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Conciencia política y conciencia electoral: ¿son lo mismo? (2)

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

Al abordar el problema de la conciencia política y la conciencia electoral, desde la sociología política marxista -para determinar si son lo mismo o si son parte de un mismo proceso de formación de la conciencia clase- recurrimos a los conceptos: cultura política y ciudadanía, por ser los que mejor expresan el imaginario y el uso concreto de las relaciones de poder. La sociología marxista, al asumir un enfoque de clase, plantea que hablar de ciudadanía es, en verdad, hablar de ciudadanías (hay distintos tipos y calidades de relación de las personas con el Estado y con los privilegios sociales) y eso me lleva a pensar que la cultura política –al sacarla del mundo esotérico- es la sumatoria de lo que llamo “subculturas políticas” asociadas a grupos sociales concretos dentro de clases sociales concretas e, incluso, dentro de organizaciones sociales concretas: cultura de la élite y cultura de las masas; cultura de clase y cultura desclasada; cultura de continuidad y cultura de cambio; cultura de pobre y cultura de rico; cultura privada, cultura pública y cultura pública privatizada; cultura de pequeños grupos y cultura de colectivos sin forma ni horma; cultura de adultos y cultura de jóvenes; cultura de izquierda y cultura de derecha de la izquierda o cultura de izquierda de la derecha, para usar, en el último caso, los matices propuestos por Gramsci.

Pero que la existencia de rasgos culturales comunes –como cultura política democrática o de súbdito- suponga o culmine, forzosamente, en comportamientos electorales comunes, es algo que la sociología debe buscar probar en las urnas y el imaginario de las subculturas como partes del mismo todo. Si bien los sondeos de opinión permiten ratificar que en cada expresión de cultura política las personas tienen un consenso básico en torno a los valores morales y políticos, no parece ser que eso se mantenga, en lo ideológico, en los grupos que conforman una subcultura política determinada históricamente, lo cual explica por qué los partidos políticos de todo signo luchan, hasta con recursos ilícitos, por manipular la mayor cantidad de ciudadanos socio-electorales que consideran dentro de la órbita de su cultura política (lo macro) y que, en la medida de su poder de convencimiento o de engaño, logren readecuar el comportamiento electoral aunque no inviertan en la formación de su conciencia política. Ahora bien, el problema teórico para la sociología política marxista es plantear cómo, cuándo, dónde y por qué esos valores políticos relativamente comunes de la cultura política se traducen, cuando deambulan en lo cotidiano, en opciones electorales determinadas y distintas (en las subculturas) como actualmente le está sucediendo a la izquierda y derecha salvadoreñas con el surgimiento de “otros” liderazgos frescos, alternativos e irreverentes que están incidiendo en la geografía electoral, sobre todo en la leve territorialidad que ocupa la juventud.

Y es que el comportamiento electoral de la juventud salvadoreña (al menos en las últimas dos elecciones) se ha convertido –o debería convertirse- en un objeto de estudio de la sociología política y, por urgencia epistémica, de los propios partidos políticos que aspiran a reconvertirse y estar a la par de las densas modificaciones territoriales y etarias que de alguna forma expresan, o vaticinan, modificaciones ideológicas en la conciencia política a través de la conciencia electoral, lo cual ha puesto en jaque a los partidos mayoritarios que, por manejar el andamiaje procesal desde su institucionalización, se han creído inamovibles, y porque, hasta el momento, han carecido de una competencia seria, organizada y propositiva.

Sin embargo, desde las elecciones pasadas para alcaldes y diputados, estamos viendo que se está estructurando una fuerte competencia electoral real (no solo formal, como en las dos décadas pasadas) que está provocando que las fuerzas políticas y electorales de mayor peso redoblen los esfuerzos protocolarios –y solo protocolarios- por “acercarse un tantito” al pueblo en el que, a sol y sombra, coexisten las subculturas políticas, lo cual les demanda conocer al detalle los distintos segmentos electorales para tratar a cada uno de forma específica, teniendo como segmento prioritario a la juventud.

Esos esfuerzos bien podrían decantarse en una disciplina electoral actuarial, en tanto aplica modelos estadísticos y matemáticos para la evaluación de riesgos, apoyos y fortalezas en los procesos electorales, para que los mismos sean ratificados como un negocio profesional que aborda la gestión y evaluación del impacto propagandístico (para eliminar la incertidumbre y el riesgo de fracaso) de un partido político, basado en un profundo y detallado conocimiento de los votantes en su complejidad, y en su expresión matemática, para delinear la fórmula o la manera en la que pueden controlar su comportamiento electoral.

De ahí que –por el surgimiento de uno o varios liderazgos alternativos a esos partidos tradicionales- no sea raro, ni políticamente absurdo, que los candidatos presidenciales sean personas jóvenes que sepan manejarse en las redes sociales, vistan distinto, y que sepan usar el lenguaje de los jóvenes y que, ante todo (he ahí el engaño o la paradoja), sean fieles a las pétreas tradiciones de sus partidos, pero sin decirlo, o decirlo ya cuando son electos, como ha sucedido con los jóvenes funcionarios del partido ARENA quienes, ya en el cargo, defienden posturas retrógradas y usan un lenguaje incluso más visceral y reaccionario que el de sus rancios fundadores.

De ahí que las técnicas y estrategias electorales (inclusive las rigurosamente partidistas) se han especializado –como resultado de los estudios actuariales- para imperar a sus anchas en el ciberespacio bajo la forma de piratas electorales o de Celestina, y los análisis para la captación de votos se han transformado en rigurosos estudios de oferta y demanda (el marketing como instrumento electoral y como objeto de estudio de la sociología política), debido a que, para los partidos políticos, es necesario conocer con amplitud y detalle cada colectivo o grupo de las subculturas políticas, por pequeño que estos puedan ser o parecer. Y es que cuanto mayor sea la competencia electoral real, mayor debe ser la especialización para analizar, seducir y captar el apoyo ciudadano, y eso implica que los discursos no sean un palabrerío baladí, tan infinito como roto y mudo.

Sempronio -hablando con Calixto, en la Celestina- dice: “que mucho hablando matas a ti y a los que te oyen. Y así, que perderás la vida o el seso. Cualquiera que falte basta para quedarte a oscuras. Abrevia tus razones: darás lugar a las de Celestina”.

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