Carlos Girón S.
El enclaustramiento hogareño, citadino, municipalista y territorial al que nos tienen obligadas las disposiciones adoptadas por los gobiernos de los países como medio –se pretende— de evitar contagios masivos del virus de la pandemia del Coronavirus-19, nos dan oportunidad de hacer muchas cosas útiles y valiosas para nosotros mismos y para nuestros semejantes.
Hay personas divertidas que para disimular el encierro mantienen encendidos los televisores para entretenerse viendo películas de todo tipo (aunque lamentablemente predominan las de escenas violentas y de crimen) y, para hacer más amena la distracción se hacen acompañar de un vaso –pequeño, mediano o grande, a la mitad o lleno— de cualquier bebida etílica o espirituosa, y de complemento las características “botanas” o “bocas”. Así, no solo se entretienen sino que también se alegran y ríen de la pandemia… Y de la muerte, según ellos. ¡Ah! y eso, mientras también esperan que les llamen para el bono o que les llegue la canasta de alimentos que, ahora, a cambio de los $300, están entregando los gobiernos.
La situación la han complicado los gobiernos municipales con eso de imponer “cordones sanitarios”, donde nadie puede entrar ni salir de los perímetros delimitados en cada municipio. Eso constituye un claro y verdadero secuestro masivo de todo un pueblo; pero lo que muchos dicen que “ya raya” son los “toques de queda” que también han impuesto en ciertos municipios. Esto es grave, pues quienes, por descuido o por demoras fortuitas en el retorno a casa se pasan de las horas fijadas, son seguros candidatos a que los maten… No, no, allí no hay derechos humanos ni nada de eso que valga, la orden y la ley hay que obedecerlas y cumplirlas so pena de muerte. Pero no. Un poquito demoradito, el Fiscal General de la República ya ha reaccionado contra esas abusivas disposiciones y ha advertido de enjuiciar a los responsables de dictar tales medidas excesivas.
Pero bien, al describir los diversos caracteres y personalidades de las gentes frente a los encierros, se puede decir que hay personas serenas, reflexivas, que prefieren tomar en sus manos un buen libro, o varios, sintonizar la radio con música de relax, o se refugian en la memoria para revivir recuerdos de acontecimientos agradables que hayan tenido en sus vidas, aunque a veces se filtren también recuerdos de momentos tristes y penosos.
Otras almas se apartan un poco del bullicio y se ponen a pensar en lo que les sucede a los miles, millones de seres en el mundo que sufren grandemente por ataques del mortal virus. Una cosa que hay que reconocer es que la actual calamidad que abate a la humanidad ha servido en gran manera para que cada uno extraiga del sótano donde por lo general permanecen soterrados esos valores y virtudes que dignifican y dan mayor sentido a la vida y a la persona. Entre esos dones están la fortaleza, el coraje, la valentía, la audacia, la serenidad, la prudencia, y así por el estilo. Estos atributos son de gran valor en situaciones apremiantes, de emergencia, de vida o muerte, pues al darles expresión pueden ayudar a salvarse uno mismo o ayudar a que otros se salven.
Sí, ante esas grandes tragedias y hecatombes, como las guerras o la repentina aparición de pestes o pandemias como la que padece ahorita la humanidad, casi automáticamente –por decirlo de esa manera— se abren las ventanas, puertas y compuertas para que afloren los valores y las virtudes que atesoren los seres humanos dentro de su ser, en su alma. La compasión, la misericordia, la piedad, la caridad, conformidad, gratitud, el perdón, la benevolencia, la generosidad, el compañerismo, la confraternidad, el humanitarismo, la solidaridad, la consideración, la paciencia, son virtudes tan valiosas y quienes las atesoran, prestamente las exteriorizan en situaciones como las señaladas en favor de otros seres, sean familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo u otros. Ellos no escatiman ni se ponen a pensar ni miden peligros, ni piensan en recompensa cuando actúan de esa manera.
Algunos gobiernos han demostrado espíritu de solidaridad al dignarse enviar ayuda de implementos médicos, medicinas, alimentos, etc. a otros países pese a estar atendiendo la emergencia en sus propios países. Admirable nobleza y muestra de altos valores y virtudes.
El relumbrar de esta clase de atributos lo hemos visto y lo estamos viendo en pantalla gigante en las diversas partes del mundo donde hay innúmeros casos de afectados por el coronavirus y sienten la necesidad de voces de consuelo, de oraciones, de la asistencia médica y sobre todo de manifestaciones de amor y cariño, no solo de familiares, sino también de otras personas conocidas o no.
El personal de médicos, enfermeras y demás personal de servicio en los hospitales de todo el mundo, están demostrando la expresión de esos tesoros de virtud cuando arriesgan, sin que les importe su propia salud y hasta su vida, al estar consagrados a la atención y los cuidados de los pacientes. También con ellos están los funcionarios y empleados de otras instituciones y dependencias vinculadas a la rama de la salud pública que se mantienen atentos, a toda hora del día y de la noche, a los llamados de urgencia que puedan recibir por diferentes situaciones de apremio.
Todos sabemos que en trances de dolor los humanos acudimos a invocar el perdón y la ayuda de Dios, siendo también entonces cuando tomamos consciencia del valor de la vida y del bienestar, la salud y la felicidad, actitud que no debería ser solo en esas situaciones sino siempre, reconocer y agradecerle al Eterno su amor y misericordia al darnos la existencia.
Lo que se da con todo eso que se describe es que, acaso sin darse o darnos cuenta, estamos elevando el grado de espiritualidad que cada uno tengamos; nos olvidamos, nos desprendemos de los asuntos materiales y prosaicos, con lo cual llega un refinamiento de la personalidad y una sublimación del ser hacia las alturas cósmicas. Es esa una de las ganancias que sin duda nos dejan los momentos de pruebas difíciles, dolorosas y angustiosas. Tal vez por eso se diga que “no hay mal que por bien no venga”.