C. Marchelly Funes
Metodóloga y Comunicadora Social
En el país experimentamos tantas cosas que llegamos a comportarnos indiferentes antes de darnos cuenta cómo nos afectan. Hace un par de días me encontré con unas amistades a quienes no veía hace unos meses, les pregunté cómo estaban, ellos dijeron bien, excepto porque el agua solo nos cae una vez por semana y hacemos malabares para que nos alcance. Honestamente no me asombré ni pregunté más del asunto, porque donde resido, (San Jacinto), ya sabemos el horario en el que nos cae, después de unas horas caí en la cuenta de que el vital líquido no llega a todos por igual y que hay decenas de familia a las que nunca ha llegado. Esto debería de llevar a que las y los diputados de la Asamblea Legislativa aprueben una Ley de Agua que garantice una distribución equitativa para todos los salvadoreños, independientemente de dónde vivan.
Lo cierto es que comprendí que los salvadoreños nos hemos acostumbrado a no tener agua una, dos, tres o más semanas sin exigir que se resuelva el problema de distribución y abastecimiento. ¿Acaso somos capaces de acostumbrarnos a cualquier cosa? ¿La tan impuesta burocracia nos ha vuelto tolerantes? ¿Cuánto y qué más debe pasar en El Salvador para que los ciudadanos hagan valer sus garantías constitucionales y derechos humanos? ¿Será que ya es demasiado tarde y la escasez, la falta de voluntad política y el profundo descontento colectivo ya forman parte de nuestras vidas?
Esa pasividad con que vamos aceptando y naturalizando las cosas ha venido quebrantando la esperanza de mi gente y creo que en cierta medida la gente tiene razón, hay rumbos que no se han corregido con el paso de los años, el problema del agua es uno de ellos. A mí me cuesta entender a quienes dicen que velan por los derechos del pueblo pero no aprueban leyes que los protejan ni fortalecen las existentes en pro del medio ambiente y de los ecosistemas que son su principal fuente. Me cuesta aún más tratar de ponerme del lado de quienes aspiran “recuperar el poder” a costa de que el país desmejore, creyendo que en el deterioro del tejido social hay un potencial cambio. Si el país empeora, las posibilidades de una recuperación cercana son casi nulas.
“Más de lo mismo y esto no va a cambiar” parecieran ser consignas fatales generalizadas que constantemente escuchamos entre quienes nos movemos a diario en buses, plazas, parques, mercados, iglesias, colonias, y por lo que se percibe en los colectivos es el sentir de las mayorías. Esa actitud, lejos de despertar la solidaridad, fortalecer la sana convivencia, nos conduce de manera cíclica al derrotismo y desesperanza, haciendo que ante una situación en donde deberíamos organizarnos y luchar por el bienestar colectivo, pasa lo contrario, nos insensibiliza y nos aparta del otro.
Las características históricas de que los salvadoreños siempre salimos adelante y de un pueblo solidario están siendo cada vez menos practicadas, cada día que pasa se va llenando de una atmósfera de irrespeto e intolerancia malsana donde algunos parecieran sacar provecho político.
Hoy la dinámica salvadoreña pareciera que no tiene fin en relación a la restauración del tejido social. Sin embargo, creo que debemos apostar por liderazgos que sean capaces de hacer una lectura de la realidad de quien menos tiene y más necesitan de los mecanismos que le aseguren una vida digna, pero contrario a eso, hay una búsqueda inusitada de formas inéditas de entender y hacer uso del poder, en la que los ciudadanos no figuran como el fin último que se debe beneficiarse para hacer del país un lugar mejor para todos. Para continuar con la reflexión inicial: ¿cuánto podría durar la población si se acaban los recursos hídricos? La respuesta se puede dar sin tanto análisis.
En este sentido, necesitamos que llegue una dirigencia política al poder, capacitada, capaz de proponer soluciones que alivien el malestar a corto plazo pero que resuelvan los problemas de raíz a largo plazo, que no lleguen a improvisar a la Asamblea Legislativa y a las alcaldías, sino a trabajar por el bienestar que los salvadoreños aspiran.
Finalmente, creo que la lucha más dura es la que hace el ciudadano a diario, quien trata de sobrevivir diariamente en un ambiente contrariado y polarizado, tratando de llevar una vida decente. Esa gente que se levanta a las 5 de la mañana, que hace largas colas para abordar los buses y microbuses para que los llevan a sus trabajos (formales e informales), que pagan casa, agua, luz, comida, etc., con salarios mínimos, ellos son por quienes la clase política debe trabajar. Salvadoreños, les insto a ejercer su poder ciudadano votando por propuestas no por caras bonitas y buenos discursos; a no dejarse engañar con regalías; a exigir propuestas claras y compromisos en el corto y largo plazo; a dar oportunidad a nuevos políticos que le apuesten a mejorar la calidad de vida de todos.