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Ryoko Sahashi, sickness de 26 años y Yuki Kuniyoshi de 27 años tienen cosas en común, una sonreír; otra, que ambas provienen del Japón, y una más es que ponen a disposición de la gente sus conocimientos y la más importante, ser voluntarias japonesas en El Salvador.
Y aunque, como ellas dicen, les ha costado hablar español y a veces no entienden muy bien este idioma, asumieron una responsabilidad y compromiso con el pueblo salvadoreño, compartiendo sus experiencias técnicas y poniéndolas a disposición del desarrollo local de Ahuachapán.
Estas voluntarias son originarias de Japón, ambas forman parte de un grupo de 45 colaboradores que están distribuidos en todo el país y cuya estancia dura aproximadamente dos años.
Sus aportes dan continuidad a la labor de voluntariado emprendida por esta nación, allá por 1968 cuando llegaron por primera vez al país y colaboraron en el área de deportes. Desde esa fecha, hasta hoy, son 517 voluntarios jóvenes y 34 séniores, los que han pisado tierras salvadoreñas.
Este Programa de Voluntarios Japoneses para la Cooperación con el Extranjero (JOVC) por sus siglas en inglés inició en 1965 y El Salvador forma parte de 88 países que son beneficiados.
La cooperación tiene a la base la transferencia de tecnologías, los voluntarios transmiten sus experiencias para el desarrollo social y económico de los lugares donde son asignados, conviviendo en un ambiente familiar y de solidaridad.
El calor humano es el ingrediente principal de esta cooperación que no impone programas, sino que se adapta a las necesidades de la comunidad y de las organizaciones que solicitan al Japón este tipo de ayuda.
Las áreas que atienden son: desarrollo comunitario, asistencia en salud (enfermeras obstetra), fisioterapia, terapia ocupacional, educación ambiental, prevención de desastres, educación primaria, actividad juvenil, ingeniería en computación, especialización en equipos eléctricos y electrónicos, turismo, música , asistencia para discapacitados, enseñanza del idioma japonés entre otros.
Dos historias, una misión
La joven Ryoko no pasa el metro 60, de cabello negro y lacio, cuenta sobre su contribución en el desarrollo local y el mejoramiento de vida de los habitantes de San Lorenzo, en Ahuachapán, pueblo que es conocido como un lugar de ríos y manantiales.
Este municipio de casas blancas y pintorescas, con macetas llenas de flores se ha convertido en el hogar y lugar de trabajo de la joven japonesa, que llegó el 3 de noviembre del 2014 a la alcaldía.
Ahí ha logrado que su metodología de “Un Pueblo, Un producto” alcance los objetivos deseados, con la producción de jocote barón rojo y el loroco.
San Lorenzo es un “pueblo blanco y seguro”, donde sus habitantes han pintado de cal sus casas, dijo el alcalde Walter Ortiz, quien dio las gracias a la cooperación japonesa.
Desde hace cinco años Japón invierte en este lugar, bajo tres principios fundamentales que son: Pensar en forma global y actuar en forma local; Autonomía, innovación y creatividad; desarrollo de las capacidades humanas.
Ortiz afirmó que en San Lorenzo las voluntarias han ayudado en la gestión de uniformes, sillas de ruedas, han fortalecido las ADESCOS y motivado a la población para que participe en ferias del jocote y loroco.
Estos son los productos del lugar, que permiten la reactivación e inversión económica.
Este año en la feria del jocote, que duró dos días, dejó cerca de 40 mil dólares de ganancias y visitaron el lugar cerca de 5 mil turistas.
Para Ryoko se han superado limitantes como el idioma y la impuntualidad de los habitantes, ya que se ha logrado mejorar la presentación y calidad de los productos que se comercializan en el municipio.
El alcalde agregó que este esfuerzo también tiene como resultado, que el municipio sea seguro y sin violencia. “No tenemos ni un homicidio, somos el único a nivel nacional”, y es porque según Ortiz, la gente se mantiene ocupada y trabajando.
Este proyecto llegó en el momento oportuno, ya que como alcaldía solo se hacían obras tradicionales que prometen los alcaldes. Pero ahora el desarrollo va más allá.
Ryoko, es originaria de Nagoya y cuenta con una carrera en Leyes y desarrollo económico local, con entrenamiento de voluntarios del JICA.
Ella trabajó 4 años en la alcaldía de Funabashi cerca de Tokyo, donde trabajaban 4 mil empleados. Su proyecto en San Lorenzo terminará en noviembre de 2016.
Yuki recién llegó al país hace unos meses, colabora en la unidad de salud de Ahuachapán, es una enfermera graduada de la Escuela Profesional de Enfermería, afiliada al centro Médico Himeji y graduada como obstetra en la Escuela profesional de Medicina de Nagoya.
Su experiencia de trabajo fue en el centro médico de Tokio como responsable del área de enfermería ginecológica, instrucción sanitaria perinatal y partería.
Según los datos de JICA este voluntariado abarca 12 departamentos del país : Ahuachapán, Santa Ana, Chalatenango, Cabañas, Morazán, La Unión, La Libertad, San Salvador, La Paz, San Vicente, Usulután y San Miguel.
Producción de loroco
Para los habitantes de San Lorenzo, la llegada de Ryoko les ha permitido conocer nuevas tecnologías para la producción y los ingresos económicos han mejorado, así lo afirmó Ismael Peñate, originario del lugar y quien lleva 20 años cultivando loroco.
Peñate tiene una manzana y media sembrada de este producto y 3 y media de jocote, lo que le permite pagar a siete cortadores, tres veces a la semana. “Ella nos ha ayudado a salir adelante con los productos”, dijo Peñate, refiriéndose a la voluntaria japonesa.
La delgada mata de loroco se aferra a la tierra y crece alcanzando una altura de 1.50 metros, para su cuido los productores riegan insecticida y las abonan.
“Cuando termina la producción del loroco se inicia la del jocote”, es la dinámica a la que los productores han adaptado su trabajo y sobrevivencia. En Japón las voluntarias no conocían el nombre de El Salvador, y si se iban al buscador de internet aparecía que era un lugar peligroso, de seguro les dio miedo venir, pero ellas ahora sonríen y afirman que “aquí todo está tranquilo y se puede trabajar y colaborar como voluntarias del Japón”.
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