Alejandro A. Tagliavini*
Mis lectores saben que siempre insisto en que existe un ordenamiento natural que mueve al cosmos hacia la vida. Como cuando nuestro planeta gira alrededor del sol que nos llena de energía. Y saben que repito el hecho de que, como lo decían Aristóteles, Tomás de Aquino y muchos más, la violencia es aquello que pretende desviar el curso natural -espontáneo- de los acontecimientos. Como cuando un ladrón, pretende quitarnos lo que naturalmente no le daríamos.
Por eso me parece incoherente el que Biden haya pedido al Congreso endurecer las leyes sobre la propiedad de armas, en el aniversario del tiroteo en una escuela en Parkland, Florida. En la tarde del 14 de febrero de 2018, Nikolas Cruz entró en la escuela Marjory Stoneman Douglas y abrió fuego con un rifle AR-15 dejando 17 muertos.
“Esta Administración no esperará al próximo tiroteo (…) para poner fin a nuestra epidemia de violencia armada”, dijo Biden. Lo que está pidiendo es que la policía, armada, sea más dura en el control de la venta y portación de armas.
Coherente con la razón de que la violencia es contraria a la naturaleza, ergo, destructiva de la vida, creo que las armas no deberían fabricarse. Ahora, si no se fabricaran, ¿cómo haría la policía desarmada para prohibir su portación?, ¿es primero, el huevo o la gallina? Pues primero habría que armar a la Policía porque, desarmada, en cualquier momento alguien podría fabricar un arma en su casa y nadie podría prohibírselo, según el criterio de los “prohibicionistas”.
Así, la ironía, la incoherencia, es que los “prohibicionistas” son los primeros en querer armarse y usar esa violencia, para “prohibir la violencia”. Si los humanos fuéramos más coherentes, viviríamos en una sociedad tan avanzada que hoy ni la imaginamos. Pero llevará mucho tiempo, mucha maduración llegar a ese estadio.
Lo que no se entiende es que la violencia es destructiva al punto de que empeora cualquier situación de grave e inminente peligro, y la defensa eficiente pasa por los métodos pacíficos. Años atrás, terroristas tomaron rehenes en un supermercado africano y un niño, con toda inocencia, los enfrentó y les dijo que eran hombres malos porque su madre estaba muy asustada. Madre y niño fueron liberados. Décadas antes, un empresario fue secuestrado en Centroamérica y, en cautiverio, trató a los guerrilleros con tanto respeto y cariño que, cuando la policía asaltó el lugar, lo pusieron a salvo mientras ellos morían en el tiroteo.
Entre muchos, el sociólogo Marcelo Bergman asegura que las cuarentenas, o sea, la violencia del Estado prohibiendo trabajar, trae más desocupación y empobrecimiento, ergo, más delitos. ¿La solución a esta violencia iniciada por el Estado es más policía, más cárcel? Más allá de que más policía, más cárcel -más cercenamiento de libertades- significa mayor gasto estatal y, por tanto, más impuestos, o sea, más empobrecimiento general, “la cárcel es más criminógena que reductora de delitos”, asegura Bergman. Coherente con que más violencia, más policía, más cárcel, empeora las cosas.
Es utópico pretender que desaparezca el delito, el tema es cómo minimizarlo. Y ya se ve que con más Estado -más policía, más cárcel- solo empeora. Por el contrario, el Estado tiene que dejar de imponer violencia, como cuando impone leyes de salario mínimo que lo que logra es que queden desocupados los que ganarían menos.
*Asesor Senior en The Cedar Portfolio y miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California