Los demócratas y los revolucionarios de América Latina, si no es que del mundo, deberían estar sufriendo, como en carne propia, el golpe de Estado contra la Presidente de Brasil.
El miércoles pasado, tras 180 días de haberla separado temporalmente, el Senado decidió destituirla definitivamente tal como estaba establecido en el guión de los golpistas.
Hay que recordar que quienes promovieron el golpe, usando el “juicio político”, fueron los parlamentarios de derecha más corruptos y prácticamente delincuentes del parlamento brasileño.
El teólogo Leonardo Boff escribió, el 18 de abril: “Pero lo más sorprendente fue la figura del presidente de la Cámara que presidió la sesión, el diputado Eduardo Cunha. Ha sido imputado de muchos crímenes y está acusado por el Tribunal Supremo: un gánster juzgando a una mujer decente contra quien nadie se atrevía a atribuirle algún delito”.
El periódico estadounidense, en aquella fecha, también escribió: “Ella no robó nada, pero está siendo juzgada por una banda de ladrones”.
La Presidenta Dilma Rousseff fue víctima de los golpes de estado suaves que el imperialismo viene alentando en los países gobernados por la izquierda, para ello, utilizan los parlamentos, como ha ocurrido en Brasil, o el sistema judicial, por separado o juntos.
En El Salvador debemos ponerle atención a los cuatro abogados de la Sala de lo Constitucional, que han venido experimentando, y seguramente afinando el mecanismo de destituir funcionarios a través de las supuestas inconstitucionalidades. Nadie debe descartar que estos abogados están ensayando para algo peor.
En Brasil, antes que actuaran las entidades golpistas, hubo toda una preparación del terreno, para justificar el golpe. Es decir, las acciones de socavamiento de la autoridad para deslegitimarla, vía de ataques personales y difamación.
Antes de iniciar el juicio político contra Dilma, mantuvieron una prolongada campaña de denuncias de supuestos actos de corrupción. No había días, durante casi dos años, que los titulares de los diarios de derecha brasileña acusaran a Lula, Dilma y al PT, de sendos actos de corrupción.
Los golpes suaves tienen esa peculiaridad: antes de dar el zarpazo final desprestigian a sus víctimas, o a las instituciones, y se vale de lo que los golpistas son expertos: la corrupción, el despilfarro y la difamación.
El juicio político contra la Presidente Dilma arrancó por supuestos actos de corrupción, los cuales quedaron descartados definitivamente. Por eso es que la separan del Gobierno por haber invertido fondos públicos, en programas sociales, sin haber pedido la aprobación del legislativo.
Dilma es separada de la Presidencia no por corrupta, sino porque estaba en la mira de los golpistas internacionales y criollos.