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Correrías del oso abrillantado

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

 

“El Oso Abrillantado” (Folletín de relevos poéticos, viagra N° 2, buy cialis diciembre de 2014) es la agradable publicación que me llega, generic con el nostálgico placer de los envíos postales (cada día más ausentes, por obra y gracia de nuestra modernísima red de información), en el inicio de este caluroso verano, donde a la resequedad proverbial del campo salvadoreño; resequedad de bejucos, de monte, de hojarasca humillada, triturada, se contrapone la lujuria del frutal color: los anaranjados majonchos; las escarlatas sandías, y los verdes y rojos jocotes.

Mandarinas, naranjas, papayas, piñas, coyoles, mamones, paternas, jícamas; bendita flor de izote, y la sinfonía de los mangos verdes y sazones, que irradian sus mieles en los mercados y en las plazas de Cuscatlán.

Estos versos vienen de otra tierra, una tierra helada del noreste de los Estados Unidos, Massachusetts, antiguo dominio algonquino, y uno de los primeros puntos del desembarco y asentamiento europeo, a inicios del siglo XVII. Pero no son textos de ningún norteamericano, su autor es Ernesto Flores (1969), poeta salvadoreño, quien perteneciera a la última promoción de escritores, agrupados en el ya legendario Taller Literario Xibalbá (1985-1992).

Conocí al poeta Flores a inicios de los noventa, como un reposado joven,  inquieto en los ámbitos de la búsqueda y del trabajo poético, realizado con pasión y autenticidad.  Partió rápido del país, en 1995. Y ya en ese año, su proyecto editorial “Cábala-Editores” (Cross-Cultural Communications, San Salvador-Nueva York), publicaba un primer volumen de su producción, esto es: “La llama azul del vigía”, de quien la crítica norteamericana Laura Lomas, expresó: “La poesía de Ernesto Flores (…) emerge de la hondonada que está entre las palabras existentes y la realidad mágica que Alejo Carpentier definió como lo Singularmente Americano; lo no elegido, los nombres ocultados, y quizás lo impronunciable de la América Central erupcionan en formas sorprendentes en el lenguaje creado por Ernesto Flores”.

Por su parte, el escritor Luis Alvarenga, afirmaba en el prólogo del texto: “Ernesto Flores tiende a la fructífera vagancia de madrugada. Le tiende en este poemario una mano que también es red de pescador al sueño. Como alguien que espera a la dama del cuadro en el jardín frontal durante el momento preciso en que va a empezar a llover la estrella llamada Ajenjo y sale, devorador de paisajes, a sabiendas de sus siete muertes”.

Los veinte años vividos fuera del país, han acentuado la siempre soledad creadora y el extrañamiento radical del poeta, hacia la fatuidad ruidosa de los salones de moda. Poco le importa a Ernesto, la dimensión publicitaria que tanto concentra a algunos escritores, más interesados en los premios y las marquesinas, que en la calidad de sus escritos.

El tiempo pasa, y Ernesto, por largos períodos, se olvida de la poesía, sumergiéndose en su oficio de traductor y en otros afanes. Pero como la poesía es una novia celosa, tarde o temprano, ésta, se le impone nuevamente.

Quizás la más definitiva credencial, con la que recordemos, el tránsito de Neto Flores por este mundo, sea su obra poética. Una obra, que en nuestra opinión y gusto, urge ya, de su divulgación en hermosos tomos. De lo contrario, toda esa rara belleza, será sólo, ambrosía, para sus más cercanos amigos ¡Y esto no es posible!

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