COVID-5
Por Walter Balmorantes
-¡Rápido hagan una fila aquí pendejos! -les grito el agente de la policía en la delegación.
Aproximadamente, era un grupo de 65 personas entre hombres y mujeres de diferentes edades. Pero con algo en común: que habían sido detenidos durante la cuarentena. Y cuando ya estaban alineados comenzaron a decirles por qué estaban detenidos. Esto transcurrió entre amenazas, insultos y burlas. La regañada duro 20 minutos. Esto hizo que el ambiente se cargara de diferentes emociones.
-Sierra y los dejamos durmiendo en el parqueo de enfrente? -le pregunto el policía que los había estado amenazando.
-¡No…como vas a creer!- respondió el jefe de la delegación. Ya queres que nos jodan si los ven tirados por ahí. Llévatelos para atrás.
Se llevaron a todo el grupo hasta el patio o jardín de la parte de atrás de la delegación. En parte porque las celdas no tenían capacidad para retener esa cantidad de personas. Y en parte porque nadie de la delegación policial sabía con certeza qué hacer con la gente. Es sumamente curioso que en experiencias como estas esta latente en brotar nuestras mejores características y al mismo tiempo las peores. Los detenidos fueron acomendándose como pudieron ya que el jardín era pequeño. Tenía una fuente de agua, pero sin funcionar. Alrededor unas palmeras con sus ramas secas más que por la inclemencia del sol por el descuido de regarlas. Se notaban los vestigios que en algún tiempo hubo grama. El jardín más parecía un cementerio ecológico.
Todos hablábamos con alguien. Unos intercambiaban comentarios sobre qué les ocurriría; otros, quería saber si les darían de comer mientras que otros, hablaban solos, consigo mismos, como tratando de hurgar en su memoria cómo fue que llegaron a estar detenidos. De las 65 personas 40 eran hombres y 25 mujeres todos suponíamos que adultos. Hasta que escuchamos a Saraí. Todos estábamos compenetrados en nuestra propia problemática de estar detenidos en una delegación policial sin ser delincuentes. Luego, de poner mi humanidad en un rincón del jardín que me parecía ser ideal para descansar. Escuche lo que me parecía un sollozo suave pero constante. Me alertó porque pensé que quizás alguien estaba siendo ultrajado. Pero al poco tiempo me percate que era una mujer que lloraba casi en silencio. No podía precisar de dónde venían los sollozos. Hasta que una figura humana se puso en pie y se aproximó hacia mí.
-Hola Señor- me dijo la figura que media a lo sumo 1.60cm- No se podía ver con claridad porque el patio se iluminaba con el farol del alumbrado público de la calle trasera. -Tengo miedo, ayúdeme. Yo no sé qué hago aquí con toda esta gente. ¡No sé qué hacer! -Dijo al borde de la desesperación. Hable con ella para calmarla. La invite a sentarnos al borde de la fuente y así poderla ver con mayor claridad. Teníamos pocos minutos de estar sentados cuando fueron acercándose más personas, unas porque no podían dormir, otras con deseo de estar en contacto con personas afines a su desgracia, pero con la conversación pude percatarme que la mayoría estábamos igual. Había una sensación de desamparo que nos carcomía el poco ánimo que nos fingíamos mutuamente.
-Soy Cruz y trabajo en cosas en electricidad domiciliar- se adelantó el primero rompiendo el silencio que se hacía cada vez peor. -la policía me detuvo cuando regresaba de pagar los recibos del internet y comprar una medicina que es para la presión arterial.
-Y cuando lo detuvieron ¿qué le dijeron los policías? -le pregunto otro detenido que estaba en el círculo en la fuente.
-Me dijeron “Párate ahí. ¿Que no sabes que no podés salir carbón? -Si…les respondí con miedo-. Porque estaban no sólo policías sino también soldados. Todos me estaban viendo. Cuando yo estaba sacando la licencia y la carta que mi esposa me escribió vi de reojo cuando un soldado se acercó y me dijo: -¡Quitate el casco que no sabes que somos la autorida!…perdón que me ría pero hay mucha gente que no pronuncia bien esa palabra.
-Ay don Cruz pero que espera de un soldado o de los políticos de este país. -le interrumpió don David, otro de los detenidos.
-Yo no le dije nada y le entregué la licencia, el DUI y la carta al policía. Agarro las cosas y me dijo “esto no dice nada quedas detenido”. Yo trate de pedirle que leyera la carta y explicarle, pero me dijo que no tenida tiempo y que me apartara que ya vendría el transporte para llevarnos al centro de contención. Es por eso que estoy aquí.
-Mi nombre es Armando. Yo trabajo haciendo pan. Tengo una pequeña Panadería. Es tan chiquita, tan chiquita que cuando ud piensa que esta entrenado, la verdad es que ya va de salida. Ahora salí de mi casa a las 7 de la mañana, por esto de la cuarentena. Iba en mi bici cuando en la comunidad San Antonio vi una columna de soldados y policías. Cuando los vi pensé “ya me van a joder”. No me lo van a creer, pero así fue.
-¡Parate ahí! -me dijeron así golpeado. -Dame tus papeles. Ojalá que no tengas justificación, pero con vos haremos nombre de Dios. -dijo el policía volviendo a ver a sus compañeros.
-Buenos días. -salude al momento en el que me baje de la bici- Aquí están mis papeles. No tengo carta porque yo trabajo en una panadería y es mía. Así que por eso no la hice. A mi me pareció tan lógico, pero para ellos, no.
-Ummmm…hoy si te jodiste, cabrón. -me respondió el policía que me detuvo. Así que no cargas carta. Llamale a alguien para que te venga a traer la bicicleta porque vas acompañarnos. Me sentenció el policía sin darme el chance de explicarle más.
-Pues ud me perdonara con antelación por lo que le voy a decir, pero no puedo acompañarles. Tengo esposa y una niña de seis meses de nacida. Toda mi familia depende de mi trabajo en la panadería. Vamos, así como ud “coyol quebrado, coyol comido”. No hay para más. Yo no fui beneficiado con los 3oo del gobierno. No me capturen que ni delincuente soy. -Casi les rogué, pero no valió para nada. Mírenme aquí estoy detenido en la delegación como si hubiéramos robado o asesinado. ¿Es justo que nos den ese trato?
Todos nos quedamos en silencio casi al borde del llanto. No entendíamos por qué estábamos ahí detenidos. Nos habían tratado como delincuentes sin serlo. Me pregunto si con nuestra detención se va a detener el avance del Coronavirus. Si con la prepotencia vamos a salvar vidas. Don Cruz presentó su carta de ser el designado y recibos pagados con fecha del día que lo capturaron. Don Armando no presento carta, pero igualmente justifico el por qué no la tenía. No importó que su familia se quedaría sin el sostén para alimentarse durante la cuarentena.
Así, fuimos uno a uno compartiendo nuestra historia de nuestras capturas. Quizás, por consolarnos y así encontrar un poco de solidaridad en medio de nuestra desgracia. Pero, en esa noche no sabíamos que estaríamos detenidos 31 días mas cumpliendo con la cuarentena obligatoria. Ni la policía ni el ejercito ni el gobierno se imaginaron el daño que provocarían a nuestras familias por estas capturas. Cada uno fue contando su historia hasta que amaneció.
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