Wilfredo Arriola
A la verdad pocos llegan; a lo sumo nos acercamos. Siempre hay tantos puntos de vista a partir de un tema en particular y este escrito es prueba de ello. La mirada sobre las cosas nos devela, ya lo decían los pensadores del pasado: “Vemos las cosas como somos no como son”. La palabra es, sin lugar a duda, ese puente transitorio entre lo que digo y lo que el otro entiende, pero hay más… el lenguaje corporal nos delata, nuestras acciones también. Hay quienes dicen adiós con el corazón roto, hay quienes informan que tienen un nuevo empleo con la esperanza deshecha y hay otros que dicen: basta, gritando, apréndeme mejor. Hoy en día, ser integro se trata de mostrar ecuanimidad a costa de ir en contra de nosotros mismos.
Desde hace mucho, se dice que la paz es, a menudo, un estado de turbulencia o, dicho de otra manera: -Si quieres paz, prepárate para la guerra-, estar bien no debería de convertirse en un cuadrilátero de boxeo, en donde decir lo que pensamos sea preparar el antídoto del veneno, sino más bien un lugar de entendimiento y de reflexión para valorar el lugar donde nos encontramos. Verse a los ojos y expresarse debería de ser equivalente a comer cinco sacos de arroz. Carmen Maite Gaite, expresa en la Nubosidad Variable: “A nadie se le deja de querer por sus defectos, sino porque descubres -inevitablemente- que no te interesa interpretarlos ni comprenderlos”.
Las conversaciones incomodas al final resultan ser cómodas a largo plazo. Tirar la basura debajo de la alfombra hará que todo luzca bien, pero generará mal olor y el deterioro empezará a fuego lento como sostener una mentira. No se puede tener apretado el puño toda la vida. Quizá hoy en día se haya vuelto cotidiano, postergar todo, y dejar que todo fluya, y por lo general esos vínculos son los más frívolos, los más superficiales. Todos hemos tenido muchas etapas en diferentes lugares, pero a pocas personas recordamos con ahínco y tesón. Serán aquellas que dejaron entrever un alma sincera para ser admirada o respetada. Los que llegaron a aportar desde su individualidad y desinterés unas palabras de aliento o de construcción. Lo incomodo que resulta decirle a alguien que está fallando, pero con seguridad esa incomodidad será recordada para toda la vida si modificó un patrón de comportamiento que fue tildado por otros que se callaron la crítica.
Si no llegamos a la verdad, solo podemos acercárnosla, que sea desde la cordialidad, no de la caridad, sino más bien desde la solidaridad. Recordamos a un par de maestros, a un amigo, a un vínculo sentimental por decirnos aquellas cosas que ahora nutren lo que somos. Mover ligeramente la mano hace que la tonada de un violín sea perfecta. Un giro, un cambio y todo vuelve a su cauce. No es solo decirlo, sino saberlo decir. A lo mejor esas palabras nos den un lugar en la vida de las personas que les expresamos que el verdadero sentido siempre es mejorar y que siempre hay palabras que derriten el fuego, que nos ponen en otra posición, que nos hacen mejores personas. Somos los que dejamos en los demás y también lo que no supimos dejar.
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