Luis Armando González
Aestas alturas, cialis la coyuntura electoral actual, treatment que se cerrará con las elecciones de marzo y sus resultados, está en un buen momento para una valoración de su marcha general. Si se la compara con otras coyunturas semejantes, e incluso con la recién pasada, llama la atención –por lo menos hasta ahora— la moderación de los contendientes y la casi ausencia de ataques arteros y denigratorios en contra de alguno de ellos, con la salvedad de quienes, escondidos en el anonimato de Internet, difunden falsedades o intentan confundir a la gente en temas religiosos. Por lo menos hasta ahora, la sensación es que se trata de una campaña limpia, con esfuerzos notables, por parte de los candidatos y candidatas, de proponer a la ciudadanía elementos de gestión municipal o legislativa que permitan tomar una buena decisión el día de la votación.
Lo anterior, en lo que se refiere a una valoración general de la coyuntura. En lo que atañe a algunos aspectos más particulares, llama la atención, en primer lugar, el esfuerzo de algunos candidatos y sus partidos por hacer ofrecimientos o bien desmedidos –ajenos a las condiciones económicas del país— o bien tardíos, pues quienes lo hacen tuvieron oportunidades de sobra para realizar lo que ahora prometen.
Esto último ha dado pie a que se haga alarde de compromisos (de justicia, equidad e inclusión) que riñen con principios ideológicos y prácticas que antes se profesaron (de exclusión, desigualdad y promoción de la riqueza para unos pocos) y que son la seña de identidad de quienes, de pronto, dicen renegar de lo que le es más propio.
En segundo lugar, salta a la vista el peso que está teniendo, en la coyuntura, la disputa por la alcaldía de San Salvador. No es que San Salvador no sea importante; en otras ocasiones, se ha reflexionado sobre su simbolismo y sobre su peso real en la dinámica del país. Pero no es la única alcaldía relevante y, en ese sentido, no es sano que no se ponga en el centro del debate a otros municipios que concentran cantidades significativas de población y de problemas.
El tema se complica porque algunos sectores de derecha hacen la ciudad capital un asunto de honor ideológico, lo cual los lleva a mostrar sus fobias y fanatismos más profundos. No es descabellado pensar que estos sectores, en caso de una derrota de su candidato, van a alentar el odio y la violencia de calle en contra del partido y candidato ganadores. Definitivamente, expresan lo más puro de las tradiciones autoritarias de la derecha salvadoreña, que antes se alimentó de anticomunismo y después de anticristianismo, y ahora se nutre de un antiislamismo absurdo (aunque sus voceros, siendo fieles a una vieja tradición de cultivo de la ignorancia propia de la derecha salvadoreña, no sepan nada del tema).
En tercer lugar, la poca relevancia que pareciera tener el tema del voto cruzado en las expectativas de los ciudadanos y ciudadanas. Cabe sospechar que quizás sólo unos pocos votantes se atreverán hacer uso de esa posibilidad, mientras que la mayoría lo hará a la antigua: votará, para diputados y diputadas, por el partido de su preferencia.
Les guste o no a los que piensan que en cosas como esa se juega la democracia, la razón para que la gente siga con su práctica de votar principalmente por partidos es, amén del desconocimiento que se tiene del nuevo mecanismo, el peso decisivo que tienen aquéllos en la vida política nacional.
Y, si lo anterior llegara a suceder, no sería extraño que la configuración de la Asamblea Legislativa resultara, luego de las elecciones, semejante (aunque con variantes mínimas) a la que se tiene en la actualidad. Por motivos de estabilidad política y de continuidad en un ejercicio político que da prioridad a la sociedad en la gestión pública, eso sería lo mejor que le podría suceder al país. Pero hay que esperar a que la campaña termine y las elecciones arrojen sus resultados para ponderar mejor los derroteros del país de marzo de 2015 en adelante.