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Habitantes de las comunidades y caseríos del municipio de Nueva Trinidad, Chalatenango, recuerdan a las víctimas de la masacre de Gualsinga. Foto Diario Co Latino/Iván Escobar.

Conmemoran a las víctimas de la masacre de Gualsinga

Iván Escobar
Colaboración
Diario Co Latino

Bajo la sombra de dos grandes amates, testigos fieles del paso de los tiempos, y que en la actualidad continúan resguardando a los suyos, habitantes de las comunidades y caseríos aledaños a la Comunidad Los Navarrete, del municipio de Nueva Trinidad, departamento de Chalatenango, recordaron en un acto especial a las víctimas de la masacre de Gualsinga.

Una a una fueron llegando este domingo, las familias al terreno designado por la misma comunidad para preservar la memoria histórica de hombres y mujeres que fueron asesinados por el ejército nacional, en una de las masacres más despiadadas perpetradas durante el conflicto armado salvadoreño.

Los pobladores recuerdan cada año a las víctimas de la masacre de Gualsinga, como se le conoce por su proximidad al río de la localidad que lleva este nombre, y en el cual quedaron durante un operativo militar los cuerpos de las víctimas asesinadas a manos del ejército nacional.

El lugar donde se lleva a cabo la conmemoración se le denomina por sus pobladores, “La Catedral”, un espacio de paz y sombra de grandes árboles que custodian el lugar en el cual aquel mediodía del 28 de agosto de 1984 fueron masacradas víctimas civiles, acusadas por ejército de formar parte de las filas guerrilleras. El caserío Los Navarretes está ubicado en el cantón Jaguataya, jurisdicción de Nueva Trinidad.

Hombres, mujeres, niños y adultos mayores fueron las víctimas atacadas por elementos del ejército con bombas de alto poder, granadas, lanzacohetes, disparos de franco tiradores apostados en los cerros de los alrededores, y tropa que arrasaba con todo lo que se moviera, compartieron algunos sobrevivientes que cada año llegan al lugar para resguardar su memoria.

Este domingo 28 de agosto de 2022, entre música popular, cantos religiosos, en voz e interpretación de los miembros del coro San Francisco Carasque, fundado en 1987, y quienes son la voz de su pueblo se conmemoró la masacre. Vicenta Orellana, una de sus fundadoras, aseguró que esta agrupación nació en medio del conflicto y se mantiene a la fecha con la tarea de mantener la memoria.

“Después de 28 años de conmemoración, es necesario que las nuevas generaciones sepan qué fue lo que pasó aquí realmente, nadie nos lo contó, lo vivimos”, expresó Vicenta, que este domingo compartió sus cantos con otras dos compañeras, y el grupo de hombres que integra la agrupación musical.

Mientras, Don Julio Tobar, a sus 73 años, y originario de esta localidad, recuerda con exactitud aquellos tiempos, en los cuales eran días “difíciles”. Él como otros lugareños fueron perseguidos por el ejército salvadoreño para aplicar los denominados operativos “tierra arrasada” que se impulsaban contra población civil en la zona rural.

Mientras, Don Julio observa una y otra vez los bloques de fotografías de personas desaparecidas y asesinadas durante los 12 años de guerra y antes de la misma. Las fotografías están en pancartas ubicadas en los árboles del espacio dedicado a la conmemoración. Nos comenta que él nunca se fue de la zona, sí tuvo que andar huyendo “como delincuente” porque así eran vistos por el Estado. “Yo me conocí todo Chalate”, rememora este hombre con su sombrero en una de sus manos, y la mochila al hombro.

También señala que uno de sus mejores amigos lo mataron en la masacre, era don Federico Orellana, padre de la niña Jesús, quien en esta conmemoración compartió el testimonio familiar. “Él había llegado de Honduras, con su familia allá habían estado refugiados, al venir se encontraron con la masacre”, comentó don Julio.

La hija de don Federico, durante la ceremonia conmemorativa de este domingo, presentó su testimonio desgarrador, no lo leyó ni lo contó de propia voz en esta ocasión, lo llevaba escrito y otra persona fue designada para leerlo con los detalles y recuerdos que ella mantiene vivos en su memoria.

“…Como a eso de las doce y media de la noche salimos rumbo al cerro Chichilco. Al amanecer del día 28 de agosto, íbamos llegando a dicho cerro, ahí se nos informó que se había perdido el control de dónde se encontraban los soldados pues estos no se comunicaban para que no los detectaran…fue así que cómo toda la gente se regó y buscó cada quién dónde esconderse…en la tarde mi papá le dijo a mí mamá que fuéramos a escondernos más allá porque si nos encontraban los soldado ahí nos iban a matar”, es parte del testimonio de la familia Orellana, que sufrió el impacto de la masacre.

La tristeza y el dolor está presente en las comunidades que sufrieron la guerra, así lo reconoció Mons. Oswaldo Escobar, obispo de Chalatenango, quien ofició la misa de este domingo en honor a las víctimas, también dijo que no se pueden olvidar y por ello el compromiso es regresar cada año para preservar su memoria.

“…Esta conmemoración de estos hermanos nos debe de llevar también a todos nosotros en comprometernos por la lucha de la dignidad de las personas, y que respetemos cada uno de nosotros los derechos de los demás”, expresó el religioso.

Mons. Escobar subrayó que “…Chalatenango en nahuat significa, Valle de Aguas y arenas, pero en los años 80’s se nos convirtió en valle de sangre y de pólvora también, pero todo de sangre”.

Lorena Martínez, actual dirigente de la organización CRIPDES, comenta que en ese tiempo ella tenía 16 años de edad, y junto a otras dos mujeres habían sido designadas por la guerrilla para llegar a la zona y extraer a la población civil de la zona de riesgo. Tenían poco tiempo de haber llegado al lugar, no lo conocían plenamente, pero estaban alertas, no andaban armadas porque la idea era mover a todos los civiles y no ponerles en riesgo.

“Teníamos la misión de ayudar a la gente para que saliera de la zona y de otros caseríos” que según recuerda eran constantemente acechados por el ejército, que los vinculaba directamente con la guerrilla.

“De pronto se vino el operativo y nos sorprendió”, dice, cuando llegó un helicóptero a disparar y se desató aquel infierno. “La gente no estaba armada, eran civiles”, recalca.

Ella también compartió su testimonio, y señaló que sobrevivió escapando por los cerros y refugiándose en los matorrales. Recuerda haber visto en su carrera a muchas personas asesinadas y otras que se refugiaban entre los cuerpos de otros para sobrevivir. “…Compartir para estas nuevas generaciones mi testimonio, somos varios los sobrevivientes de esta masacre. Conmemorar está masacre del río Gualsinga significa recordar aquel momento difícil que se vivió, casualmente estaba por ahí en el Tamarindo, habíamos llegado con unas compañeras del Paracentral, estaba reciente de conocer Chalatenango, pero era la ola de los operativos militares”, comentó.

También comentó que les costó sacar a la gente o que se movieran porque no pensaban que iba a pasar esto, y una de las razones era porque la cosecha de frijol y otros productos de la tierra había sido abundante aquel año y las familias cuidaban sus cosechas recién cortadas. “Poco a poco los sacaron, era una cantidad de mujeres, niñas, niños, adultos mayores caminamos con ellos toda la noche, cruzamos el río Sumpul, estaba crecido, el lugar donde íbamos a quedarnos era Nueva Trinidad, pero ya estaba tomado (por los soldados), el operativo era fuerte, en el río Gualsinga nos quedamos, los vimos avanzar a los soldados, que decían: Avancen que ahí están!” señaló.

El libro: “Memoria Histórica del movimiento campesino de Chalatenango”, de Carlos Benjamín Lara Martínez, precisa en el apartado “Huyendo hacía la montaña”, que “los últimos años de la década de 1970 fueron de acoso constante en contra de los semicampesinos revolucionario. La Guardia Nacional, la Policía de Hacienda, las patrullas civiles y los miembros de ORDEN incursionaban constante en los caseríos, cantones y cabeceras municipales del oriente de Chalatenango, torturando, asesinando e infundiendo terror entre la población semicampesina que simpatizaba con la causa revolucionaria”.

Con esta actividad, las comunidades reiteraron su compromiso de preservar la memoria histórica, para que las nuevas generaciones no vuelvan a vivir estos tiempos, también hubo espacio para pedir por las víctimas de lo consideran “un nuevo régimen” que estamos viviendo en El Salvador con el régimen de excepción decretado por el gobierno central.

Tanto la iglesia como las comunidades, organizaciones y población piden al Estado respeto a sus derechos, que se dé garantía a los detenidos en los últimos años, entre ellos algunas personas de las comunidades que han sido capturadas injustamente. “No queremos volver a sufrir, a vivir en zozobra”, remarcaron los pobladores de estas localidades que en la guerra sufrieron mucho.

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