Luis Armando González
Una de las estrategias mediáticas más importantes consiste en “crear” situaciones –mediante “inflación” de determinados hechos o la invención de otros— que se imponen en el imaginario colectivo como algo trascendental, como algo de cuyo desenlace depende la vida social misma. De pronto, la atención y el debate públicos se centran casi exclusivamente (y obsesivamente) en esas situaciones, dejando de lado –opacando y ocultando— otras dinámicas que por lo general son de mayor envergadura social y económica.
Dicho de otra manera, las grandes empresas de comunicación han fortalecido de manera extraordinaria su capacidad para crear coyunturas ficticias que se sobreponen a dinámicas coyunturales reales, las cuales terminan siendo ahogadas en su incidencia en las percepciones y la conciencia ciudadanas.
Para entender eso de “coyunturas ficticias” es oportuno traer a cuenta algunas ideas básicas –provenientes de la sociología— en torno a lo que se entiende por coyuntural, lo cual es inseparable de ese otro concepto básico en las ciencias sociales clásicas: lo estructural. Y es que coyuntura y estructura son conceptos inseparables, en tanto que se refieren a realidades estrechamente ligadas entre sí.
Desde las ciencias sociales, y dicho brevemente, lo estructural apunta a las dimensiones (momentos o elementos) permanentes de la realidad social e histórica. Permanente no quiere decir eterno: la estructura de la realidad socio-histórica puede cambiar lentamente (y de modo casi insensible) o a partir de bruscos procesos de transformación que suelen revestir el carácter de revoluciones.
Salvo estos últimos casos, pues, las estructuras socio-históricas se caracterizan por una temporalidad de largo plazo. Eso no quiere decir, sin embargo, que estén quietas, que no sean dinámicas, que no haya tensionamientos en su seno. Sus dimensiones y momentos forman un sistema no sólo sometido a las leyes naturales –físicas, químicas y biológicas—, sino también a las leyes y tendencias económicas, políticas, sociales y culturales.
Así, aunque las estructuras socio-históricas sólo cambien estructuralmente en el largo plazo, sus tensionamientos internos salen a la superficie bajo ciertas circunstancias. Es decir, bajo ciertas condiciones, las estructuras socio-históricas “crujen” debido a desajustes en su funcionamiento interno, a nivel social, económico, político, cultural o medioambiental.
Esos “quiebres” –que son vividos por los miembros de la sociedad como algo abrupto o incluso como una crisis— son justamente fenómenos coyunturales. Una coyuntura, por tanto, expresa un tensionamiento estructural que –tras una aparente calma y un orden también aparentemente inalterable— emerge a la superficie, rompiendo justamente con el ritmo normal impuesto por la lógica estructural. A diferencia de lo estructural, lo coyuntural se caracteriza por su (aparente) súbita aparición, su inmediatez y su corta duración.
Lo importante de una coyuntura –su significado para el análisis y la praxis política— es que ella (si es una verdadera coyuntura) expresa una fricción (o un quiebre) estructural. Cuanto más profunda sea esa fricción, más crítica y crucial será la coyuntura para la dinámica socio-histórica.
En el límite, una coyuntura irresuelta o resuelta de una determinada manera –porque las coyunturas son el terreno propicio para la acción social y política— puede terminar impactando decisivamente la estructura socio-histórica establecida, dando lugar a cambios estructurales parciales (en alguna de sus dimensiones) o a transformaciones totales.
Entonces, una verdadera coyuntura lo es en cuanto que es un “síntoma” de dinámicas estructurales. Es responsabilidad de los analistas sociales y políticos –apoyados en instrumentos y conceptos de las ciencias sociales— estar atentos a ese tipo de coyunturas, rastrearlas, conceptualizarlas y en la medida de lo posible generar percepciones críticas en torno a las mismas. Porque una coyuntura sólo se constituye como tal una vez que, siendo un síntoma de fracturas estructurales, es elaborada conceptualmente (ideológicamente) y se convierte en foco de acciones sociales y políticas. Son estas acciones y aquel conocimiento los que la convierten en una coyuntura plena.
Se entiende, a la luz de lo anterior, que las “coyunturas ficticias” no sólo son ajenas a lo estructural, sino que quienes las crean buscan evitar que se piense y se actúe sobre las coyunturas reales. Más aún, se crean coyunturas ficticias para ahogar social y políticamente las coyunturas reales que, sin dejar de estar presentes, se queden como un síntoma muerto de las fracturas estructurales.
En este sentido, cuando analistas de todos los pelajes (y las más variadas profesiones) se hacen cargo de las coyunturas ficticias creadas por las grandes empresas mediáticas y discuten incansablemente los temas que las alimentan, no hacen otra cosa que darles forma política y social, con lo cual se incide en las percepciones ciudadanas de un modo pernicioso. Porque cualquier acción socio-política –desde opinar, marchar por las calles o votar— inspirada en una coyuntura ficticia y en la opinión de quienes le dan vigencia pública deja inalterada la estructura socio-histórica vigente.