Renán Alcides Orellana
Anivel de los organismos y sectores políticos: el nepotismo, capsule los malos manejos de los fondos públicos, sovaldi el desvío de donaciones, los fraudes de toda índole…, siempre han sido -son- una realidad incuestionable de prácticas indecorosas, como la expresión más condenable de la corrupción Y como complemento nocivo, el tráfico de influencias; es decir, la complicidad de algunos funcionarios cuando, desde las altas esferas de poder, promueven “recomendaciones” de todo tipo, canje de plazas para gente preferida y otros, para la obtención de beneficios personales o de grupo, usando el innoble recurso “me das, te doy” (favores mutuos), y protegiéndose los unos a los otros.
Es la expresión viva de un aberrante y ya “tradicional” sistema sub cultural: la subcultura de la “compostura” (definida ésta, en lenguaje popular, como la habilidad del funcionario para hacerse de haberes, provenientes de la cosa pública, valiéndose del cargo). Como parte del folclor, ha sido -es- costumbre que el nuevo funcionario, familiares y amigos íntimos celebren, con inocultable satisfacción, y sin ninguna reserva, que, por fin, la “compostura” ha llegado. En ese orden, el anecdotario político registra ya, para eterna memoria, las frase escueta de dos vecinas: “Comadre, a su compadre lo nombraron ministro…” y ella, por toda respuesta, con toda sinceridad: “Gracias a Dios, comadre, ya nos compusimos…”. La realidad nuestra de cada día confirma que aquel regocijo de las comadres, siempre tiene su recompensa. Sin embargo, es alentador que, aunque mínimamente, existan casos de excepción; y, lo mejor de todo sería, que estas prácticas tendieran a ir desapareciendo ¿Será?
Mientras, como se ha visto recientemente, en los distintos niveles de la administración pública, se continúe nombrando a personas sin más requisito que el nexo familiar, el compadrazgo o el compromiso político, difícilmente se puede esperar cambios drásticos hacia el desaparecimiento de la subcultura de la “compostura”, porque no siempre serán acertados los nombramientos que se hacen por favoritismo. Como sana medida de administración, es necesario que las directrices de contratación de personal, exijan que las plazas se asignen bajo la consigna: el hombre para el puesto y no el puesto para el hombre. Caro ha pagado -paga- el país que no se siguiera esta política de nombramientos sanos y correctos, como lo demuestran los innumerables casos de corrupción: algunos, muy pocos, llevados a juicio, aunque con penas inapropiadas por leves; mientras otros casos, los más, siguen en franca e insultante impunidad, huelga decir por qué.
Y todo esto, porque ha sido -es- frecuente confirmar que en el país, casi siempre, la honestidad y la capacidad son un estorbo. La mediocracia llega, campante y feliz, casi siempre por “recomendación”, y bajo los cánones de la subcultura de la “compostura”, y sin nada que se lo impida, asume el desempeño de cargos importantes y, sobre todo, de aquellos que requieren fiel manejo de la cosa pública. Y luego, el saqueo, pues lo que no cuesta hagámoslo fiesta. Nadie puede olvidar lo que sucedió en: Ministerio de Salud, BFA, ISSS, MOP, ANDA, CNR, Abono donado por Japón, Asamblea Legislativa y, como papa caliente, y quizás -por lo visto- a las puertas de la impunidad, el caso Flores/Taiwán, entre otros de corto y largo metraje… Pero hoy, lamentablemente, algunos de aquellos actores, como tirando velo al pasado, hablan de anticorrupción y no a la impunidad. En esto, nadie ignora el papel determinante de los responsables de impartir justicia y de algunos medios de comunicación, que ya sin ocultar favoritismos, informan y opinan a su manera -publican u omiten- como conviene a los intereses del indiciado de cuello blanco. Por eso estamos como estamos…
Siempre, la subcultura de la “compostura” se erige con mayor impulso, en algunas de las esferas más altas del poder, hasta con alardes de prepotencia y fanfarronería, como si hacer uso de los bienes del pueblo fuera motivo de orgullo. Son las actitudes que convierten a las instituciones en cotos de caza o en una especie de propiedad privada, cuyo recurso humano, financiero y material, lo usa el funcionario a su total discreción, y con absoluta impunidad. Los archivos periodísticos, son los mejores testigos.
Buenas señales son, entonces, que la Sección de Probidad de la CSJ muestre, como le corresponde, los casos de abultados e inconcebibles ingresos, que declaran algunos ex funcionarios cuando dejan el cargo, comparados con la cifra que tenían al ingresar. Dolido por el abuso de robarle sus impuestos y burlarse de sus sacrificios, distinta ha de ser, sin duda, la imagen que ahora se hará el pueblo, de los ex funcionarios que antes de serlo le mostraron una imagen diferente, cargada de falsas promesas de honradez, eficiencia y servicio.
Hay excepciones de funcionarios probos, honrados, en todo esto. Pero son pocos, lo cual vuelve más apreciable su función/administración. No ceden a presiones y hasta prefieren la renuncia, antes que traicionar a sus principios e idoneidad. Funcionarios como ellos, son la esperanza. De ahí que, borrón y cuenta nueva, el pueblo salvadoreño honesto espera un ¡basta ya! A las prácticas desleales y tenebrosos de la corrupción, que siempre, como hidra de innumerables cabezas, corroe las entrañas más sagradas de la Nación. (RAO).