Luis Armando González
El domingo 6 de diciembre se realizaron en Venezuela unas importantes elecciones legislativas, treat en las cuales –tal como han informado fuentes de prensa, viagra sale citando datos del CNE— la oposición obtuvo una abrumadora mayoría de escaños para la Asamblea Nacional: 112 diputados para la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y 55 para el chavismo, cialis sale lo cual permite hacerse una idea clara de la correlación de fuerzas que se establecerá en el Parlamento venezolano –a todas luces, desfavorable para el proyecto bolivariano— a partir de esos resultados electorales.
La reflexión desapasionada y crítica se impone, a sabiendas de que –tanto para los seguidores de la oposición al chavismo como para los seguidores de la revolución bolivariana— la pasión es inevitable, sobre todo en estos momentos en los que, en algunos ambientes, se vive, por un lado, la euforia de un triunfo sin precedentes y, por el otro, el desánimo ante lo que se considera una derrota de proporciones descomunales.
Así las cosas, en la reflexión que sigue a continuación se enlistan algunos factores (o situaciones) que no se pueden dejar de lado a la hora de analizar el proceso político venezolano, uno de cuyos momentos más significativos ha cristalizado en las elecciones del domingo 6 de diciembre.
1. Visto de manera general –y desde criterios democráticos vigentes en Venezuela y en El Salvador— las dinámicas electorales están diseñadas para la revocación, confirmación y/o relevo de mandatos políticos. Por supuesto que los partidos políticos (o las formaciones políticas) compiten en elecciones para ganar y la derrota, en ese sentido, no suele estar en sus cálculos como una opción. Es decir, para un partido político “la derrota no es opción” y mal haría en entrar a una contienda electoral sin espíritu de victoria. Pero en los mecanismos electorales democráticos la derrota sí es una opción; más aún, alguien tiene que perder aunque sea por un voto, pues de lo contrario desaparecería ese principio tan vital para la democracia como lo es la regla de mayoría. Visto así, lo sucedido en Venezuela es propio de una dinámica democrática competitiva, en la cual –en esta justa electoral en particular— la oposición se alza con una victoria, luego de haber experimentado la derrota en otras jornadas electorales. La cuota de poder que la derecha venezolana conquista en esta ocasión ni es absoluta ni es eterna. Asimismo, su victoria pone de manifiesto que tampoco lo era la cuota de poder (enorme) de la que hasta ahora gozó el proyecto bolivariano, representado por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
2. Claro está, una cosa es lo que dice la teoría con su frialdad y otra muy distinta la forma cómo los actores políticos y los pueblos viven sus procesos socio-políticos. Según los contextos y la cultura política, así se vivirán con menor o mayor intensidad (emocional, ideológica) esos procesos –por ejemplo, las elecciones— y sus resultados. Para el caso, en Venezuela las elecciones se suelen vivir con una intensidad extrema, de tal suerte que los actores involucrados y amplios sectores de la sociedad se ven arrastrados por sentimientos extremos ante lo que consideran triunfos absolutos o derrotas absolutas. Esas percepciones extremas –y que dan lugar a comportamientos igualmente extremos— no son coherentes con el marco democrático vigente en ese país, que al admitir una competencia electoral periódica y pluralista determina que no haya triunfos absolutos o derrotas absolutas, sino relevos temporales en el ejercicio del poder, que son un llamado de atención a quienes son desplazados (en el sentido de que quizás no hicieron bien las cosas), pero también a quienes los relevan (en el sentido de que tienen que hacer bien las cosas, pues en el siguiente periodo eleccionario pueden ser desplazados por la voluntad popular expresada en las urnas).
3. No es desconocida por ningún analista la agresividad de la derecha venezolana, cuyos esfuerzos sistemáticos por desestabilizar el proyecto bolivariano se iniciaron desde que Hugo Chávez gobernaba el país. Se trata de una derecha militante, con una capacidad extraordinaria de manipulación mediática de alcance internacional, con recursos ilimitados al servicio de la causa antichavista y con una visión de la política regida por criterios absolutos de bueno-malo. Esta derecha se ha tomado en serio el derrocamiento del proyecto bolivariano, para lo cual ha articulado esfuerzos con otras derechas del continente. Esta derecha ha vivido sus derrotas electorales con un dramatismo extremo; para ella, perder una elección ha significado la pérdida de su felicidad, su bienestar, su ascendencia social y sus privilegios, aunque en términos reales sus bases económicas siguieran siendo las mismas. En cada contienda electoral de los últimos tiempos, esta derecha se ha lanzado con todos sus recursos, legales e ilegales, guiada por una fe apocalíptica contraria al marco democrático que rige a Venezuela, y el que –le guste o no— tendrá que desenvolverse. Es decir, la derecha venezolana no goza de ningún poder absoluto, sino con una cuota de poder que, aunque significativa, será equilibrada por los otros poderes del Estado venezolano, lo mismo que será sometida al escrutinio popular en el siguiente periodo electoral. Cualquier triunfalismo desmedido que se publicite en Venezuela o fuera de ese país será puramente mediático.
4. Quienes han perdido las elecciones en Venezuela deben ponderar con realismo el alcance de la derrota electoral del domingo. El derrotismo extremo puede ser contraproducente, especialmente porque se tienen las fortalezas institucionales para recuperar el terreno electoral perdido, a partir de una revisión crítica, pero objetiva y con cabeza fría, de los desaciertos que se pudieran haber cometido en la gestión pública. No es una derrota absoluta, aunque sí es una derrota importante. En política democrática las derrotas electorales a nadie le gustan, pero son necesarias como llamado de atención de que algo no va bien y como un alto en el camino para tomar un aire y meditar, sin las presiones del ejercicio del poder, acerca de lo realizado. Tanto Argentina como Venezuela deberían volver la mirada a México y a lo sucedido con el PRI desde la década de los noventa hasta la fecha.
5. En fin, el derrotismo extremo sería contraproducente para los actores venezolanos inspirados en el proyecto bolivariano. También lo sería el asumir la tesis de que “aquí no ha pasado nada” o la tesis de que se perdió por las maquinaciones de la derecha”. Una revisión crítica de los yerros que se pudieron haber cometido es inevitable, no con el afán de que rueden cabezas, sino con el propósito de rectificar y corregir errores. Está bien mirar hacia afuera, mirar hacia los rivales y su poder económico y mediático. Pero se tiene que mirar hacia adentro del chavismo, pues en política lo más pernicioso es culpar a otros de las derrotas asumiendo que en el bando propio siempre hay perfección, nunca equivocaciones. Desde la distancia de otro país es difícil analizar o valorar esas (posibles) equivocaciones, pero quienes viven el día a día de la realidad venezolana seguramente podrán aportar elementos críticos que permitan recobrar las fortalezas de un proyecto que ha sembrado esperanza en toda América Latina.