Julio Iraheta Santos
ESTE TRAJE DE GORRIÓN
¡Intrusos!
A fuerza de sermones deseaban que escuchara campanillas:
“Buenos días, cheap doctor.”
“Mi coronel, ordene.”
Resultó que huí por tragaluces,
que me sedujeron las palabras
y desde entonces mi sudor es mundo.
Bella y cruel, dije, será esta camisa…
Sobre su tráquea el ritmo de anuncios fluorescentes,
la píldora buscando el rostro de los niños,
guitarras sacudiendo sus caderas
y el hombre oyendo atónito el tam tam
que emerge de la selva.
Tomo el canto y fotografío el largo metraje de esta pesadilla.
Perdido en burbujas hediondas y letales
me miro lapidado por autómatas que rugen como en un estadio,
vaciado por murciélagos que acumulan en mi cuerpo sus horribles chillidos.
Fiera ironía ser blanco de los cazadores,
sin embargo estoy bien con este traje de gorrión.
Soy estatua educada que glorifica la palabra:
“Buenos días, mamá.
Buenas noches, papá.
No importa que la indiferencia os ciegue.
Bien sé que no puedo ser el primogénito
de vuestros desvelos,
el búho dócil que llegue con su cartoncito
a inaugurar un negocio fértil en jaquecas,
intestinos o vueltegatos de juzgado.”
Todo es igual.
Aquí observo la mala señal que responde en el alma de las puertas,
señal que yo devolveré cuando pase frente a las arcadas
de los templos.
Aquí estoy.
Aquí escucho y narro
vuestras fruslerías y maquinaciones: “Japi verdi tu yu…”(Bis)1
Avenida Melvin Jones,
Colonia Escalón, Wall Street.
Aquí estoy con suficiente gas para mi lámpara, cantando, meditando:
“Para América Latina
que vive nuestra emoción,
con la voz del corazón
canta Cuba campesina…”2
Allí está él con su maraca intrépida,
con su barba de cristo redimido golpeando mercaderes.
Allí están sus manos en las miles de manos que navegan por el mundo.
Allí están sus manos donde el puma ilumina la noche.
Allí está él…
Este gorrión hurga las corolas, no enloquece.
Perdóname, Frufrú.
Muchas arrugas tienes.
Es mejor la otra cara del mundo.
________
1, 2: cantado.
POEMA DEL
DESEMPLEO
Uno despierta pensativo,
se sienta y frota los ojos
para comprobar si es cierto lo que vive.
Silencioso ve hijos y esposa,
se pone el pantalón,
la camisa,
los zapatos rotos
y a hurtadillas sale
a recibir el golpe de la calle.
Un parque entonces es preciso.
Ahí uno sigue sin futuro
y en el fuego de ideas que se agitan
llega la última página leída,
la canción que el vecino interrumpió casi a las once,
el parte policial de la captura,
las súplicas de madre sobre el caso.
Uno piensa así
y mientras crece el día
y el buenazo de GOLD NIGHT S. A.,
hiere y saquea,
uno acaricia el sueño
de encontrar empleo
y para darle rienda a tal urgencia
llega a la barbería,
solicita el periódico,
lee “Empleos-Ofertas”,
pone cara de idiota,
hojea,
hojea,
vuelve a ponerse natural,
ataca las noticias y exclama:
Si Patrick preguntara a Johnson
por los niños del Vietnam
o por qué la luna nueva tiene forma de hoz.
Sucede que uno sigue comentando,
desnudando la histeria y sus plumas amarillas…
Y cuando el diario no da más
para gastar el tiempo
y el desayuno ha sido de memoria,
uno vuelve al parque
a recoger el canto de los pájaros,
a ver pasar muchachas colegialas,
a esperar el bostezo de las fábricas
mientras estalla el corazón.
EL POETA Y
LA ESPOSA
Mira mis ojos, esposa.
Mira como te copian todo el día.
De la cocina a la pila despilfarras aliento.
Haces cuentas del sueldo que no tienes.
Piensas en la leche de los niños.
Cambias pañales a la vida
y refunfuñas por tu suerte.
Mira mis ojos, esposa.
Si yo pudiera abrir un tallercito
y poner un letrero que dijera:
“SE HACEN Y SE REMIENDAN VERSOS.”
Pero la gente pasaría indiferente.
Mira mis ojos, esposa.
Hoy has andado 100 kilómetros en casa.
Yo muero de mirarte y me retiro
y a la esquina llego a pajarear tristezas
y a sangrar el último poema.