Carlos Burgos
Fundador
Televisión educativa
Cuando el Gordo Lalo corría con la pelota de fútbol, le gritaban «Metela Lalo», y tiraba, la pelota salía por un lado y él no se podía detener hasta pasar bajo el marco.
–Meté la pelota, te dijimos, no que te metieras como pelota – reíamos.
Transcurría la década de los años cincuenta en nuestra Ciudad de las Nieblas, Cojutepeque. Lalo fue alumno sobresaliente del Colegio Luis Pastor Argueta donde completó su educación primaria.
Algunas tardes llegábamos a la cancha de fútbol del colegio y armábamos partidos tipo «mascón», sin parar, hasta que ya no se miraba la pelota. A veces el padre Amado Molina se incorporaba a esos partidos, sin quitarse la sotana negra, se desplazaba con mucha rapidez y al momento de lanzar al marco se levantaba la sotana del lado derecho y ¡goool! Esto sucedía si lo dejábamos tirar. Nos retirábamos bañados en sudor.
Oscar Orlando Cuellar, Lalo Cuellar, era hijo de doña Francisca Montenegro y don Ricardo Cuellar. Ella tenía su puesto en el mercado municipal. Lalo continuó su Plan Básico en el Colegio Santa Cecilia de Santa Tecla, y luego estudió su bachillerato en el Liceo Salvadoreño de San Salvador.
Sus tías Rosa y Celia Cuellar lo enviaron a estudiar al Instituto Tecnológico de Monterrey, México, donde se graduó de ingeniero Químico con honores. También realizó su maestría en la Universidad Tulane, fundada en 1834 en Nueva Orleans Louisiana, USA.
Fue director de investigaciones en el Centro de Investigaciones Marinas de Weimar, Baja California, México. Después trabajó por algún tiempo en San Salvador. Fue asesor químico de la empresa Sherwin Williams.
Posteriormente obtuvo beca para estudiar en la prestigiosa Universidad Johns Hopkins fundada en 1876 en Baltimore, Maryland, Estados Unidos. Aquí recibió asesoría de connotados profesores químicos, dos de ellos ganaron el premio Nobel con sus investigaciones sobre Bioquímica. Realizó sus prácticas en el Hospital Johns Hopkins de la misma universidad. Lalo se graduó como doctor en Bioquímica también con honores.
Lalo Cuellar siempre fue un estudiante sobresaliente, y su trato con los amigos y coterráneos nunca varió. No se le subieron los humos a la cabeza.
En los últimos años de la década de los setenta nos encontramos en la Facultad de Medicina de la UES, cuando las contradicciones sociopolíticas del país estaban llegando al máximo. Él fue nombrado profesor de Bioquímica, y yo era asesor pedagógico sobre técnicas de enseñanza con multimedios. También se desempeñó como profesor de la Facultad de Medicina en la Universidad Evangélica de El Salvador. Escribió muchos artículos científicos.
Nostalgiamos sobre nuestra adolescencia y estudios en nuestra legendaria ciudad de Cojutepeque. No se molestaba cuando le decíamos Gordo Lalo y otras ocurrencias de la cherada. A veces le gustaba echarse los triquis como todos los jóvenes de aquella época, y aseguraba que tenía bajo control sus libritas demás.
En la Facultad nos reuníamos para discutir sobre la mejor manera de presentar sus clases usando retroproyector de acetatos, proyectores de diapositivas o de cine, en pantallas gigantes para grupos de clase de 500 alumnos en los auditorios del 4º. y 5º. pisos del edificio de la Facultad de Medicina. Sus alumnos lo consideraban como un excelente profesor por sus conocimientos académicos y su trato afable.
En febrero de 1980 fui llamado por el Ministerio de Educación para regresar a mi Televisión Educativa Canales 8 y 10, con el cargo de director general, y mi amigo Lalo Cuellar siguió en su docencia en la Facultad de Medicina.
Sus amigos y coterráneos recordamos a Oscar Orlando Cuellar como un científico de mi pueblo, un hijo de elevados méritos, un auténtico orgullo cojutepecano. Una mente brillante.