Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
¿Quién de los ya mayorcitos no recuerda la vida en los cinematógrafos nacionales? Cuando pagábamos la entrada con monedas donde brillaban las efigies de Colón, Matías Delgado, Morazán y otros preclaros varones; luego nos entregaban un colorido “tiquetito”, y al correr las gruesas cortinas, ingresábamos a un oscuro mundo donde imperaba el penetrante olor a tabaco (entre otras “emanaciones”), las móviles y fantasmagóricas sombras, y donde los héroes eran vaqueros y boxeadores; y las heroínas, lindas princesas salidas en ropas menores de selvas africanas… ¿Cómo olvidar al “respetable”, siempre tan cordial y educado, cuando alguien ingresaba o salía de aquel santo recinto?
Por ello, un cinéfilo de pura cepa, don Marlon Chicas, el tecleño memorioso, acude, raudo, en nuestro auxilio, escuchémosle: “Recuerdo que la primera vez que tuve contacto con el cine (en blanco y negro) fue en una nocturna proyección de la película `Tarzán, el rey de los monos´, la cual se exhibió en las antiguas instalaciones de mi amada Escuela Centroamérica, ubicada originalmente sobre el actual Paseo Concepción, próxima a la famosa tienda El Cirquito. En esa ocasión, una conocida empresa cervecera, patrocinó el evento, a favor del centro escolar. Entre la algarabía de chicos y grandes, fui a parar contiguo al equipo proyector. Vi, lleno de ilusión, cómo al rodar del carrete, la magia lumínica se proyectaba en una improvisada manta. Tanta emoción, y tanta imagen, me produjeron un sueño atroz, por lo que, lamentablemente, fue el grito del Hombre Mono, en la escena final, el que me despertó aquella noche.
En Santa Tecla existieron dos cines famosos: El Olimpia (considerado un cine familiar hasta antes de la medianoche, ya que a esa hora se convertía en cine de adultos, con películas italianas -picantes- como `El Convento de los Toros´) instalado en la esquina que hoy ocupa una pizzería. Jamás podré olvidar las colas interminables que se produjeron con el estreno de la cinta ´Simbad y el ojo del tigre` (esperé quince días para verla; finalmente, me tocó en las gradas de palco) Las entradas oscilaban entre diez y quince colones.
Para el público exclusivamente adulto (léase mayores de 18 y 21 años) existió el cine Coliseo. Allí, muchos descubrimos los encantos femeninos y nos enteramos gráficamente de los placeres carnales, ya que, dichos temas, en casa, eran prohibidos. Allí se nos abrieron los ojos a muchos (¡a pesar de que los míos siempre han sido pequeños!).
Era además, común, en el querido Coliseo, ser abordado por algunos amigos de la diversidad sexual que acechaban a su presa entre lo claro y oscuro del lugar. La prudencia aconsejaba nunca ir al baño en solitario, por aquello de las sorpresas… También era normal que sobre nuestras cabezas, flotaran, inflados profilácticos, a manera de inofensivas vejigas. Otro sensual detalle eran los apasionados abrazos, besos mordelones y gemidos, de aquellas inolvidables parejas, que en ocasiones, presagiaban futuras maternidades y paternidades. ¡Así vivíamos el cine, en mi amada Santa Tecla!”.