Por Elder Gómez
Colaborador
Hace treinta y seis años murió uno de los militares salvadoreños que más polémica ha causado en tiempos modernos, el teniente coronel, José Domingo Monterrosa Barrios, considerado por unos, “héroe” y, por otros, un “villano”.
Monterrosa, a quien el ejército consideraba el mejor estratega militar durante el pasado conflicto armado (1980-1992), cayó abatido a las 4:50 de la tarde del 23 de octubre de 1984, en una zona cercana a Joateca, en el nororiental departamento de Morazán, un antiguo bastión de la exguerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Iba en un helicóptero estadounidense UH-1H, junto a catorce personas más, entre ellos, tres oficiales, dos soldados de artillería, tres periodistas del desaparecido Comité de Prensa de la Fuerza Armada (COPREFA), y un sacristán.
La aeronave explotó recién había despegado con supuestamente el equipo de transmisión de Radio “Venceremos”, la voz oficial de la insurgencia salvadoreña, y uno de los principales objetivos del Operativo Militar “Torola IV”, que comandaba el desaparecido jefe castrense.
El explosivo fue activado desde tierra por un Comando Guerrillero Especial, que lo había instalado en la supuesta consola de transmisión de Radio “Venceremos”.
El militar causó polémica desde el día de su muerte: el ejército anunció entonces que el helicóptero en el que viajaba Monterrosa se había precipitado a tierra por supuestas “fallas mecánicas”, pero por la noche, Radio “Venceremos”, adjudicaba el derribo de la aeronave a un ataque guerrillero.
Su nombre había figurado en oficinas y unidades castrenses, como la Tercera Brigada de Infantería, con sede en la oriental ciudad de San Miguel, de la que era su comandante, y de la que el actual Gobierno ordenó, el 2 de junio de 2019, su retiro, ante un reclamo de la ONU, principalmente de su sección de Derechos Humanos.
Sectores de la derecha salvadoreña lo han venerado, incluso, hasta con homenajes póstumos, por haber impulsado exitosamente duras campañas contrainsurgentes.
Hasta el año pasado, antes de que asumiera el presidente, Nayib Bukele, el Museo Militar, en el sur de la capital salvadoreña, exhibía en sus estantes prendas, como los zapatos deportivos y otra vestimenta, que había usado Monterrosa.
Hubo un homenaje con ataúd cerrado en la céntrica Plaza Libertad, de San Salvador, al que asistió el Alto Mando del Ejército, incluido el presidente de entonces, José Napoleón Duarte, y cuerpo diplomático acreditado en El Salvador.
Monterrosa, piloto y artillero, querido por asesores estadounidenses destacados en el país, no era un oficial de escritorio y fue amado por la tropa, con la que departía y compartía hasta las tortillas con frijoles que comían en el terreno de combate.
Sin embargo, el Informe de la Comisión de la Verdad de 1993, que desnudó con nombres y apellidos a los autores de crímenes de lesa humanidad durante la guerra civil, revela que el ovacionado oficial comandó la tristemente famosa “Masacre de El Mozote”, también en Morazán, en diciembre de 1981, y la que el ejército negó que hubiera ocurrido.
La ONU responsabiliza a Monterrosa de haber ordenado “deliberadamente y sistemáticamente” la matanza de unas mil personas en ese cantón morazánico, entre el 10 y 13 de diciembre de aquel año, cuando fungía como comandante del contrainsurgente Batallón Atlacatl.
No escaparon de la barbarie niños ni ancianos, ni tampoco mujeres, la mayoría de quienes pereció calcinada en el interior de la iglesia del cantón, después de recibir disparos, según autopsias realizadas por forenses argentinos, en 1992.