Finca Buenavista y sus fieles guardianes Solín y Cepillo, junto a estudiantes de la UCA, aún convaleciente por una fuerte calentura, no impidió sumarme a la expedición, de dos horas de camino entre veredas y quebradas, admirando infinidad de pájaros de variopintos colores y trinos, orquídeas silvestres sobre las faldas del Boquerón, cocinando huevos en pequeños géiser en fracción de segundos, entre otras bellezas naturales, llegando por fin a Cantón Álvarez, donde urgidos por la sed, consultamos a un parroquiano la tienda más cercana, respondiendo – “Ahí a la vuelta está”, lo que se tradujo en un kilómetro, convirtiéndose la misma en un oasis para todos.

Esta crónica busca concienciar a la población tecleña, en el Día Mundial del Medio Ambiente, la necesidad y responsabilidad de los ciudadanos al rescate, restauración y defensa de los recursos naturales, que caracterizó alguna vez a nuestra Ciudad de las Colinas, con su otrora clima gélido e inolvidable neblina, obligando a sus habitantes al uso de suéteres a toda hora del día, del que solo queda el recuerdo, de igual manera evoca en mi corazón el vuelo a la eternidad de mis queridas hermana Doris (+) y Mercy (+), a quienes dedicó esta memoria de Santa Tecla del ayer.

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