Luis Armando González
El Buen vivir puede ser visto como un horizonte ético y político. En los aportes del entonces candidato presidencial y ahora Presidente de la República, viagra Salvador Sánchez Cerén, pharm El país que quiero y El Buen Vivir en El Salvador, aparece bien delineado ese horizonte. En otras partes, se han perfilado otros aspectos que lo enriquecen y lo concretan para cada situación histórica particular.
En los distintos ambientes en los que se discute sobre el Buen Vivir las interrogantes que más destacan tienen que ver con su realización efectiva, con su concreción. Una gran inquietud es la siguiente: ¿cómo se construye el Buen Vivir? A la cual se suman estas otras, que se derivan de ella: ¿cómo se construye políticamente el Buen Vivir? ¿Cómo se construye socialmente?
Son interrogantes recurrentes, para las cuales no hay respuestas definitivas o únicas, pues atañen a realidades particulares, económicas, culturales, políticas, étnicas, sociales y ambientales. Sin embargo, independientemente de los matices y variantes de las respuestas, hay algo común: la aspiración hacia el Buen Vivir como algo que es posible.
Brevemente, el Buen Vivir debe entenderse como una cosmovisión –una visión del mundo— formada por elaboraciones filosóficas y éticas –que se nutren de distintas tradiciones culturales de la más diversa procedencia—, en cuyo núcleo está la finalidad de contribuir a la humanización de las personas, lo cual no es posible sin una relación armoniosa con la naturaleza, sin un anclaje en las propias raíces históricas, sin una identidad cultural y sin unas condiciones materiales que garanticen una vida digna.
Dicho de forma positiva, en el Buen Vivir como cosmovisión lo central es la persona humana, pero no vista como un átomo suelto, sino integrada a su familia, a su comunidad y a su entorno natural; con una historia y unas tradiciones culturales; con necesidades concretas (económicas, educativas, de salud, de seguridad, ambientales); con sueños y esperanzas de una vida mejor. Se trata de una cosmovisión que niega lo que deshumaniza; se trata de una utopía, tal como la entendió el filósofo alemán Ernst Bloch: es una especie de “principio esperanza”.
“Desde esta perspectiva –dice Bloch— hay que decir que el ser humano vive todavía por doquier en la prehistoria, que todas y cada una de las cosas se encuentran ante la creación del mundo como un mundo auténtico. La verdadera génesis no se encuentra al principio, sino al final, y empezará a comenzar sólo cuando la sociedad y la existencia se hagan radicales, es decir, cuando aprehendan y se atengan a su raíz. La raíz de la historia es, sin embargo, el ser humano que trabaja, que crea, que modifica y supera las circunstancias dadas. Si llega a captarse a sí y si llega a fundamentar lo suyo, sin enajenación ni alienación, en una democracia real, surgirá en el mundo algo que ha brillado ante los ojos de todos en la infancia, pero donde nadie ha estado todavía: patria”.
El Buen Vivir (esa patria humanizada de la que nos habla Bloch) no se construye de la noche a la mañana. Ni su construcción es ajena a los contextos, historia y situaciones propias de cada nación. De ahí que como cosmovisión –como paradigma— el Buen Vivir sea, en el momento actual, algo inacabado, algo que también está en construcción conceptual. Es una etapa rica en ideas y debate. Sólo recuerda la etapa fundacional del comunismo-socialismo latinoamericano de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando con libertad y creatividad se exploraban los derroteros posibles de nuestras sociedades hacia la justicia y la igualdad.
En lo que concierne al Buen Vivir, en América del Sur se han hecho y se siguen haciendo contribuciones extraordinarias y fundamentales; en Europa –por ejemplo, en España— también hay quienes están pensando con rigor sobre el tema. Lo mismo sucede en Centroamérica y, específicamente, en nuestro país, en donde distintos intelectuales y agentes políticos intentan aportar lo suyo, con modestia, a la construcción conceptual del Buen Vivir.
En el caso de El Salvador, un tema central de debate apunta a cómo se construye políticamente el Buen Vivir. Se hace cada vez más claro que ello supone no sólo fortalecer al Estado y convertirlo en el gestor del Buen Vivir, a través de políticas públicas que respondan a las necesidades y problemas sociales fundamentales, sino en la gestación de liderazgos políticos e institucionales de una enorme capacidad profesional y ética. O sea, para que el Buen Vivir se haga realidad se requiere del protagonismo del Estado y de quienes tienen a su cargo las diferentes instancias que lo conforman. Un Estado débil (a nivel institucional y financiero) no podrá jamás conducir políticamente al país hacia el Buen Vivir. Tampoco lo podrá hacer un Estado dirigido e integrado por cuadros poco profesionales y, lo que es peor, sin una firme ética de servicio público –una ética no cimentada en el Buen Vivir—.
La defensa de un Estado fuerte no es la defensa de un Estado gigante y burocratizado al extremo. Se trata de un Estado eficaz en la promoción del Buen Vivir. Un Estado que hace suyo el compromiso con una sociedad más humana, lo cual se traduce en la atención preferente hacia quienes viven en condiciones de vulnerabilidad y pobreza.
Pero la responsabilidad y el papel del Estado es una de las caras de la construcción del Buen Vivir. La otra cara es la participación social. Es decir, la construcción política del Buen Vivir con todo y ser importante, es insuficiente: se requiere su construcción social. Eso quiere decir que el Buen Vivir sólo puede ser construido socialmente con una participación activa, consciente, dinámica e intensa de las comunidades a lo largo y ancho del país. La construcción social del Buen Vivir significa que la gente se lo apropia y lo pone en práctica en sus comunidades y territorios; significa que le gente asume la responsabilidad personal y comunitaria que le corresponde en el mejoramiento de su vida, la demanda de sus derechos y las nuevas prácticas que lleven a una convivencia social más armoniosa.
En definitiva, sin esa apropiación social –“empoderamiento” dirán algunos, usando una palabra chocante— el Buen Vivir nunca echará raíces. Esa apropiación es clave para su construcción efectiva en barrios, colonias, pueblos, cantones y caseríos. Asimismo, el papel de los liderazgos políticos (y también intelectuales) es vital. Es vital también que el Estado responda, con políticas públicas pertinentes, a que el Buen Vivir se traduzca en cambios estructurales reales, es decir, en cambios en el modelo económico (y en la concepción económica predominante), en el trato con la naturaleza, en la seguridad social, en el sistema político y en la cultura vigente.
Santa Tecla, 20 de octubre de 2014