José Guillermo Mártir Hidalgo
El poeta y escritor salvadoreño radicado en Madrid, España, Álvaro Rivera Larios1, sostiene que la sustracción de dinero público para desviarlo a manos privadas y partidistas, ha sido una pauta de comportamiento político de la dirección de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA). Manifiesta que ésta pauta comportamental no solo la emitió Francisco Flores y Antonio Saca, sino, sus antecesores. Alega que capturar al jefe, llámese Flores o Saca, sin tocar a “todos” los receptores del botín, ya que así visualizaban el dinero público, siendo la cabeza de la organización quien tomaba el dinero para sí y lo distribuía a sus cómplices, es una técnica jurídica al servicio del poder y la impunidad.
ENFOQUE PSICOSOCIAL DE LA CORRUPCIÓN
La corrupción es la utilización del poder público para el beneficio personal o de grupos que funcionan corporativamente. Es pues una transgresión a las normas llevada a cabo de manera voluntaria, con la intención de obtener beneficios personales. Un problema fundamentalmente ético, termina manifestándose en el área económica, política y administrativa. La corrupción prospera en los ámbitos nacional y municipal. La gente asocia la corrupción con el ejercicio del poder y la toma de decisiones. La habituación a las prácticas corruptas lleva a considerarlas universales e inevitables. El acostumbramiento a la corrupción conduce a aceptarla como algo normal. Los miembros de la sociedad interiorizan la percepción de que defraudar es algo lícito y aceptable. Surge la tolerancia y benevolencia a la corrupción, lo que acarrea una falta de conciencia y desmotivación social para cumplir las leyes. Y ante la imposibilidad de modificar la situación, la única alternativa es la salida individual, traduciéndose en una falta de participación en las acciones colectivas.
La psicóloga social española, Olga Leticia Marín, señala que el debilitamiento de los valores éticos2, la justicia ineficiente y la falta de énfasis en la prevención y descubrimiento de la corrupción, son factores que llevan a hechos ilegales. Marín reseña que la anomia social, rechazo de las prácticas institucionales y conservación de las metas culturales, propicia un síndrome fatalista. Éste favorece posiciones desventajosas de impotencia, desesperanza, descreimiento y desconfianza para ejercer control sobre los poderes. Lo que patrocina una ruptura de la cohesión social y de la moral. Las personas experimentan falta de adhesión a las normas y carencia de sentido, a todo intento personal o colectivo por modificar la situación.
El sociólogo francés Pierre Bourdieu considera que los mercados financieros globalizados3, han ejercido una acción destructiva contra el Estado. El Estado se ha “alejado” de su función regulatoria y de protección de los derechos esenciales de las personas, haciéndose más permeable a dejarse penetrar por acciones corruptas. Considera que sociedades fragmentadas, sin fuertes vínculos, con instituciones atomizadas y justicia dependiente, son asequibles para que prospere la corrupción.
El psicólogo español Juan Carlos Melero estudia cinco características presentes en el Trastorno de Personalidad Corrupta4. El narcisismo, el corrupto solo se aprecia a sí mismo. Las personas solo son medios para el logro de su misión: conseguir todo aquello que se merece y le ha sido privado. Personalidad Antisocial, cualquier código ético es secundario con respecto a su objetivo prioritario. Personalidad Paranoide, el corrupto padece delirios de grandeza que lo llevan a sentirse una persona única. Hipomanía, la personalidad corrupta funciona en cortocircuito, una vez que ha empezado a robar ya no podrá parar. Solo la búsqueda de su misión, construida de manera obsesivo-compulsiva, da sentido a su vida. Y el déficit en el control de los impulsos, el corrupto es incapaz de parar su escalada.
El psiquiatra español Alberto Soler Montagud describe el modus operandi del corrupto5: pervertir, depravar y sobornar en perjuicio de terceros y del interés colectivo de la ciudadanía. Con lo cual logra la satisfacción de ciertas pulsiones en beneficio de su ego. Los corruptos carecen de una moral autónoma, cumplir las leyes independientemente de premios y castigos. Cumplen las leyes solo por el miedo a las sanciones o castigos y no por un respeto interiorizado a las mismas. Predomina en él la moral heterónoma. El corrupto se siente inmune e invulnerable, cree que sus fechorías nunca serán descubiertas ni se juzgarán. Es irresponsable y descarta las consecuencias negativas inherentes a sus actuaciones. El corrupto narcisista se caracteriza por un patrón de grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía. Y el corrupto antisocial se define, porque viola los derechos del otro y son proclives a cometer hechos delictivos. La corrupción no es una entidad psicológica contemplada en los manuales diagnósticos, es una práctica delictiva llevada a cabo por individuos con trastornos psicológicos y de la personalidad. La corrupción es síntoma o rasgo de un Trastorno Narcisista de la Personalidad y de un Trastorno Antisocial de la personalidad.
REHABILITACIÓN DE UN CORRUPTO
El penalista español Eduardo A. Fabián6, habla de programas de rehabilitación para corruptos internos en presidios. El programa debería inculcar que lo público es de todos y que la autoridad tiene como fin servir a la ciudadanía.
Ángel Cuquerella7, un médico forense español, dice que el programa debería incluir una reeducación en conceptos como empatía, arrepentimiento e inteligencia emocional. Y un trabajo de grupo donde se desdoblen papeles, haciendo que se pongan en la piel de los perjudicados y enfrenten las consecuencias de sus actos. Cuquerella hace dos advertencias: la terapia no funciona en personalidades psicopáticas, ni en una elevada tasa de reincidencia. Dice que las empresas y grandes corporaciones actúan cada vez más en forma depredadora y sin empatía, por lo que es más fácil que perfiles psicopáticos lleguen a puestos directivos.
Para la psicóloga social española Gemma Altell8, la mejor terapia de rehabilitación es que los tribunales demuestren que la impunidad se ha acabado. Altell mandaría a rehabilitación a la cultura de poder tradicional y machista.
Y para el politólogo español Fernando Jiménez9, la mejor terapia anti-corrupción sería no ignorar la corrupción, no promover reformas cosméticas, ni considerarlo un problema técnico.
Reducir la percepción de impunidad mejorando las agencias de control y achicando las oportunidades para la corrupción despolitizando y profesionalizando las administraciones públicas. Y estableciendo canales seguros de denuncia y protección a los denunciantes.
1 Rivera Larios, Álvaro. El Presidente Saca y los otros cuarenta ladrones. En: migenteinforma.org/el-presidente-saca-y-los-cuarenta-ladrones/.
2 Marín, Olga Leticia. Una mirada psicosociopolítica de la corrupción. En: https://www.uv.es./garzon/psicologia%20politica/N19-1.pdf.
3 Marín, Olga Leticia. Opus Citatum.
4 Melero, Juan Carlos. Psicopatología de la corrupción. En: https://juancarlosmelero.wordpress.com/2014/10/17/psicopatologia-de-la-corrupcion/.
5 Soler Montagud, Alberto. La corrupción desde una perspectiva psicológica. En: http://www.gestalt-terapia.es/la-corrupcion-desde-una-perspectiva-psicológica.
6 Marrón, Núria. Así se rehabilita (o no) un corrupto. En: https://www.elperiodico.com/es/politica/20170514/asi-se-rehabilita-o-no-un-corrupto-6034810.
7 Marrón, Núria. Opus Citatum.
8 Marrón, Núria. Op. Cit.
9 Marrón, Núria. Ibídem.