René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES
Debido al auge de las redes sociales y las selfies, la juventud acapara la atención de los medios de comunicación y el de la sociología, y eso la coloca en un lugar vital en lo político-electoral. Ciertamente, a la sociología le interesa la conciencia política y la conciencia electoral de la juventud para comprender el problema del imaginario, las que se estudian y explican a partir de la composición y distribución geográfica de los jóvenes, en tanto colectivo social teóricamente construido, con actitudes adaptadoras y adaptadas que muestran por lo general (aunque no lo materialicen) mucho descontento con las estructuras gubernamentales y políticas, un alto grado de indiferencia con la democracia por ser un sistema ajeno que saben ajeno, y una muy baja implicación en los asuntos políticos.
Al respecto se puede recurrir a dos datos obtenidos previo a las elecciones de 2018: a) Un sondeo de opinión realizado a estudiantes de Ciencias Sociales de la Universidad de El Salvador, del 23 al 28 de febrero de 2018, reveló que “ocho de cada 10 estudiantes no están interesados en la política ni en las elecciones”, situación que cambió radicalmente (en el mismo grupo sondeado) tan solo un mes después debido a que, quienes son asiduos a las redes sociales, vieron la posibilidad de sentirse identificados –tal cual son y visten y hablan- con un nuevo partido político; y b) el Tribunal Supremo Electoral reportó que “7 de cada 10 salvadoreños potenciales electores de Concejos y Diputados del 4 de marzo de 2018 eran jóvenes no mayores de 29 años o mujeres, según consta en el padrón electoral”.
Entonces, lo que parecía ser una constante política de la historia nacional (el desinterés y descontento militante de la juventud) está cambiando de forma más o menos acelerada en la presente coyuntura pre-electoral (presidenciales de 2019), incluso más rápido que tras el fin del conflicto armado (década de los 90), lo cual lleva a que dicha coyuntura sea considerada como una “singularidad sociológica” que hace que la juventud asuma un interés político a través del interés electoral, aunque sabemos que la expresión del voto no define, por sí misma, la conciencia de clase. En todo caso, el descontento de la Juventud, sumado a la desilusión de los adultos que no se identifican con la derecha tradicional y reaccionaria hace que, por distintas causas y en distintas dimensiones del escrutinio final, ambos grupos etarios de la población sean estratégicos para los partidos políticos en contienda.
Considerando lo anterior, analizar fríamente los datos estadísticos de movilización electoral nos ayuda a comprender, ciertamente, el nivel de participación concreta de los jóvenes –como votantes sin más criterio ideológico que su edad y sin más ideario que su irreverencia-, pero la comprensión de la conciencia política (y de la conciencia de clase que debe ser trabajada construyendo conciencias, no simples votantes) incluye recurrir a otras variables -tangibles e intangibles; ideológicas y económicas; simbólicas y explícitas- que permiten comprender, desde la sociología política, los actos de facto y de jure de la juventud en y frente a la política, sus consensos morales básicos virtuales, su distribución como subculturas políticas dentro del sistema político vigente y, además, sus niveles de satisfacción –o contento- con el funcionamiento de las instituciones.
El comportamiento político y electoral de la juventud es lo que, como constructo teórico-metodológico, nos permite comprender con cierto grado de certeza dos factores sociológicos vitales en el análisis de la política como teoría: la forma en que dicha juventud enfrenta el hecho político como mecanismo que reproduce al sistema y su grado de participación en “la cosa pública” (como funcionarios), ya sea votando ritualmente y formando parte de los partidos políticos y gobiernos o, en su defecto, “no votando” ritualmente debido al desinterés o descontento que, por sus efectos, puede ser conceptualizado como otro tipo de acto objetivo del tipo generacional, siendo esa su forma de participación electoral: la abstención.
Pero, así como la participación electoral de la juventud (incluyendo, hoy más que antes, sus preferencias reales, las que, por lo visto en las últimas encuestas, quieren alejarse de la tradición derecha o izquierda) es una preocupación urgente de los partidos políticos mayoritarios, y también lo es de la sociología política marxista para deslindar entre la conciencia política y la conciencia electoral, en tanto que, por un lado, “un voto no equivale secamente a una conciencia de clase”; y, por otro, la participación democrática ha hecho de las redes sociales la versión virtual de las manifestaciones en las calles y de las tomas de Catedral. En todo caso estamos, según las encuestas de opinión, frente a un cambio significativo en el comportamiento y en la participación electoral de la juventud salvadoreña después de casi tres décadas del final del régimen político basado en el autoritarismo, el cual empujó a la juventud a la apatía o a organizarse en la guerrilla, y ambas opciones se traducían en una participación electoral muy baja en el contexto de procesos que estuvieron signados por fraudes escandalosos.
A partir de la firma de los Acuerdos de Paz, la participación política contó con una oposición real, y la participación electoral de los ciudadanos en general –y de la juventud en particular- se convirtió en el mecanismo y encrucijada principal: el cambio hacia la utopía socialista abanderada por la izquierda, o la continuidad del capitalismo apenas matizado con un asistencialismo neoliberal reivindicado por la derecha que, cínicamente, se hace llamar “derecha social”. La auto-denominación “derecha social” no es simple demagogia –siéndola-, es una apuesta electoral, pues, por un lado, pretende captar votos indecisos o desilusionados y, por otro, es un espacio político ideal para que los intelectuales reaccionarios no se sientan públicamente incómodos en ese lado del espectro político-ideológico.
Ahora bien, esa encrucijada post-conflicto armado, en tanto se presenta como otra singularidad sociológica, invita al debate teórico y político-práctico sobre el modelo de participación que prima –o el que debe primar- en el régimen. En ese sentido, es un debate entre quienes entienden que un modelo completamente democrático es aquel en el que la participación de los ciudadanos es ineludible en toda la territorialidad institucional del régimen político, un régimen sustentado –como patente del poder- en: el inamovible sistema de partidos políticos; las rancias élites que los fundan y dirigen; y los ciudadanos, como votantes reducidos a un número, que pueden ser llevados y traídos en camiones de alquiler.