Por Tito Chile Ama*
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Cuando yo era un niño mi abuelo, Higinio Ama, me traslado su conocimiento cada fin de semana. Nos hablaba– a mis hermanos también – sobre la vida, la naturaleza, la agricultura, también sobre los momentos más dolorosos de la historia de nuestro pueblo. Una forma ancestral de transmitir el conocimiento en nuestra comunidad es la tradición oral.
Mi madre, Juliana Ama, siempre preguntaba a mi abuelo acerca de lo ocurrido en 1932. Ella trató de obtener información con todos nuestros parientes mayores al hablar de ello. Después de ese año, nuestra comunidad cambio. Cuando mi abuelo finalmente intento hablar sobre lo que pasó en 1932, era demasiado difícil. Recuerdo que, mientras hablaba, el transmitió un sentimiento de tristeza hacia nosotros. Con lágrimas en su rostro, recuerdo que mi abuelo decía: “El ejército quería matarnos. Estuve escondido durante muchos días, tal vez meses. Agua, tortillas y sal fueron mi comida”.
En 1932, mi abuelo tenía 19 años. El era un miembro de la comunidad indígena de El Salvador. También era el sobrino de un líder indígena, y así se convirtió en un objetivo principal del ejército nacional.
Mis antepasados vivieron en lo que hoy es América Central durante muchas generaciones antes de que llegaran los colonizadores españoles. En 1881, el gobierno de El Salvador eliminó las tierras comunales indígenas, y esas tierras se convierten en propiedad privada.
Durante la década de 1930, El Salvador tenía muchos problemas: la desigualdad social, la pobreza, los cambios políticos, y los problemas económicos, problemas a nivel nacional, pero el impacto en la comunidad indígena fue particularmente muy duro.
El 22 de enero de 1932, más de cincuenta años después de que el gobierno tomó nuestras tierras, nuestra comunidad indígena demando igualdad. Mis ancestros, que eran jóvenes en ese momento, trataron de reclamar nuestras tierras. Ellos salieron a las calles y dijeron entre sí: “Queremos nuestras tierras.”
El gobierno respondió matando a un estimado de 30.000 – 40.000 personas indígenas y enterrándolos en fosas comunes. Los líderes indígenas fueron asesinados, incluyendo a mi tío abuelo José Feliciano Ama, el principal líder indígena de la región de Izalco. El ejército lo colgó en frente de toda la comunidad, incluyendo niños.
El gobierno también acusó a los indígenas de ser comunistas. El hecho violento en 1932 cambió la historia y la vida de todo un país, también como sociedad salvadoreña, perdimos una parte de nuestra identidad.
Setenta años después, las circunstancias dentro de la sociedad salvadoreña todavía no permitían hablar libremente acerca de 1932. Una de las razones por el silencio fue la guerra civil de 13 años de El Salvador, que finalizó en 1992. Ambos, guerrillera y el ejército evocaban 1932 en favor de su interés.
El gobierno, el ejército y el partido de derecha afirmaron haber destruido el comunismo en 1932. Mientras tanto, la guerrilla dijo que había comenzado ese año un gran movimiento social-comunista.
Ambos grupos, el gobierno y la guerrilla, desacreditan el antiguo poder de organización de la población indígena, quienes no estaban empezando un movimiento comunista, sino simplemente reclamando el acceso a nuestras tierras ancestrales.
En 2000, cuando mi abuelo estaba todavía vivo, mi madre comenzó una ceremonia anual en honor a nuestros antepasados muertos. Durante cinco años, del 2000 a 2004, era sólo una pequeña ceremonia familiar privada. Pero, al mismo tiempo, mi madre había empezado a gestionar el apoyo de otras instituciones con el fin de realizar actos públicos de reparación moral para el genocidio que habíamos sufrido.
En 2005, algunas organizaciones se unieron a la idea de mi madre. El Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI) se convirtió en un apoyo fundamental para el nuevo proyecto, denominado “Enero 22, una conmemoración del genocidio de 1932”. MUPI ha continuado su apoyo a este proyecto durante todos estos años.
Finalmente, después de 73 años, la primera conmemoración pública del genocidio se llevó a cabo en la ciudad de Izalco. La región de Izalco estaba en el centro del genocidio en 1932.
Cuando comenzamos el proyecto de conmemoración, varios líderes y miembros del público acusaron a mi madre y a mi familia de ser guerrilleros, y ser parte del partido político izquierda. Nos ridiculizaron. La conmemoración continuó a pesar de esas acusaciones, esos años fueron difíciles para mí. Me sentí tan mal bajo el señalamiento público, y tener que lidiar con falsas acusaciones. Como familia, no podríamos decir nada. Mi madre, Juliana Ama, tuvo la visión de crear, con el proyecto de conmemoración, un espacio en el que nuestra comunidad pudiera expresar nuestra propia versión de 1932. Apoyando ese esfuerzo fue nuestra primera preocupación.
Un punto clave en el reconocimiento público de lo que sucedió en 1932 como genocidio ha sido realizar una conmemoración en la fosa común más grande, que está en Izalco y llamada “El Llanito.” Ciudadanos de Izalco conocen que las fosas comunes se encuentran dentro de su ciudad, pero antes de la inicio del proyecto conmemoración, nadie hablaba de ellos públicamente. En mi opinión, la principal razón de su silencio era un miedo persistente del genocidio y la posterior represión. “El Llanito” se encuentra en un punto estratégico en Izalco que también contiene las ruinas de un edificio histórico. Es propiedad privada, propiedad de la Iglesia Católica. En un principio, esta iglesia apoyo el proyecto conmemoración, pero en los últimos cuatro años, hemos tenido algunos obstáculos para conseguir el permiso del propietario.
A pesar de los obstáculos, el proyecto conmemoración ha tenido lugar durante once años consecutivos, y “El Llanito” ha sido el principal punto de encuentro de nuestra comunidad indígena cada año. En 2012, la institución cultural del gobierno de El Salvador hizo un documento con el fin de proteger el lugar. “El Llanito” está en la lista de los sitios del patrimonio cultural de El Salvador. El proyecto de conmemoración se realiza en enero de cada año, y se lleva a cabo durante tres días. Mi abuelo fue uno de los primeros supervivientes en expresar su testimonio en la conmemoración anual de genocidio. Aspectos destacados del programa incluyen la realización de ceremonias ancestrales, testimonios de sobrevivientes, y exposiciones de MUPI. A medida que pasan los años, cada vez menos sobrevivientes siguen viviendo para compartir sus recuerdos.
El proyecto ha traído una memoria colectiva del trágico suceso. Otras comunidades indígenas ubicadas alrededor de Izalco, que sufrieron el genocidio en sus comunidades, han comenzado a organizar proyectos conmemorativos similares. Nuestros indígenas ubicados en El Salvador están recibiendo atención por parte de estudiosos, activista de derechos humanos, investigadores, instituciones gubernamentales, y miembros de la diáspora salvadoreña en los Estados Unidos. Nuestro sentido de pertenencia se ha incrementado en El Salvador.
En 2013, sin embargo, otro grupo desde el interior de nuestra comunidad indígena comenzó un proyecto de conmemoración por separado en el mismo lugar, El Llanito. Aunque no puedo estar seguro de su razón, creo que puede tener algo que ver con el hecho de que las mujeres líderes no son comunes en mi comunidad y mi madre es la líder del proyecto original de la conmemoración. Tener dos proyectos de conmemoración en la fosa común ha dividido a nuestra comunidad indígena en algunos aspectos. Esto nos ha abierto a más críticas hacia nosotros por parte de la opinión pública. Sin embargo, a pesar de las divisiones en nuestra comunidad, estas ceremonias han despertado la conciencia de nuestra historia.
El 14 de julio de 2014, algo que nunca había esperado que pasara. El Congreso de El Salvador cambió un artículo de nuestra constitución. El artículo reconoce los indígenas.
Con o sin reconocimiento constitucional, nuestra comunidad indígena es un elemento eterno y una comunidad que se recupera frente a la adversidad.
Teniendo en cuenta nuestros años de trabajo y la validación del gobierno, nuestros indígenas tienen ahora más oportunidades para iniciar discusiones importantes sobre nuestra historia con el fin de lograr nuestros objetivos.
Por ejemplo, en 2007, el censo nacional de El Salvador declaró que el 0,2% de los 6,279,783 de habitantes del país eran indígenas. Hemos impugnado esta afirmación. En 2003, algunas organizaciones, incluyendo una institución gubernamental colaboraron en un documento que indica que el 10% y el 12% de la población eran indígenas. Este porcentaje no fue corroborado.
Además, aunque muchas personas son de sangre indígena en El Salvador, nuestra lengua materna se está muriendo. Los datos no oficiales más recientes indican que hay aproximadamente 200 indígenas que son hablantes nativos. Mi madre y algunas organizaciones han estado trabajando para la revitalización de nuestro idioma, mediante la enseñanza a los jóvenes. Nuestra comunidad es resiliente. Otro efecto positivo del proyecto de conmemoración es que la sociedad salvadoreña está usando ahora la palabra correcta para describir 1932: Genocidio. Anteriormente, y a veces incluso hoy en día, las personas usan las palabras “eventos”, “actos”, y “masacre”. Estas palabras minimizar el genocidio contra nuestros antepasados.
En cuanto a las acciones de la población indígena en 1932, profesores, investigadores y escritores han descrito a menudo su papel como “insurrección” o “rebelión”. Mi madre Juliana Ama tiene una forma diferente para describir lo que sucedió. Ella escribe:
“El 22 de enero de 1932, nuestros abuelos hicieron uso legítimo de sus derechos de defensa. Cuando alguien intenta destruir nuestra comunidad, podemos utilizar nuestros derechos. Además, nadie puede rebelarse en sus propias tierras; 1932 fue un sólo un intento de recuperación de nuestras tierras robadas.”
En la última conmemoración a la que asistió mi abuelo, dijo: “José Feliciano Ama era un buen hombre, usted tiene que saber eso.” Aunque mi abuelo ha muerto, mi madre y yo, y otros, continúanos la planificación del evento anual de conmemoración en El Llanito.
Nuestro próximo objetivo es trabajar con mucha gente en El Salvador – desde el gobierno local, la comunidad indígena, la iglesia católica, universidades, instituciones culturales – para lograr una comunidad indígena sostenible.
La construcción de una comunidad indígena sostenible incluye: la revitalización de nuestra lengua, un sitio memorial y museo, y ofrecer una educación intercultural. Debemos desarrollar un marco legal local para nuestra comunidad, un acuerdo internacional, y un plan de desarrollo económico. Y propongo un tema sensitivo: la recuperación de la tierra.
*Aquitecto en El Salvador y reciente Humphrey Fellow en la Escuela de Arquitectura + Planificación del MIT.
– Carlos Enrique Cortez tradujo este artículo en náhuat, lengua indígena hablada por el autor y su comunidad. Nahuat está en proceso de revitalización. Jorge Lemus Ph.D., un lingüista de la Universidad Don Bosco, ha liderado un proyecto para revitalizar el idioma náhuat desde 2003. Él y Cortez, un nahuahablante de Santo Domingo de Guzmán, Sonsonate, El Salvador, son colaboradores en el esfuerzo de aumentar Nahuahablantes.