Luis Armando González
Desde hace un tiempo para acá se escucha la tesis siguiente: en El Salvador nadie está seguro, viagra sickness pues en cualquier momento y en cualquier lugar, en cualquier calle, avenida, colonia o parque –e incluso en la propia vivienda— se es víctima de la delincuencia. Esta tesis tiene añadidos importantes: las bandas criminales, especialmente las pandillas, controlan las calles, avenidas, colonias, parques y cualquier espacio público y someten a la población a sus designios criminales.
Con matices, las grandes empresas mediáticas difunden esas tesis recurrentemente, pero también de cuando en cuando esa tesis es proclamada desde instancias académicas, con lo cual se le otorga una dosis de legitimidad “científica” que la vuele aparentemente inobjetable.
En lo personal, no comparto esa tesis. Cuando es difundida por las grandes empresas mediáticas es evidente que lo que menos les importa es su veracidad; además, fomenta temores y pánico en la población, lo cual es contraproducente para una convivencia ciudadana tolerante y participativa.
El miedo colectivo no es bueno, bajo ningún punto de vista.
En cuanto a la academia, tengo la sospecha que no cuenta con las pruebas suficientes para sostener una tesis tan concluyente y abarcadora. No estoy hablando de las percepciones de la gente –eso es harina de otro costal— sino de la dinámica real de la sociedad.
Desde mi experiencia real como salvadoreño, pienso que no es cierto que en este país, en todo momento y lugar, el crimen domine la vida de las personas, de tal suerte que nadie escapa de ser víctima de la delincuencia. Voy a relatar, con algún detalle, esta experiencia en este mes de enero de 2016.
Pues bien, desde el 4 de enero, decidí realizar mis actividades –de trabajo, principalmente— usando transporte colectivo y, naturalmente, caminando.
Durante casi un mes, día a día, me he movido en microbuses y autobuses, lo mismo que he caminado muchas cuadras, en prácticamente todo San Salvador. En mis recorridos he cubierto Santa Tecla, Metrocentro, la zona de la Universidad Nacional, San Miguelito, Candelaria, el centro de San Salvador, el Mercado Ex cuartel, el Centro de Gobierno, las colonias Costa Rica, Dolores, Monserrat y Vista Hermosa, Multiplaza, La Gran Vía y el Paseo Escalón. He tomado las Rutas 10, 2, 101-B, 42 y 44 (el algunas ocasiones autobuses y en otras microbuses).
No han sido vivencias esporádicas. Lo he hecho, todos los días de la semana, desde el 4 hasta el 26 de enero de 2016.
A partir de ello, puedo decir que la tesis que enuncié al comienzo de estas líneas es falsa. No es cierto que en El Salvador, en todo momento y lugar, los salvadoreños seamos víctimas de la delincuencia. Y es que, en efecto, en todas las zonas en las que he transitado en este periodo no he sido víctima ni directa ni indirecta de la delincuencia. Tampoco he sido testigo de ningún hecho delincuencial.
Que se me entienda bien: no estoy diciendo que en nuestro país no hay delincuencia (o que el la inseguridad no sea un problema grave). Lo que estoy refutando es la tesis englobante y concluyente ya enunciada. Pienso que quienes la suscriben deben ser más cautelosos y responsables. En el caso de los académicos deben investigar más en el terreno, y menos desde los escritorios.
Asimismo, este mes de “trabajo de campo” en la cotidianidad capitalina me ha permitido caer en la cuenta de aspectos que, hasta ahora, no alcanzaba a valorar en toda su importancia. Los anoto.
1.La enorme cantidad de gente que día a día ocupa y circula por las calles, avenidas y plazas de San Salvador. Son miles de personas de todas las edades las que transitan por la capital, y no sólo en su zona céntrica.
Algunas van de prisa, otras caminan despacio; hay quienes van solos, otros acompañados. Gente que habla por teléfono, gente que escucha música con audífonos. Gente que compra, gente que vende de todo. Gente en los parques. No actitudes temerosas ni rostros con miedo en los cientos de personas con las que me he cruzado en estos días. Con muchas intercambié un saludo y con otras, tuve una plática sobre cualquier tema, pero no de robos o inseguridad.
2.Lo difícil es que es caminar en San Salvador. Son miles de personas las que caminan, y a veces largas distancias, y ese caminar está lleno de riesgos por la falta de aceras despejadas. Por poner una idea, para quienes caminan, estos riesgos comienzan a la altura del cine Majestic y terminan –viniendo de norte a sur— en las cercanías de la Iglesia de Candelaria, justo en la última parada del centro de la Ruta 10.
Los riesgos a ser atropellados por autobuses, microbuses, taxis y carros particulares son una fuente de tensión de las personas, tensión que he vivido directamente en estos días. De poniente a oriente, los riegos para la gente comienzan en las cercanías del parque Bolívar y se reducen a la altura del Parque Libertad y el Mercado Ex Cuartel.
3.Los abusos y violencia que generan los conductores de todo tipo de vehículos, principalmente contra la gente que camina, pero también entre ellos. Las violaciones a las leyes de tránsito son recurrentes. Aquí destacan los conductores de autobuses y microbuses, y los taxistas. En un recorrido que hice en microbús, conté 5 violaciones a las leyes de tránsito, entre exceso de velocidad, irrespeto de semáforo en rojo y cruces indebidos (y peligrosos), además de música estridente que impedía mantener una conversación entre quienes viajaban acompañados.
4.La saturación de las calles y su bloqueo por autobuses y microbuses que se estacionan, suben o bajan pasajeros, unos a la par de otros. Ello aumenta los riesgos de quienes, por la dificultad de caminar por aceras, tienen que hacerlo por las cunetas y, cuando se trata de abordar una unidad de transporte, lo hacen muchas en la calle (dada la falta de espacio para hacerlo en las aceras, donde están las paradas de autobuses y microbuses).
5.La presencia policial en diferentes puntos de la capital es discreta y cortés. No se trata de una ciudad militarizada, sino de una ciudad en la cual las personas se mueven, conviven y trabajan en marco de libertad extraordinario, constreñido eso sí por las dificultades y los riesgos para moverse que se han señalado.
Los cuatro primeros aspectos, que me han afectado directamente, me permiten decir que no poder caminar por las aceras, al igual que los abusos y prepotencia de quienes conducen vehículos (de transporte público y particulares), son un factor de riesgo y de intranquilidad para miles de salvadoreños y salvadoreñas que realizan su vida en San Salvador.
Esto es lo que concluyo de este mes en el que he experimentado la cotidianidad capitalina, en la cual miles de compatriotas se ganan la vida de mil maneras y donde siempre hay alguien dispuesto a decir un piropo al tiempo que anuncia los bienes que ofrece su negocio.
No quiero terminar este relato sin hacer referencia a la reacción de algunos colegas y amigos cuando les he comentado el ejercicio en el que estoy metido.
Su preocupación es evidente, pues en su opinión lo más seguro es que seré víctima de un robo en cualquier rumbo de la capital. Mi confianza los intranquiliza. Espero que este relato sirva para aliviarlos en su preocupación.